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No sabía como, ni en qué momento, pero al final, había aceptado organizar aquella cena en su casa. Lourdes se había encargado de convencerla aludiendo que su casa era la más grande y que así, no tendrían que estar buscando un buen restaurante donde les reservaran mesa o tuvieran que guardar la compostura. Así que ahí estaba, despidiendo al catering que entre todos habían decidido contratar y terminando de prepararse para la llegada de los invitados, junto a Lourdes quien se había ofrecido a ayudarla.

A las diez en punto de la noche, los invitados comenzaron a llamar y fueron saludando y comenzando diversas conversaciones. Ella paseaba de un lado a otro del salón a la espera de la diseñadora. Desde aquella charla en su despacho no había vuelto a hablar con ella y comenzaba a echarla de menos.

- Ya están aquí – anunció Lourdes a su oído y Amelia miró hacia la puerta. No se esperaba, para nada, el plural de aquella frase.

- Genial – protestó para sí misma viendo con quien venía.

Saludando a los presentes y haciendo las presentaciones pertinentes, Luisita y María se movían por allí mirando todo lo que habían organizado. La rubia parecía mostrarse nerviosa y tensa, mientras que María, a su lado, intentaba calmarla.

- Buenas noches – saludó intentando que le saliera natural – me alegro de verte – dijo  a María.

- Igualmente, Amelia – contestó.

- Hola, Luisita – dijo a la diseñadora que parecía más interesada en averiguar donde dejar su abrigo que en saludarla.

- Hola – contestó evitando mirarla demasiado o le saltaría a la yugular. Estaba radiante, hermosa a sus ojos. Maravillosa - ¿Dónde dejamos los abrigos?

- Por aquí, venid – les dijo haciendo que las siguieran. Entraron en una de las habitaciones de invitados donde un montón de abrigos y chaquetas reposaban sobre la cama - ¿Con quién has dejado a Lucía? – se interesó.

- Con la canguro – contestó, al menos Amelia preguntaba por su hija.

- Podrías haberla traído – continuó hablando – así la veo.

- No me parecía correcto traerla – contestó – pero puedes verla cuando quieras – miró directa a sus ojos - es tu hija – apuntó con intención.

- Sí, claro – dijo una vez más, como tantas otras, bajando la mirada.

- Voy a ir a por una copa de vino – les anunció, viendo que tal vez sobraba en aquella habitación.

- Te acompaño – se escabulló con ella Luisita, que no se veía capaz de quedarse a solas con Amelia.

En la siguiente hora y media, Luisita se concentró en charlar con todos los demás, excepto con ella y aquello, estaba empezando a molestarla sobremanera. Durante la cena, tres cuartos de lo mismo, la rubia se limitaba a hablar con María, que empezaba a parecerle un molesto grano en el culo o con Marina.

Centrando su mirada y su atención en la diseñadora, Amelia pudo ver cómo la ingesta de alcohol de Luisita era bastante más elevada que la del resto de sus compañeros. Pese a que Maria intentaba evitarlo, la rubia se encargaba de rellenar su copa una y otra vez.

Acabada la cena y con algo de música, Amelia se encontraba en uno de los laterales, casi se diría que aislada del resto y no podía quitar los ojos de Luisita quien ahora, en mitad del salón, bailaba con uno de los chicos de sonido y ambos reían a carcajadas.

- ¿Qué haces aquí tan sola? – preguntó María llegando hasta ella con una copa en la mano.

- Nada – respondió a la pregunta algo molesta.

- Ya – contestó – para ser esto una fiesta estás bastante seria ¿no te diviertes?

- Pues no mucho, la verdad – contestó a decir mirando a la diseñadora que en esos momentos había cambiado su pareja de baile por una femenina, concretamente la de Marina. Se volvió algo más seria cuando escuchó una sonora carcajada de María - ¿Puedo saber qué te hace tanta gracia?

- Nada, nada – dijo mientras la risa iba remitiendo – solo que hay cosas que no cambian.

- ¿A qué te refieres? – quiso saber.

- Pues a tus celos - le dijo, Amelia la miró enarcando una ceja “¿qué coño sabía ella?” pensó molesta – no te enfades, va – dijo con demasiada familiaridad, una que a la actriz la desconcertaba – pero es que pones la misma mirada que me ponías a mi cuando Luisi y tú empezasteis.

- No estoy celosa – contestó irónica intentando negar lo evidente.

- Mejor – contestó aún sin creerle – porque no deberías. Luisi no tiene ojos para nadie más.

- Ya – bajó la mirada.

- La cuestión aquí, Amelia – la encaró – es para quien tienes ojos tú.

- No sé qué…

- Mira, yo sé que todo esto para ti tiene que ser durísimo y que probablemente no me pueda ni llegar  imaginar el lío que tienes en la cabeza – afirmó – pero esa chica de ahí – señaló a Luisita – vive esperando que vuelva su mujer.

- Yo…

- Está teniendo mucha paciencia – siguió – para ella tampoco es fácil, así que no te cabrees si un día como hoy, en una fiesta, se toma una copa de más y se divierte sin pensar en ti, para variar.

Dicho esto y dejando a Amelia con la palabra en la boca, se alejó de ella y llegó junto a la rubia quien entre risas la jaleó para que bailara con ella.

Desde su posición, Amelia, con semblante serio, las miraba sin saber muy bien qué debía hacer. Se preguntaba si no estaba siendo egoísta con Luisita. Ella buscaba a la diseñadora para preguntarle cosas se si vida y quizás estaba tan enfocada en eso, que no había estado haciendo demasiado caso a los sentimientos de la rubia y al daño que podría estar haciéndole. Quizás debería tomar algo de distancia con ella. Pero por alguna extraña razón, algo le impedía separarse de la rubia.

Cerca de las dos de la madrugada, los invitados comenzaron a marcharse. Unos directos a casa, otros a seguir la fiesta en algún local de moda.

- Me parece que a esta señorita no hay quien la levante – escuchó que le dijo Lourdes a María.

- Pues vamos a tener que despertarla – contestó mirando a una Luisita que dormía en el sofá – tendré que llevarla a casa - se acercó hasta donde reposaba su amiga – Luisi… - dijo llamándola sin obtener respuesta – Luisi…

- María, déjala – la paró – creo que será mejor que la dejemos dormir aquí.

- No me parece prudente – contestó mirando a Amelia, quien miraba la escena desde un segundo plano.

- Por mí puedes estar tranquila – habló acercándose a ellas – no me importa que duerma aquí – continuó.

- Sigo pensando que no es lo mejor – contestó mirándola – además, la niña.

- Según me ha dicho ha contratado una canguro – informó – me encargaré de llamarla y decirle que se quede hasta mañana.

- Venga, vamos, María – le dijo Marina tomándola del brazo – estará bien – le susurró.

- Supongo que no puedo decir nada – se dio por vencida, yendo hacia la puerta junto al resto acompañadas de Amelia - ¿puedes decirle que me llame mañana, por favor?

- Se lo diré – contestó con la misma calma con la que hablaba María – Hasta luego.

- Hasta luego – se despidió llamando ya al ascensor.

Cuando cerró la puerta y el silencio inundó la casa. Se apoyó en la madera respirando profundo. Luisita estaba en su casa, en su sofá y pasaría la noche allí. Suerte que estaba dormida. Tomó aire y tras cerrar con llave volvió al salón, donde se sorprendió al ver lo que se encontró allí.

- ¿No estabas dormida? – preguntó al verla sentada en el sofá, con una sonrisa pícara.

- Nop – contestó negando con la cabeza.

- ¿Entonces porqué has dejado que se fueran? – preguntó de nuevo, sin tener ni idea de las intenciones de Luisita.

- Psss…  – dijo elevando los hombros, sin dejar de mirarla.

- Ya, pues, yo me voy a acostar – anunció.

- Espeeeraa – la paró, levantándose del sofá – que te quiero contar una cosita – dijo acercándose a ella, Amelia temió aquella mirada - ¿No querías saber como hacíamos el amor? – dijo sugerente, segura y desinhibida – pues he decidido que mejor que contártelo, te lo demuestro ¿no? – continuó diciendo quitándose los botones de la camisa.

- Luisita, Luisita – dijo parándola – venga anda, vamos a dormir ¿sí?

- Nop – negó – nada de dormir – se acercaba – tú y yo vamos a hacer otras cositas – elevó varías veces las cejas.

- Luisita, por favor – pidió viendo como la rubia se quitaba la camisa, quedando ante ella en sujetador y acercándose peligrosamente a una Amelia que en esos momentos no sabía donde meterse, aunque la pregunta era clara: ¿realmente quería meterse en algún lado? No, pero no podía hacerle eso - Va, Luisita, vístete.

