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Casi había obligado a Hugo a marcharse a casa y dejarla sola una vez llegaron a su piso. No quería estar con él, realmente, no quería estar con nadie. Quería pasar esa noche por entero en la soledad que le otorgaba su piso e intentar poner en orden ideas y sentimientos que no sabía ahora como tomarse.

Cuando todo ocurrió, cuando despertó en aquella habitación de hospital sin poder recordar ni tan siquiera su nombre, se pasaba hora tras hora, minuto tras minuto, intentando que algún recuerdo llegara a ella. Se pasó noches y días enteros intentándolo hasta casi obsesionarse con ello. Cuando Tomás le fue contando cosas de su vida intentaba poner imágenes a sus palabras sin lograr absolutamente nada. No reconocía las fotos que le enseñaba, ni los lugares donde, según le había contado, había pasado toda su vida. Con el paso del tiempo, cansada de todo, fue aceptando las historias que le había contado su padre y dejó de intentarlo. Se hizo a la idea que nunca más recordaría y siguió con su vida.

Ahora, en una sola noche, venían a ella dos recuerdos que no era capaz de enlazar con nada y que lo único que habían provocado, además de mucha confusión, fue un dolor de cabeza impresionante. Aún así, no había podido dejar de pensar en ello.

Eran las siete de la mañana y ahí estaba, en el salón de su casa, con el gesto fruncido y sin poder recordar nada más. Lo había intentado, había pasado toda la noche concentrándose en esos dos escasos recuerdos que habían llegado sin avisar pero no lograba recuperar ni uno solo más.

- Sara, Sara, Sara ¿Quién coño es Sara? – se preguntaba una vez más como llevaba haciendo toda la noche – o sea, que me gustan las mujeres, soy lesbiana – repitió – o tal vez sea bisexual – se tapó la cara con las manos – o quizás fue cosa de una noche ¡Ahh joder, necesito recordar!

Daba vueltas por la casa intentando poner en claro algo. Se pasaba las manos nerviosa por la cabeza, incluso sentía unas terribles ganas de llorar. Era tal su desesperación, era tal su desconcierto que lo único que quería era llorar y llorar.

Sus pensamientos fueron a ahora a ese otro recuerdo. Ella sí había actuado antes y sí le habían aplaudido. Entonces, ¿En qué momento llegaron las malas críticas que hicieron que dejara de actuar? De nuevo un sinfín de preguntas y ninguna respuesta. De nuevo, esa angustia martilleando su mente.

Se puso en pie de nuevo, fue a la cocina, tomó un vaso de agua y bebió intentando así conseguir un poco de la tranquilidad que le faltaba, aprovechó para tomarse una pastilla para ese dolor en la cabeza que no la había dejado desde que comenzara a sentirse de aquel modo. Decidió salir a la calle esperando que la brisa del amanecer aclarara algo su cabeza. Necesitaba calmarse, respirar y encontrar la forma de encarar lo que aquellos dos simples esbozos de recuerdos podían significar.

Entre los grandes edificios de la ciudad el sol comenzaba a despuntar. Los comercios, en una extraña melodía, empezaban a darle vida a las calles. Amelia llevaba ya un rato caminando, ni siquiera era consciente de cuanto tiempo llevaba así. Sumida en sus pensamientos, entró en una cafetería céntrica, se sentó frente a la ventana, miraba a la gente pasar e imaginando sus vidas. Unas vidas llenas de recuerdos. Ellos podían echar la vista atrás y verse con claridad de niños, o recordar la primera vez que besaron a alguien, o el primer desengaño amoroso o la primera vez que hicieron el amor. Los envidiaba, los envidiaba tanto que le dolía el pecho. Porque ella no solo no podía sino que sentía una necesidad acuciante y dolorosa se hacerlo.

- ¿Amelia? – escuchó que decían a su espalda. Se volvió y un chico de su edad con una enorme sonrisa se presentaba ante ella y ella no tenía ni idea de quién era él - ¿Eres tú? – preguntó de nuevo mirándola como reconociéndola - ¡No me lo puedo creer! – rió y parecía muy contento de verla – Estaba en la barra y te he mirado y he dicho ¿es ella o no es ella? ¡Y sí que eres tú! ¡Qué fuerte!

RenacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora