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Agüita.

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Necesitó un tiempo para identificar qué le estaba pasando. Necesitó de unos minutos para que todos los recuerdos se le asentaran en la cabeza. Necesitó respirar profundo varias veces hasta que fue capaz de relacionar las conexiones entre ellos. Volvió a respirar con profundidad, estaba algo mareada por la cantidad de información que de golpe había aparecido en su cabeza y con toda esa información, un montón de sentimientos diferentes.

Poco a poco todo fue tomando su tempo normal. Los murmullos de los invitados llegaron paulatinamente a sus oídos y su vista comenzó a enfocar a todo lo que había a su alrededor. una lágrima recorrió su mejilla y sonrió feliz cuando sus ojos captaron a Luisita y Lucía. La pequeña jugaba con el pequeño perro mientras su madre sonreía al verla así de feliz. Se le paró la respiración. Su pecho se llenó de amor, de felicidad, de la dicha más grande que jamás sintió. No podía apartar la vista de ellas. Su mujer. Su hija. Su vida entera frente a ella y todos los recuerdos asentándose en su memoria.

Por fin, por fin podía echar la vista atrás y rememorar algún momento cualquiera de su vida. Por fin podía saber en qué se equivocó y qué aprendió de ello.

Por fin, después de todo lo pasado, Amelia Ledesma se encontró y se reconoció a sí misma.

Se levantó, como si todo aquello fuera nuevo, como si nunca hubiera sido tan feliz. Sintiendo que ese día las amaba más que nunca. Se acercó a ellas mirándolas de una forma que no las había mirado. Era indescriptible lo que sentía en ese momento. Tomó a su hija y la elevó, la miraba como si acabara de descubrirla, como si acabara de conocerla y no podía quererla más.

- Ma, guau onito - le dijo.

- Sí, mi amor - contestó con un nudo en la garganta - el perro es muy bonito - la miró embelesada - mi princesa - la besó - mi niña guapa - sonreía y la besaba.

- Cariño, ¿Estás bien? - preguntó Luisita poniéndose en pie al notarla extraña.

- Claro que sí - le contestó - perfectamente - dejó a la niña que ajena a todo lo que ocurría con su madre, protestaba queriendo ir a jugar con el cachorro. Tomó su mano y la alejó de allí - ven, que quiero decirte una cosa - dijo llevándola a la cocina donde consiguieron algo de intimidad.

- Dime - instó al ver que no decía nada.

Y no dijo nada, lo único que hizo fue besarla, besarla con el alma entera, con el corazón traspasando su pecho, profundizando el beso en un instante y abrazándola contra ella como si hiciera una eternidad que no lo hacía. Y es que hacía una eternidad que no lo hacía.

Luisita respondió al beso y aunque sintió algo diferente en ese beso, se dejó llevar por los labios de su mujer y se abrazó a ella con ganas de que la gente se marchara y se quedaran a solas.

- ¿Te pasa algo? - preguntó mirando sus ojos y encontrando en ellos un destello diferente.

- Nada - contestó sin dejar de mirarla - eres preciosa, Luisita - pronunció acariciando su mejilla.

- Estás rara y besas diferente - afirmó extrañada.

- Será por todo lo que te quiero - contestó volviendo a besarla, con la felicidad enorme de recordarla, con la alegría inmensa de no sentirse nunca más perdida.

El resto de la tarde la pasó, integra y exclusivamente junto a Luisita y Lucía obviando al resto de invitados. Simplemente le daba igual que hubiera más gente, ella solo quería estar con su mujer y su hija. Sonreía y no dejaba de repetírselo una y otra vez en su cabeza: su mujer y su hija, su mujer y su hija. ¿Cómo había podido olvidarlas?

RenacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora