Capitulo Especial 10K pt.1

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21 de Enero de 1793
Día de la ejecución.

El frío inunda mi piel y trato de abrir los ojos, el techo de la celda es oscuro y tenebroso, nunca ha debido de ser limpiado y aún así siempre había estado acostumbrado a ver mi propio reflejo.

Nada más abrir los ojos, mis pensamientos se dirigen a ti de nuevo, el Sol de mis días. Reproduzco recuerdos de tu pelo sedoso y rubio cada vez que hacía viento, cuando aún eras libre y sonreías, cuando estabas llena de vida. Ahora lo único que podía hacer era culparme por haberte quitado tus alas, preciosas y suaves, una de las razones por las que me enamoré de ti.
Una sonrisa llega a mis labios, probablemente la última y noto gotas de agua bajar por mis mejillas. No lloraba por saber cual sería mi destino, sino por no haber podido cumplir mi promesa.
Ahora te había expuesto al peligro y no podría perdonarmelo nunca.
El ruido de unas llaves choca contra mis pensamientos y me giro hacia la puerta, pensando que quizás mis deseos de verte por última vez se han hecho realidad, pero un hombre delgado y alto abre la puerta dejando a otro entrar y me muevo hacia delante en la cama en la que me encuentro, levantándome hasta él con las manos rozando el frío de las cadenas que me impiden avanzar más allá de la puerta.
Se acerca despacio hasta mi, indicándome que me siente en la silla pero no lo hago, no lo haré porque por mucho que no le guste sigo siendo su rey.

-No habeis cumplido mis órdenes.

Él se gira indiferente, alzando una ceja a modo de burla y se acerca hasta la puerta alcanzandome una pequeña bandeja de plata de ley con dos trozos de pastel que no comprendo.

-Vos ya no dais órdenes en Francia.

-Sigo siendo tu rey - me acerco hasta él y este cierra la puerta de la celda frente a mis ojos, permitiendo que entre las rejas pueda apreciarle- y exijo ver a mi mujer.

Veo su sonrisa, sus dientes y como alza sus cejas ante mi mientras guarda sus llaves en el bolsillo interior de su chaqueta, volviendo a fijar su mirada en mi. ¿Donde estaba la gracia?

-Eso no será posible.

-Te lo ordeno.

Sus ojos se clavan en los míos y se mueve ligeramente hacia la derecha.
Lucharía hasta el último momento para poder verte a los ojos una vez más antes de abandonarte como el cobarde que siempre he sido. Ojalá pudieras perdonarme por todo lo que te he hecho pasar, Lisa.

-Me temo que la reina está ocupada en estos momentos.

Mi mirada se clava en él y tu imagen se vuelve a apoderar de mis penamientos una vez más, porque pensaré en tí todos los segundos que me queden de vida.

-Que le habeis hecho - ahora mis manos se agarran a las barras de metal frías que congelan mis manos en cuestión de segundos y estoy a punto de estallar, perder el control como nunca lo había hecho.

Puede que yo fuera el que me mereciera todo el dolor, que ese mismo me llevara por delante para que tu pudieras ser feliz, sonreir como no lo habías hecho desde hacía mucho tiempo, desde la muerte de nuestro hijo.
Siempre te culpaste porque el señor se lo llevara antes de tiempo, aún podía sentir tu dolor en mi pecho de aquella noche de verano en que dejó de respirar y mis brazos se aferraron a ti para teñirnos a ambos de negro.
Siempre me decías que tras perder a tu madre la soledad te había inundado, pero yo siempre tuve claro que la perdida de nuestros hijos había sido la mayor de tus pesadillas como madre, porque ese era el papel que tu querías tomar en la vida, no reina de Francia.

-Solo pasamos un buen rato.

Mis nudillos se clavan en las barras y antes de que pueda decir nada sus dedos dejan un sobre blanco a la vista. Mis ojos se clavan en él, aunque no puedo dejar de pensar en lo que ha dicho. ¿Te ha hecho daño, Lisa? ¿Por eso podía sentir tu dolor en estos momentos?
Mis manos agarran la carta con confusión y leo la dedicatoria.

Mon cher, Jungkook.

Mis dedos se deslizan sobre la fina letra cursiva en negro y la llevo hasta mi pecho, volviendo la mirada al soldado que ahora colocaba una silla frente a la celda, probablemente el cambio de turno sería pronto.

