El destino tan misterioso y sabio como cruel y despiadado.
Decidió jugar y favorecer a las personas con perversidad.
Decido separ a dos amigas por la ambición y el amor.
Decidió separar a una hija de su madre para luego romper el corazón de ambas...
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-Ágata, por el amor de Dios calla a esas mocosas – regañaba Marcelo a su esposa, Ágata, quien se las ingeniaba para cargar a su hija y a la pequeña bebé que su esposo había traído consigo.
-Hago lo que puedo, pero ayúdame a cargar a Annie por lo menos – exclamaba, Ágata algo cansada de haber pasado varias horas en tren desde New York hacía solo su esposo sabía dónde.
-¡Ese es tu problema mujer! – le respondió furioso – Si no se callan esas niñas soy capaz de tirarlas por la ventana al fin solo un estorbo son las dos.
-No serías capaz – le dijo nerviosa Ágata.
-Por supuesto que no – le respondió, Marcelo sonriendo – A pesar de que en este preciso momento odió a estas niñas – hizo una pausa para señalar a las niñas y tocar la mejilla de cada una de las bebés – A través de ellas voy a tener la vida que merezco.
-¿Qué piensas hacer, Marcelo? – le pregunto su mujer aún más nerviosa y asustada.
-Ya lo verás querida, ya lo verás – le respondió metiéndose un cigarrillo a la boca y tras inhalar y exhalar el humo del cigarro, se quedo viendo a las niñas como si fueran una joya cara por la cuál le darían mucho dinero al venderlas – Y aunque no te lo merezcas, querida compartiré lo que me den, contigo.
Ni Marcelo ni Ágata se volvieron a dirigir la palabra en lo que restaba de viaje, él se dedicó a dormir ya que los últimos días había estado bastante entretenido con Sara y la promesa de tener un mejor nivel de vida económico lo había agotado. El instinto maternal de Ágata nació desde que vio a esa pequeña en los brazos de su marido, él no le había contestado cuando le pregunto el nombre o el origen de esa bebé, por eso le había puesto de nombre Candy como la muñeca que llevaba entre sus mantas.
-Por fin llegamos – anuncio Marcelo a su esposa cuando el tren se detuvo en Chicago cerca del lago Michigan – Anda camina, Ágata que Edna nos espera.
-¿Edna? – preguntó Ágata recordado lo que fueron uno de los momentos más difíciles de su vida matrimonial al lado de Marcelo – ¿Acaso es la mujer esa, con la que me engañaste?
-Cállate, Ágata y camina – le apresuró más el paso sin si quiera dignarse a ayudar a su mujer con alguna de las niñas.
-¡Hola! querido Marcelo gusto de volverte a ver – le saludo una mujer castaña con cara redonda de unos treinta años, y con un vestuario el cual era únicamente utilizado por las "mujeres de la vida facil" de esa época – ¿Esas son las niñas? – pregunto Edna a Marcelo después de darle un beso cerca de los labios y sin que alguien le respondiera su pregunta se acerco a ellas y las vio a ambas – Las dos están lindas – sentenció – Pero definitivamente la rubia será mucho más hermosa que la pelinegra.
-Da igual quién sea la más hermosa, lo importante es que ganaremos mucho dinero atreves de ellas – respondió, Marcelo entrando al prostíbulo en el cuál varias veces había visitado con anterioridad – ¿Edna puedes llevar a mi mujer y a esas niñas a un cuarto? La susodicha solo se le quedo viendo a Ágata de manera antipática y con un leve “sígueme” se dirijo a un cuarto el cual solo constaba de una cama pequeña y en mal estado, una silla de madera despintada y una pequeña mesa. Ágata no sabia si eran la tristeza que da después de parir o era la incertidumbre sobre su futuro, pero al cerrar la puerta la extravagante mujer se echo a llorar en una esquina de la cama.