- Umm – la abrazó – mi amor… - intentó besarla.

- Luisita, venga – volvió a pararla, no quería aprovecharse de la situación.

- Nooo – dijo abrazándola más fuerte y consiguiendo llegar a su cuello, el cual besó con lentitud. Amelia cerró los ojos ante el contacto  – eres mi mujer, aunque no te acuerdes y te necesito – decía entre besos – y sé que me deseas, lo veo en tus ojos, mi amor.

- Luisita – y aquella vez no fue para pararla. No fue para alejarla, sino que pronunció su nombre sintiendo cómo le gustaban esos besos, como le excitaban esas manos que habían logrado meterse bajo su camisa.

- Sí – dijo orgullosa de su hazaña – sé que esto te excita – dijo besando justo tras el lóbulo de la oreja, lugar que ni siquiera la morena sabía que le pusiera tanto. Amelia cerró los ojos con fuerza e intentó no emitir un suspiro mayor – y esto también – susurró en su oído, llegando con una de sus manoa a su pecho y comenzando a jugar con él sobre el sujetador.

- No me hagas esto – susurró con todas sus barreras ya derrumbadas – Luisita.

- Déjame hacerte el amor, cariño – volvió a susurrar en su oído paseando su lengua por aquel punto tan sensible para la actriz y que tan bien conocía Luisita, una vez más Amelia cerró con fuerza los ojos pero esta vez no pudo ahogar el gemido– déjate hacer – murmuró con una sensualidad que erizo aún más a una Amelia casi desarmada – te quiero y tú me deseas - seguía atacando – sé que me deseas – continuó con su tortura, besando ahora su cuello, continuando con las atenciones en el pecho ya sobre excitado de la morena quien no podía moverse, que cerraba los ojos y respiraba ya con dificultad - Vamos, mi amor – cogió la mano de la actriz y la llevó hasta su propio pecho. La miró fijamente y mirándola y disfrutó de cómo ella cerraba los ojos al contacto de aquella parte de su cuerpo – sé que quieres hacerlo.

Luisita sabía que quizás estaba jugando con fuego, pero es que necesitaba sentirla entre sus brazos de nuevo, anhelaba con desazón amarla como siempre la había amado.

Sabía que su atrevimiento se debía un poco al alcohol, pero también tenía que reconocer que no había bebido tanto como para no ser consciente de lo que hacía.

Amelia sintió como se le aflojaban las piernas en el mismo momento que Luisita, allí, en mitad del salón, consiguió abrió sus pantalones y metió la mano entre sus piernas por encima de la ropa interior, al tiempo que seguía besando su cuello con ansias.

- ¡Joder! – gimió Amelia al sentirla allí, perdida ya, excitada como nunca al sentir sus caricias.

Y es que nunca se había sentido de ese modo. Que ella recordara, no había estado tan excitada nunca antes en todo ese tiempo hasta ahora. Las caricias de Luisita la estaban volviendo loca y los embistes de la diseñadora le nublaban la razón completamente.

- Me encanta saber como te pongo – susurró acariciando su sexo, sabía que hablarle de ese modo la excitaba mucho más – estás tan guapa así, tan excitada… tan caliente…

- Ughh – gimió guturalmente sabiendo que ya nada podía hacer para parar aquello, mucho menos cuando Luisita, en un movimiento certero, sorteó la barrera de su ropa interior – ahhh – volvió a gemir al sentir las caricias directas en su coño.

Luisita sonrió orgullosa, excitada, imparable. Había estado imaginando ese momento desde que le dieran de alta y ahora quería disfrutarlo completamente.

- Me voy a morir – susurró con voz ahogada una Amelia que no dejaba de gemir una y otra vez pues Luisita, experta en saber llevar al límite a su mujer, no le daba tregua alguna.

- No te vas a morir, mi vida – susurró de nuevo mordiendo le lóbulo de su oreja.

- Vamos a la cama – pidió una vez había llegado a un punto sin retorno.

Luisita la miró. Sonrió con malicia y antes de comenzar a andar la besó con rabia, con pasión, hundiendo su lengua en la boca de su amante que la recibía con ansias. Fue un beso furioso, teñido de amor, lleno de necesidad mientras las manos no dejaban de torturar el cuerpo de la morena.

A trompicones, entre luchas de cuerpos y bocas hambrientas, consiguieron llegar al dormitorio mientras la ropa había ido cayendo por el pasillo. Se encontraron frente a la cama, con las respiraciones totalmente entre cortadas y la excitación al límite.

La rubia se separó, dándole una tregua a Amelia quien respiró con profundidad. Se miraron a los ojos, quizás como última oportunidad de echarse atrás, pero ya habían cruzado el límite, ya habían pasado el umbral de lo razonable. Habían dejado de pensar en lo que pasaría mañana, puesto que en esos momentos el mañana no existía.

- Ven aquí – y ahora fue Amelia la que se abalanzó sobre Luisita, besándola con todas sus ganas, nublada por el deseo.

Cayeron en la cama librando una autentica lucha por sentirse más, por arrancarse más gemidos, por besarse más y más profundo.

La rubia llegó a sus pechos, acariciando uno y saludando al otro con su lengua, escuchando de nuevo la música celestial que en esos momentos eran los gemidos de su mujer, quien desbocada sobre el colchón, la apretaba más contra su cuerpo.

- Dime que te gusta – pidió con apremio volviendo a su boca mientras una de sus manos bajaba de nuevo a su sexo.

- Agg… me gusta – la besó con furia, clavando sus dedos en su espalda.

- Dime que me deseas – volvió a pedir mordiendo su mentón.

- Te deseo – contestó emitiendo un nuevo y lánguido gemido – joder te deseo demasiado – volvió a decir… - ahh… ahh… Luisita – gemía una y otra vez sintiendo las caricias recibidas – quiero… uhmmm… quiero tocarte.

Viéndola totalmente rendida a ella, la diseñadora se dio la vuelta quedando ahora bajo Amelia, quien, mirándola a los ojos, no supo qué hacer en ese momento. Luisita, consciente de su confusión tomó su rostro y lo llevó a su propio pecho, indicándole lo que quería que hiciera.

- Tócame, Amelia – pidió suspirando – bésame, acaríciame – repitió sintiendo el primer saludo de la lengua de su mujer en su pezón – así… - gimió – así…

- Me encanta - murmuró lanzándose totalmente a su pecho, dejando pequeños mordiscos en los pezones.

- Aquí – dijo llevando la mano de la actriz hasta su entrepierna – así – pidió totalmente fuera de sí al sentir a su mujer hacerse dueña de su sexo – fóllame, Amelia.

- Ohh – se sorprendió por la grandiosa excitación que encontró – vas… vas a tener que ayudarme… - dijo en un susurro al quedarse sin saber qué hacer, aunque por instinto movió su mano ligeramente entre sus pliegues.

- Así… a…uhmm… así – le hizo saber que aquello era lo que pretendía – un… un poco… ¡jodee! Un poco más rápido – decía entre gemidos, logrando que Amelia le diera velocidad a sus caricias.

Aprendiendo. Re-aprendiendo y siguiendo las directrices que la rubia le iba dando, Amelia fue dejándose llevar, acariciando y besando a una Luisita que ya se encontraba al borde de la locura.

De nuevo en un movimiento rápido, quedaron sentadas sobre el colchón, la diseñadora se encargó de unir sus sexos y ambas gimieron con fuerzas. Sin dejar de besar sus labios, su cuello, el nacimiento de su pecho pecho para volver a su boca, comenzaron un movimiento de vaivén, al principio lento, para ir acelerando sus caderas, haciendo de esa fricción algo furioso que las llevaba a un inminente orgasmo en el que estallaron entre gritos, jadeos, besos y una lágrima que escapó osada de los ojos de la rubia.

Cayeron vencidas en el colchón. Sin hablar, exhaustas, plenas pero sobre todo sin poder o querer decir una sola palabra que pudiera estropear el momento. Luisita se escondió en su cuello, abrazándola con la necesidad de quedarse allí toda la vida. Amelia acariciaba su espalda al tiempo que intentaba recuperarse y volver a su respiración normal.

Ninguna decía nada, ninguna quería atreverse a buscar los ojos de la otra por miedo a lo que allí encontrarían. En sus mentes tan solo una pregunta que se repetía reprochándoles su rebeldía: “¿Y mañana qué?”

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Buenas noches. Dulces sueños 😘😘

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