-Considerad, majestad, esa carta como vuestra última despedida con vuestra esposa- una sonrisa se instala de nuevo en su rostro y vuelve a hablar, mirando el pastel ligeramente.

-Que coman pasteles, majestad.

Él se va y ahora me quedo solo, acusándole de todo lo que se me viene a la mente, viendo tu imagen escribiendo esta carta, sentada probablemente en el colchón de tu prisión, donde no puedes volar.
Mis manos sacan la carta del sobre y comienzo a leer.
Mi corazón da un vuelco y la primera lágrima llega a mi mejilla sin esperarlo. Siempre supe que me querías, pero no tuve el valor suficiente para demostrarte que yo también lo hacía, cada vez que escapaba de mis responsabilidades como delfín y cada vez que pasabas días solas en tus aposentos sin ser vista por nadie, enjaulada y debilitando tus alas.

Por otro lado, tus declaraciones que aclaman al conde Min no me llegan por sorpresa, siempre lo había sabido, desde el primer día en tu cumpleaños cuando decidiste dar una fiesta en Versailles. Nunca te lo dije porque sabía lo que sentías, que te sentías sola y necesitabas a alguien que te prestara la atención que mi yo de veinte años no podía darte porque no me sentía listo para amar abiertamente a alguien.
No necesitas mi perdón y nunca lo has necesitado, pero sé que tú no lo sabes y que te culpas por ello todos los días.
También sé que perdiste a uno de nuestros hijos antes de nacer, que lo enterraste tu misma en los jardines de Versailles y que plantaste una pequeña circis en secreto, una a la que miraba todos los días al salir de caza y dejaba un pequeño hueco en mi corazón.
¿Por qué tanto dolor, Lisa?

Ahora que todo tiene sentido, tus palabras de aquella noche vuelven a mi.
"Soy la única que realmente puede llorar su muerte, porque soy la única que llegó a sentir que estaba vivo"
Tú pensabas que yo no sabía nada y yo te dejé creerlo durante toda nuestra vida, aquel día que te ausentaste de la cama y abriste las puertas al exterior para sentarte en uno de los escalones para sollozar. No sabías que estaba despierto, pero mis ojos no se apartaron de ti en toda la noche. Las ganas de abrazarte me florecían, pero no quería invadirte, creí que si me mantenía al márgen serías capaz de consolarte, pero me equivoqué una vez más.

Sigo leyendo tu carta y me doy cuenta de que no podrás sobrellevarlo, que te hundirás y que darías todo por abrazarme una última vez, como yo haría contigo. Si no hubieramos decidido parar, ahora mismo podriamos estar todos juntos, tú, yo y los niños, como una familia que siempre quisimos ser.
Pero ahora todo estaba a punto de acabar.

Tu carta debajo de mi camisa que me llevaré a la tumba, mis pensamientos vueven a ti hasta el último segundo subiendo a esa tarima.
Se ha acabado mi tiempo pero he dado mis plegarias a Dios para que te perdone la vida y que no tengas que correr mi destino.
Busco tu presencia en mis últimos momentos y aparto sin éxito mi cuerpo de una piedra que da a mi pecho, miro hacia arriba y observo tus ojos color miel, esos preciosos ojos que me hacen perder la noción del tiempo. Sé que tu mirada es desalentadora, triste, pero trato de hacerte ver con mi mirada que aunque no tengo nada que perdonarte te perdono, que te quiero y siempre pensaré en ti, pero pareces no entender mis últimas palabras y mi mirada clavada en ti y eso me hace caer por última vez. Necesito que sepas que te perdono.

Tus gritos llegan a mis oidos y trato de bajar mi cabeza aún más.
Nuestros últimos momentos juntos vuelven a mi.
Nuestras manos tocandose y nuestros ojos encontrandose, siento que sonríes aunque estés deshecha por dentro, aunque sientes que me has fallado a mi y a nuestros hijos, pero no es cierto.
Nuestros labios tocandose por última vez y de repente, ese tacto que tanto anhelaba sentir, se desvanece y ya no soy capaz de sentir nada, no puedo ver tu sonrisa y mi mundo pierde color mientras tu voz llega a mi por última vez antes de sembrar el pánico.
Cuando las imagenes se convierten en una pantalla negra donde no me puedo mover, ni puedo cuidar de ti, me dejo vencer y entonces sé, por hecho, que te he abandonado en ese mundo cruel a tu suerte, una vez más, pidiendo tu perdón.



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