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Buenas tardes. Vamos allá a ver qué pasa por aquí.

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Otra noche en vela, otra noche mirando fotos y recordando momentos de un pasado feliz junto a ella. Otra noche sintiendo el vacío que dejaba su ausencia. Otra noche más en la que las fuerzas volvían a huir dejando que su corazón siguiera sangrando. Tras aquellas ultimas palabras de Amelia, no había podido dejar de sentirse tan insignificante en su vida como se sentía.

Había comenzado el día con el, nada amable, comentario de Benigna “menudas ojeras hija, ¿has pasado mala noche?” y sin contestar siquiera había firmado el parte de entrada y había comenzado a trabajar intentando que su mente se distrajera lo necesario como para no volver a rememorar, una y otra vez, el momento en que Amelia reafirmaba su supuesto amor por Hugo.

- ¿Te encuentras bien? – dijo Marina viendo como su amiga andaba como si se tratara te un zombi.

- Sí, sí – contestó con voz apagada – tengo el día tonto.

- Anda, ven – pasó el brazo por sus hombros – vamos a tomar un café en el estudio y me cuentas.

La morena, que había visto la escena desde el final del pasillo arrugó el papel que tenía entre las manos y dándose la vuelta tomó rumbo hacia el camerino de Lourdes, en el que entró sin tan siquiera llamar.

- Pasa, pasa, no te cortes – dijo y nada más verla supo que tocaba charla, solo esperaba que esta vez le dejara hablar.

- ¿Cómo una persona puede ser tan… tan…? – comenzó a decir – de verdad ¿eh? ¡Es que me pone de los nervios!

- ¿Quién? – preguntó fuera de juego.

- Luisita, ¿quién va a ser? me pone histérica – continuó – de verdad, me molesta muchísimo que aún siga pensando en esa zorra, porque no tiene otro nombre, se ha de ser muy zorra para hacer lo que le hizo y encima Luisita, va y ¡la ha vuelto a ver! ¿te lo puedes creer?

***

En el pequeño estudio del departamento de vestuarios, Marina escuchaba lo que había ocurrido la tarde anterior, y sentía tanta rabia y tanta tristeza por lo que estaba pasando su amiga que no sabía qué decirle.

- Y luego me suelta que me merezco a alguien como Hugo - decía con dolor - ¡Como Hugo, Marina! ¿Te das cuenta? ¡Que es un cabrón! – continuó con un tono que a su amiga le hacía pensar que estaba empezando a tirar la toalla – yo no sé qué voy a hacer, de verdad, no sé si voy a aguantar así más tiempo.

- No, Luisita, de eso nada, de rendirse nada – la animó – has luchado mucho para ahora dejar las cosas así. Amelia va a recordar, va a saber quien es ella y quien eres tú y lo vais a superar, ya verás.

- ¿Tú crees? – la miró y Marina pudo ver en la mirada un derrotismo tal, que le dio miedo pensar que la rubia realmente dejaría de intentarlo.

- Buenos días – escucharon que se abría la puerta, ambas se irguieron ante la presencia del capitán frente a ellas – vaya, me alegra que estés aquí, me gustaría hablar contigo.

***

- Bueno Amelia, es su vida, puede hacer lo que quiera, digo yo – le contestó Lourdes a  una Amelia realmente nerviosa.

- Pues no, no, no puede. No puede – contestó categórica reafirmando sus palabras con un movimiento negstivo tanto de su cabeza como de uno de sus dedos – porque si ya le hizo daño una vez, se lo va a volver a hacer, seguro, ese tipo de personas funcionan así.

- Ya, y a ti que más te da – picó.

- Me da, Lourdes, claro que me da – dijo – Luisita me importa ¿sabes? – soltó.

- No, si me ha quedado claro – sonrió levemente – y parece que te importa más de lo que decías.

- Estoy muy confusa, Lourdes – se sentó derrotada en la silla, su amiga la miró haciéndole saber que estaba allí para escucharla.


***

Marina se había posicionado delante de Luisita, en un acto reflejo con intención de protegerla. Miraba a Tomás con la cabeza bien alta y la mirada llena de reproches.

- ¿Podría dejarnos a solas, señorita? – le pidió con amabilidad que a Marina le pareció fingida.

- Pues va a ser que no – contestó – por si no lo sabe esta sala es de uso exclusivo para personal.

- Marina - dijo llamando su atención – déjanos solas - ella la miró interrogante y al ver que volvía a pedirle que se marchara decidió hacerlo, no sin antes regalarle a una mirada llena de odio a aquel señor.

- Por lo que veo haces amigas con facilidad… espero por tu bien, que no sepa nada – amenazó.

- Dígame qué quiere, y váyase, por favor – pidió ignorando su comentario, no le apetecía volver a entrar en peleas con ese señor.

- Quiero que te vayas – contestó – quiero que desaparezcas y dejes en paz a mi hija de una buena vez.

***

Se tocaba el pelo nerviosa, se mordía las uñas buscando la forma de liberar todo aquello que no la dejaba tranquila, mientras Lourdes esperaba que siguiera hablando.

- Se supone que quiero a Hugo – comenzó a decir – bueno, no se supone. Quiero a Hugo – rectificó – ya me he imaginado un  futuro con él. Voy a casarme con él. Le quiero, Lourdes.

- Bien, eso está bien – contestó - ¿Cuál es el problema entonces?

- Pues que – movió las manos nerviosa - que siento cosas que no he sentido nunca cuando estoy con Luisita, que me hace sentir diferente y puede que me sienta atraída por ella. Creo que me gusta – finalizó bajando la mirada.

- Aja.

- Pero estoy con Hugo y tenemos un proyecto de futuro y – volvió a bajar la mirada – me ha ayudado mucho y ha tenido mucha paciencia – continuó  – y no quiero hacerle daño – hizo una pausa – pero tampoco puedo dejar de pensar en Luisita  y en esa ex que tiene que me mata de nervios.

- Te pone celosa pensar en esa ex y en lo que Luisita siente por ella – aseveró y Amelia la miró sin contestar, dándole la respuesta con ese silencio - ¿Y no será que sientes por Luisita más de lo que dices?

- Es que no lo sé – negó con la cabeza – solo sé que estoy muy confusa. Que cuando estoy con ella no quiero separarme, ni que se acabe el día y cuando llego a casa y estoy con Hugo solo quiero que me abrace y no me sueltes para no sentirme así.

***

Se puso en pie ante la atenta mirada de Tomás que esperaba una respuesta por su parte, anduvo un par de pasos. Le dio la espalda, se apoyó en el sofá, bajó la cabeza, tomó aire y se encaró con él.

- No voy a irme – dijo contundente.

- Está bien… - dijo sacando algo del bolsillo de la chaqueta – te voy a dar una última oportunidad – extendió un sobre - esto es un billete de avión para Estados Unidos, uno para ti y otro para esa niña que tienes, va acompañado de una buena suma de dinero. Deberías cogerlo antes de que esto se te vaya de las manos – advirtió – la próxima vez no seré tan amable y tengo maneras de separarte no solo de ella sino también de tu hija – sentenció.

***

- Amelia – le dijo Lourdes – creo que antes de tomar cualquier decisión debes aclararte, saber qué sientes realmente – continuó con sensatez – deberías posponer la boda si es necesario pero en esas condiciones no puedes casarte.

- No quiero hacerle daño a nadie – repitió una vez más.

- No estoy poniendo en duda eso – contestó – y por eso mismo te digo es que si sientes algo por Luisita o por cualquier otra persona, deberías saber qué es realmente lo que sientes antes de casarte.

- Ya… - dijo bajando la cabeza y levantándola de nuevo para seguir hablando cuando  sonó avisándole que tenía un mensaje de Benigna – que raro, mi padre está aquí – le dijo a su amiga – luego seguimos hablando ¿vale?

- Aquí estaré – contestó dejándole ver que estaría ahí para cuando quisiera.


Luisita se acercó a él con parsimonia. Tomó aquellos billetes con malas maneras y comenzó a romperlos en sus narices.

- Métase sus amenazas, sus billetes de avión, su dinero y todas sus influencias por dónde le quepan – dijo con rabia – no voy a irme, no va a alejarme de Amelia, no lo va a conseguir.

- Muy bien, pues si así lo quieres, será por las malas - Luisita enarcó una ceja – y no seré yo quien te eche de su vida, será ella misma.

- Váyase a la mierda, viejo cabrón – soltó con rabia en el mismo instante en que la puerta de vestuarios volvía a abrirse y una Amelia totalmente alucinada miraba a Luisita sorprendida por las palabras que acababa de escuchar salir de su boca.

- ¿Puedo saber qué está pasando aquí? – preguntó echándole una dura mirada a la rubia.

- Amelia hija – habló antes de que lo hiciera la diseñadora – yo no sé que ha pasado, estaba aquí, esperándote y esa señorita ha venido y…no sé por qué ha empezado echarme de aquí y a decirme un montón de cosas, a insultarme.

- ¿¡Qué!? – soltó Luisita en shock, sin poder creer lo que estaba escuchando.

- De verdad, hija, yo solo quería darte una sorpresa y venir a verte pero no sé por qué está señorita parece tener un problema conmigo o algo – se excusaba con fingido victimismo.

- Amelia - la llamó intentando llamar su atención – eso no es...

- Chiquilla yo de verdad que te pido disculpas si he hecho o dicho algo que te haya podido molestar – siguió Tomás mirando a una Luisita que no podía creer tanta maldad – hija de verdad – volvió la vista a Amelia – no sé qué le pasa a esa chica.

- No… no Amelia - logró decir – Amelia.

- Vámonos de aquí, papá – dijo sin tan siquiera mirarla.

- Pero, Amelia – intentó agarrarla del brazo.

- No me toques – interrumpió su intento.

- Amelia, escúchame – pidió.

- No, escúchame tú a mi – continuó dura – que sea la ultima vez que hablas así a mi  Padre, mucho menos que le insultes ¿te queda claro? – preguntó sin darle opción a réplica y abrió la puerta para marcharse.

Luisita buscó su mirada un instante antes de que se marchara, pidiéndole que no se dejara embaucar por las palabras de su padre. Sin embargo, Amelia no le devolvió la mirada; escuchar como insultaba a su padre le había provocado demasiada rabia. Su padre había pasado con ella los peores momentos de su vida, la había ayudado en todo cuanto había podido y jamás la había dejado sola. No iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, le faltara el respeto, fuera quien fuera, ni Luisita, ni nadie. 

En cuanto los vio salir de allí y se quedó a solas sintió las lágrimas rodar por sus mejillas. La rabia y la frustración hicieron que comenzara a tirar todo lo que se encontraba en su camino, empotrando algunos objetos contra la pared, y pegando un grito gutural cargado de ira. En esas estaba cuando la puerta se abrió y una más que preocupada Marina no dudó en acercarse a ella y abrazarla intentando calmarla.

- Ey, ey, vale. Vale, tranquilízate – le pidió mientras la abrazaba con fuerza – cálmate Luisita.

- Me va a destrozar la vida, Marina – decía entre lágrimas – está consiguiendo lo que quiere.

- Shh. Ya está, cálmate – pidió, haciendo que la mirara para limpiar sus lágrimas – cálmate – la miró, clavando sus ojos en ella para intentar transmitirle tranquilidad - ya está – y apretó de nuevo el abrazo.

En ese momento, como si no hubiera tenido bastante, la puerta del vestuario volvió a abrirse y Amelia quedó parada viendo aquella escena, había ido a pedirle explicaciones y las encontraba tan juntas, tan cerca la una de la otra, tan abrazadas. No pudo evitarlo, dio un portazo y se fue de allí como alma que lleva al diablo.

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Pues bueno... la cosa mejora parece 🤣🤣

Pd: Gaby, prox.

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