Capítulo XXXIX.

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-¡¿Bella?!- escuché el grito de sorpresa de los cuatro jóvenes, quienes están manchados de sangre en sus ropas, manos y rostros.

Me giré, cubriéndome el rostro con mis manos. Huelen a uno de los cachorros. Gruñí por lo bajo.

-¿Qué... Les... Pasó?- pregunté, intentando mantener la calma.

-Es kétchup- ironizó Juan.

-Planificábamos dónde ir a ver la luna amarilla y en eso vimos lobos por lo que colocamos algunas trampas. Al parecer un cachorro calló; escuchamos un chillido de dolor y luego vimos al lobo herido. Un grupo mayor de lobos apareció; rompieron la trampa y se llevaron al pequeño. Con la sangre, nos disfrazamos aromáticamente. Un par de vampiros casi nos atacan pero estamos bien- mencionó Manuela.

Con cada una de sus palabras, las lágrimas fluyeron por mis mejillas.

-Chicos, necesito que se limpien por favor- casi que suplicó Víctor-. Bella... Es complicado de decirlo pero realmente no le gusta esto.

-¿Y por qué no lo dice ella misma? ¿Por qué necesita siempre un traductor?- preguntó Juan, algo molesto.

-¿Cómo pueden ser tan crueles?- exclamé, sin mirarles.

-Eran licántropos, no animales inocentes- le quitó importancia Emilia-. ¿Mataste un vampiro pero lloras por un lobo?

Miré a Víctor, quien está super incómodo aunque trata de aparentar seriedad y calma.

-Lo siento pero esta no es mi definición de simular ser adolescentes normales- hablé, tragándome mis lágrimas-. Iré a casa.

-Está bien, te llamo luego.

Me levanté, apretando los puños con rabia. Mis piernas tiemblan, es jodidamente feo; tuve que apoyarme contra la pared para no caer. Mordí mi propio labio, mis colmillos me perforaron. 

Mis piernas tiemblan, bajé las escaleras de a poco. Siento mis ojos llenos de lágrimas pero éstas se evaporan al caer. Alguien tiró de mi brazo y salté para caer en el primer escalón como si fuera un Vengador. Ni siquiera miré atrás, continué con mi caminata.

-Lo siento, ¿vale?- habló Emilia, aunque no siento olores feos de su parte-. No quise hacerte sentir mal ni recordar cuando atropellaron a tu perro.

-Con todo respeto, eres una idiota- gruñí y pasé mi mano por mi rostro, limpiándome la sangre que cayó, teniendo la herida ya curada.

Lamí mi propia sangre; no sabe mal. Aún no le miro, no quiero que me vea así.

-Bella, ¿eso es sangre?- preguntó ella, preocupada.

-Para nada, es el mismo kétchup que tenías tu en la cara- reí irónica.

-Bella, ya están limpios- Víctor corrió hacia mi, abrazándome por detrás-. ¿Eso es sangre?

Me giré apenitas, viendo su mueca de preocupación por lo que sonreí, enseñando colmillos de manera pacífica.

-Oh, ven. No debiste haberte mordido tan fuerte, te dije que hay otras maneras de liberar tensión- tomó mi brazo y me llevó al baño, sin dejar que nos vean.

Cerró la puerta con seguro, sequé el borde de la bañera y me senté allí. Se paró frente a mi y me abrazó, dejando que me aferre a su ser.

-Tranquila, está bien no tener el control sobre todo. No fue tu culpa, ¿okey?- besó mi coronilla-. Está bien que tengas problemas y que algo te disguste. Respira y tranquilízate.

-A este paso me volveré dependiente de ti para calmarme- reí por lo bajo, aferrándome a su ropa.

-No, aprenderás que sentirte mal también está bien y lograrás tener paz- se quiso alejar de mi pero lo apegué-. Solo quiero ver tu rostro.

La HíbridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora