Epílogo

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Llevaba un largo rato con los ojos abiertos. Acariciaba el brazo de su mujer sin dejar de darle vueltas a todo. El sol aún no despuntaba y en la casa reinaba el silencio.

- Es muy temprano, amor, vuelve a dormir – escuchó tras ella.

- ¿Cómo sabes que estaba despierta? – pronunció.

- Uhmm no respiras igual – contestó ante la obviedad – duerme.

- Jumm.

- A ver, Amelia, ¿Qué pasa? – preguntó incorporándose y por ende, la morena también se incorporó.

- Nada – bajó la cabeza – es una tontería.

- Tontería no será si llevas tres días sin dormir – la morena elevó la cabeza – que me haga la tonta no significa que no me me dé cuenta.

- A veces odio que me conozcas tanto – susurró y Luisita simplemente sonrió por su protesta - ¿Crees que soy mala persona?

- ¿Tú? – se sorprendió por aquella salida – eres la mujer más buena que conozco, ¿A qué viene esa pregunta?

- No sé, es que pienso en mi padre y no siento nada.

- Mi amor pero es normal – continuó – tu padre ha dedicado gran parte de su vida a hacerte infeliz, es normal que no sientas nada por su muerte – siguió intentando animarla – hace mucho que dejó de ejercer de padre, amor.

- Ya, no sé – se encogió de hombros – es extraño que te digan que tú padre se ha quitado la vida y sentir que es como si te dicen que un programa de televisión ha cambiado de presentador.

- Después de todo lo que nos han hecho, él y el imbécil de Hugo, que ese sí que se va a pudrir en la cárcel, creo que ha tenido un final hasta benevolente, así te lo digo – dijo firme.

- Ya, si tienes razón – continuó – estoy un poco tonta, no me hagas caso.

- Bueno, eso tampoco es nada nuevo – picó.

- Oye – protestó más risueña ahora – pero  qué poca vergüenza – dijo apresándola bajo su cuerpo.

- ¿Contigo? Contigo vergüenza ninguna – continuó – está todo bien, amor, eres una persona maravillosa.

- No eres nada objetiva – sonrió – eres mi mujer y me quieres.

- Pues sí, pero sigues siendo maravillosa – la besó - ¿Qué te parece si nos olvidamos un poquito de tu padre y me demuestras lo maravillosa que eres?

- ¿Después de lo de ayer aún tienes ganas? – se mordió el labio.

- Yo siempre tengo ganas – le quitó la camiseta – ¿tú no?

- Yo a todas horas, pero me contengo – dijo buscando piel que acariciar.

- Pues ahora no lo hagas – continuó – no te reprimas – dijo atrapando sus labios cuando Amelia llegó a su pecho.

- ¡Mamá! ¡Nat se ha vuelto a hacer pis en la cama!

- Uhmmm – cayó frustrada Amelia sobre su mujer – muy oportunas tus hijas.

- Ah, claro, ahora sin mis hijas – contestó riendo y separándola de ella – anda, vístete y vamos antes de que empiecen a pelear.

- Mmmmm – gruñó – vamos – dijo levantándose cuando escuchó a su hija mayor intentar abrir la puerta.

- ¡Mamá! ¡Mami! – gritó Lucía de nuevo - ¡Que Simba se ha subido a la cama y está chupando todo! ¡Que asco!

- Ya vamos, ya vamos – dijo Luisita saliendo ya de la habitación.

Y así comenzó el día en casa de Amelia y Luisita. Con Lucía casi preadolescente y la pequeña Natalia llenando la casa de ruidos, gritos y risas que alimentaban su alma cada día. Sonrió feliz, lo que para algunos era un horror, para ella era lo que necesitaba para llenarse de amor, vida y energías cada día.

Tras dejar a las niñas en el colegio, Luisita se encaminó a su trabajo con una sonrisa en los labios. Si se ponía nostálgica y recordaba el primer día que se encaminó al teatro la sonrisa le salía sola al darse cuenta de cuánto habían cambiado las cosas para bien.
Ella que llegó con miedo, sin ilusiones y devastada por un accidente que la separó del amor de su vida y hoy, entraba llena de amor, de ilusión y repleta de dicha por compartir su vida a su lado.

Entró al teatro y fue directa al despacho de su mujer. Llamó un par de veces y entró sin necesitar invitación. Amelia la miró y dejó todo lo que estaba haciendo para sonreír y hacerle hueco en sus piernas.

- ¿Te han dado mucha guerra? – preguntó una vez Luisi se sentó sobre ella y la besó.

- La misma de todos los días – sonrió encantada – Nat no quería entrar y Lucía me ha pedido que no le dé un beso.

- Ah sí, me lo hizo ayer – recordó – que le da vergüenza dice.

- No puedo creer que ya esté entrando en esa edad – suspiró – dentro de nada nos odiará.

- Uhmm se nos hacen mayores – se escondió en su cuello.

- Sí… - sonrió por los besos recibidos – dicen que quieren venir esta noche al teatro, que quieren verte de nuevo – continuó.

- Bueno, es viernes, podemos dejarlas venir – dejaba de besar el cuello de su mujer.

- Ujum, y creo que Lucía quiere seguir tus pasos y ser actriz – se estremeció cuando una de las manos de Amelia acarició por debajo de su camiseta la piel de su espalda.

- Me dijo una de las madres que están haciendo un grupo de teatro – contestó – podríamos apuntarla y ver que tal.

- Uhm vale – Amelia mordió el lóbulo de su oreja y ella cerró los ojos.

- Se nos hacen mayores – susurró.

- ¿Y si intentamos tener otro? – sonrió pícara.

- ¿Quieres tener otro? – dejó lo que estaba haciendo y la miró.

- Uhm – se levantó con movimientos felinos – bueno, podríamos retar a la biología – echó a un lado todo lo que Amelia tenía sobre la mesa – e intentar dejarnos embarazadas la una a la otra – todo esto lo decía mientras se quitaba la camiseta, se sentaba sobre la mesa y abría las piernas incitándola.

- … - Amelia se mordió el labio deseosa – ¿es un eufemismo para tener sexo en mi despacho o de verdad quieres tener otro hijo?

- Uhm… - se echó hacia atrás un poco más – podríamos pensar lo de tener otro hijo – anunció – pero luego, ahora sí que quiero sexo – Amelia se levantó con movimientos terriblemente lentos – me he quedado con las ganas esta mañana – dijo jugando con su pelo.

- Cariño….

- ¿Qué pasa? ¿No te pone esto? Porque a mí, sí, mucho.

- Y tanto que me pone – dijo tomándola de las rodillas y dándole un pequeño empujón hacia ella. Luisita soltó un gemido – tú me pones.

- Pues… demuéstralo, ¿No?

**

- Mamá, ¿esto para qué es? – preguntó Lucia en el camerino de Amelia mientras está se preparaba para la actuación.

- Es un corpiño, mi vida y va debajo de la chaqueta que me tengo que poner -  le explicó.

- ¿Y cuando yo sea actriz me lo podré poner? – preguntó poniendo sobre su ropa y mirándose al espejo.

- Si, cariño, cuando seas mayor, MUY mayor te pondrás algo como esto – dijo sonriendo – y ahora déjalo donde estaba que como venga tu madre y vea que has trastocado su perfecto orden de vestuario nos mata a las dos – advirtió con risas. Justo en ese momento, la rubia cargando con la pequeña Nat entraban al camerino. Lucía tiró el corpiño hacia la morena – pero ..

- Ha sido mamá – soltó la niña señalando a su madre.

- ¿¡Cuántas veces tengo que decir que el vestuario no se toca hasta que tengáis que usarlo!? – pronunció soltando a la pequeña se fue directa a una Amelia que la sentó sobre sus piernas.

- Mami, ma se enfada – dijo la pequeña rubia al oído de Amelia.

- Tranquila, cariño, en seguida se le pasa – sonrió – si tu madre es una blanda.

- Te he oído – dijo Luisita comprobando que el vestuario estaba en perfecto orden.

- Eso pretendía – afirmó.

- Jaja muy graciosa – se burló.

- ¿Yo? De siempre, mi amor.

- De siempre, dice – se rió – háztelo mirar ¿eh? Qué andas mal de la memoria.

- Pero… - se sorprendió por el chiste y automáticamente Luisita se echó a reír – ahora verás – a por ella, Nat, cosquillas a mamá – ambas saltaron entre risas sobre la rubia quien reía entre protestas. Lucía se unió a ellas defendiendo a la rubia y todo fueron risas y alegrías en aquel camerino.

***

Sobre el escenario, con todos los espectadores absolutamente embelesados. Con los focos sobre ella y la adrenalina bailando en casa poro de su ser. Amelia recitaba las últimas líneas de aquel texto que tan bien conocía. Cuando acabó, hubo un instante de silencio. Un segundo embriagador donde no se escuchó ni una mosca y finalmente, el atronador sonido de los aplausos.

Sonriendo emocionada ante la ovación recibida, Amelia Ledesma, consagrada actriz y con una de las mayores proyecciones del país miraba a su familia que, en la séptima fila del patio de butacas, sonreían y vitoreaban aplaudiendo sin parar. Con un gesto las invitó a subir con ella y las niñas no tardaron en correr hacia la morena.

Cogió a la pequeña en brazos y se abrazó a la mayor. Los aplausos se hicieron más sonoros ante la tierna escena y las tres hicieron señas a una Luisita que algo reticente, subió al escenario con ellas. Amelia la miró, Luisita le devolvió la mirada y como siempre, no hubo nada más. Sus pupilas gritaban “te quiero” sus sonrisas se ensancharon antes de unir sus labios en un tierno y dulce beso.


Según la ciencia: La memoria es una función del cerebro que permite al organismo codificar, almacenar y recuperar la información del pasado.

Según la psicología: La memoria es una función cerebral que interviene en todos los procesos de aprendizaje del ser humano. Es vital para la supervivencia del individuo como lo ha sido para la supervivencia de la especie.

Para Amelia, sin embargo, la memoria era otra cosa. Porque perderla le enseñó que, a pesar de que en su cerebro, las puertas a los recuerdos estaban cerradas, en realidad estaba llena de ellos.

Porque su corazón y su alma, que eran de ella y solo de ella, recordaron a su dueña con solo verla. Porque fue con Luisita, con ella que era, es y siempre sería su mujer, su amiga, su amante, su confidente, su gran amor, fue con ella que su corazón latió de nuevo. Fue con esa rubia pizpireta y de ojos hermosos que su alma volvió a la vida en el momento en que cruzaron sus miradas.



“El olvido está lleno de memoria”
Mario Benedetti.


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