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Vamos allá

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- Amelia, cariño, menos mal que llegas – dijo un Hugo que llegó hasta ella y la besó ante la indiferencia de la morena.

- ¿Qué haces aquí? – preguntó en tono serio y sin ganas.

- Esperarte – contestó algo extrañado por su actitud – estaba muy preocupado – le dijo – hace días que no se de ti.

- Hablamos ayer – rebatió entrando y dejando la chaqueta con desgana sobre el sofá - ¿Qué quieres Hugo?

- ¿Qué voy a querer? Ver a mi novia – continuó.

- Tu novia… ya – bajó la cabeza un segundo intentando aclarar sus ideas - ¿Cuánto tiempo dices que llevamos juntos?

- ¿A qué viene esto, Amelia? – le devolvió la pregunta.

- A que estoy harta de que me sigáis mintiendo a la cara – sentenció con fuerza – así que dime, Hugo, ¿Cuánto tiempo dices que llevamos juntos? – repitió la pregunta con la advertencia implícita de que sabía la verdad.

- Lo sabes – contestó viniendose abajo.

- Eres un hijo de puta – dijo con rabia en los ojos.

- No, espera, Amelia, espera – contestó con las manos alzadas – déjame que te explique.

- Yo creo que está todo muy claro – continuó.

- No, no lo está – rebatió – por favor, cinco minutos, Amelia, no te pido más.

- Tienes dos – se cruzó de brazos – después te quiero fuera de mi casa.

- Vale, vale – se tomó un momento para organizar sus ideas – a ver, llevo enamorado de ti desde hace años – le dijo y Amelia lo miró sin creerle – es cierto – se acercó levemente – desde que dejaste al imbécil de Fernando antes de casarte con él – continuó y la morena recordó que Luisita le había hablado de ese tal Fernando – nuestros padres son amigos y cuando tú padre me llamó porque habías tenido un accidente casi me da algo – siguió diciendo ante la impasible mirada de Amelia – me contó lo que te había pasado. Me dijo que tenías amnesia y que no se atrevía a contarte lo que te había hecho Luisita.

- Ya… claro.

- Te lo juro, Amelia – insistió – me dijo que te había dejado por no querer estar a tu lado en un momento así y me pidió que… que estuviera contigo.

- Claro y tu, obediente, accediste a montarme esta mentira – acusó.

- No, se suponía que no iba a ser así – continuó – yo iba a estar a tu lado pero como amigo, solo quería apoyarte pero tu padre lo enredó todo y te dijo que llevábamos años juntos y…

- Y tú no desaprovechar te la oportunidad – terminó por él.

- No, tampoco fue así – se lamentó – yo… yo solo quería estar a tu lado, ayudarte y pensé que quizás te podrías enamorar de mí.

- Claro porque el hecho de que soy lesbiana a ti no te importó una mierda – continuó sin pensar en sus palabras y en la profunda y natural aceptación que llevaban consigo.

- No es eso – dijo sin ser capaz de explicarse bien – yo sabía que tal vez era imposible, pero entonces tú te mostraste cariñosa y parecías que de verdad yo te gustaba y….

- Y decidiste que para qué ibas a decirme la verdad – afirmó – que ya no tenía caso ¿No? Ya estábamos juntos, ya íbamos a casarnos.

- ¡Es que no es así! – elevó el tono – no es así – repitió con un tono rebajado al darse cuenta de que empezaba a perder los nervios – Dijiste que me querías, y yo no quería hacerte sufrir, estábamos muy bien juntos, éramos felices y…

- Quiero que lo dejemos – soltó sin mirarlo y sin querer seguir escuchando.

- ¿Qué? – preguntó alucinado por aquella salida.

- Que quiero que lo dejemos, no quiero seguir contigo – repitió segura.

- Escúchame, Amelia – corrió a decir – entiendo que esto es muy fuerte para ti. Que todo esto es muy duro y muy confuso – dijo tomando sus manos, gesto que Amelia, extrañamente, no rechazó – te entiendo, de verdad, entiendo que ahora mismo no sabes qué creer, no cómo actuar.

- Hugo...

- Mira, hagamos una cosa: tómate un tiempo – sugirió – sabes que tengo que salir de viaje por trabajo – continuó – estaré fuera un par de semanas, tómate tu tiempo. Valora todo lo que hemos vivido y lo felices que hemos sido juntos y luego, a la vuelta, hablamos sobre ello.

- No sé si…

- Amelia, por favor – imploró – por este tiempo juntos nos lo debemos, nos debemos al menos pensarlo bien. Yo te quiero Amelia. ¿Acaso tú a mí no? ¿en todo este tiempo, no me has querido nada?

- Claro que sí, Hugo, lo sabes.

- Pues entonces hagamos esto – tomo su rostro acariciando su mejilla – te prometo que te daré tu espacio, pero no me dejes así, sin más, sin darme opción a intentarlo – pedía y Amelia sintió un pellizco en el corazón al verlo llorar.

- Esta bien – aceptó – pensaré en ello – y lo dijo porque realmente necesitaba prensar en todo lo que pasaba a su alrededor.

Los dos días siguientes no fueron para nada buenos para la actriz. Se mostraba ausente en el trabajo, evitando a casi todo el mundo, mayoritariamente a Luisita. No quería hace daño a nadie, mucho menos a la rubia, no quería arrastrarla a esa espiral de confusiones y dudas en la que ella misma se encontraba.

Por su parte, Luisita, se cruzaba con Amelia y quedaba mirándola con anhelo, con deseos de acercarse a ella, pero sabía que su mujer necesitaba tiempo y no quería atosigarla, ni agobiarla más de lo que obviamente ya estaba. Así que, sin que se lo pudiera y tragándose sus ganas, le dio su espacio, respetó sus tiempos. Esperó a que fuera la misma actriz quien se acercara a ella para preguntarle algo o contarle como se sentía.

En esos días, Amelia no había podido borrar de su cabeza lo que había pasado en casa de la diseñadora y la imagen de una princesita buscando su cariño la martirizaba al mismo tiempo que aquel video se repetía una y otra vez. Luchaba cada día y cada noche por encontrar algo que hiciera click en su cabeza haciéndola recuperar sus recuerdos y que estos le mostrarán un poco de luz a esa maraña de sentimientos. Sin embargo, lo único que lograba, como siempre, era un intenso dolor de cabeza y pasar la noche en vela.

- Amelia, perdona – dijo entrando en su despacho – necesito que me firmes esto albaranes.

- Sí, claro – contestó poniéndose realmente nerviosa al verla allí – trae - pidió que le diera el papel.

- ¿Cómo estás? – preguntó con cautela.

- Bien – mintió, realmente no estaba nada bien.

- Ya – bajó la cabeza y quedó en silencio.

– ¿Qué tal está Lucia? – se interesó incapaz de mantener el silencio.

- Bien, bien – contestó, algo más feliz al ver que preguntaba por su hija – es un trasto - sonrió.

- Es una niña encantadora – sonrió.

- Como su madre – murmuró, Amelia lo escuchó y bajó la mirada a aquel papel – perdona.

- Tranquila – le restó importancia. Quedó en silencio. Leyó y firmó los papeles y al levantar la mirada sus ojos chocaron con los de la rubia y, por primera vez, sintió que quería perderse en ellos y no volver nunca – Luisita yo…. – carraspeó aclarándose la garganta – me gustaría volver a hablar contigo. Sé que para ti debe ser muy difícil todo esto y no quiero que pienses que te estoy utilizando o algo – bajó la mirada al fin - de verdad necesito que sigas contándome cosas.

- Sabes que siempre estaré para ayudarte en lo que sea, Amelia – dijo tomando aire, parecía que volverían a tener otra charla como la ultima – pregúntame lo que quieras saber.

Tenis mil preguntas que hacerle. Había millones de dudas que necesitaban resolverse. Quería saber un montón de cosas sobre su vida anterior: ¿Cómo era su rutina? ¿Cómo construyeron su hogar? ¿Qué manías tenían? ¿cómo fue su primer “te quiero”? ¿Quién decidió pedir matrimonio a quien? ¿Cómo fue el proceso para tener a Lucía? ¿Cómo…

- ¿Cómo éramos en la cama? – soltó.

- ¿Eh? ¿qué? – se sorprendió, eso sí que no se lo esperaba. Cualquier otra cosa sí, pero eso para nada.

- Pues que, vamos que, tú y yo…  ¿Qué como nos iba? – continuó y aunque podría haber reculado y haber preguntado otra cosa, la verdad era que el rostro de Luisita le hizo tanta gracia que quiso seguir por ahí.

- Amelia… esto… - no sabía como contestar a eso – bueno… nos iba bien, bastante bien, sí – se removió incómoda y avergonzada.

- Ya, pero… ejem – carraspeó – ¿no puedes ser un poco más explícita?  - sonrió para sus adentros por el rostro cargado de estupor de la rubia.

- ¿Más explícita? – no podía dejar de sorprenderse – joder, Amelia, estamos trabajando, no creo que sea el lugar para…

- Por favor - pidió, y además de hacerle gracias sus reacciones, también sentía mucha curiosidad por el tema.

- Uff,  pues no sé Amelia, nos lo pasábamos bien, muy bien – se puso roja como un tomate – tú, bueno tú eres muy apasionada – se puso roja – y te encantaba hacerme el amor y a mi también, a mi también me encanta que me lo hicieras y hacértelo a ti – sentía que se acaloraba. Amelia se sonrió – nos iba muy, cero quejas – se repitió.

- Bien, eso es bueno, es importante – se percató que Luisita miraba la puerta con intención de marcharse, la frenó de nuevo – ¿Cómo lo hacíamos? – preguntó ya a bocajarro.

- ¿Cómo que como lo hacíamos? – la miró sorprendida – Amelia no querrás que te lo explique en serio - dijo totalmente roja de vergüenza.

- Pues - dijo enarcando una ceja, como diciéndole que sí quería que se lo explicara – entiende que yo no recuerdo cómo es estar con una mujer así que… ¿Cómo lo hacíamos? – repitió.

- Eh… bu… bueno, nosotras… pues… tú y yo… o sea, nosotras… - mientras comenzaba hacia gestos con las manos al tiempo que Amelia la miraba divertida, era adorable. Adorable y preciosa.

- Perdonad – interrumpió una compañera en el despacho – Luisita te necesitan en vestuarios.

- ¡Voy! – contestó levantándose “salvada por la campana” pensó – esto… ya… ya  hablamos… - le dijo a Luisita, quien no pudo evitar una carcajada al verla tan nerviosa que hasta se trastabilló antes de salir del despacho.


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RenacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora