Capítulo 5.

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Empecé a observar mi figura tan seguido frente al espejo cuando veía en las redes sociales a las chicas presumiendo un perfecto abdomen. Deseaba tenerlo y fue entonces cuando empecé a obsesionarme por las medidas de mi cuerpo. Hace dos años, a mis diecisiete, caí en cuenta que me vería mejor para otros si lograba el prototipo de cuerpo que deseaba, entonces por casi un año hice ejercicio, pero seguía inconforme con mi figura. Fue hace seis meses atrás que decidí cambiar métodos y fue como pasé de una cintura de ochenta y dos centímetros a una de sesenta y cinco.

Lo acepto, no fueron los mejores cambios. Dejé de comer, me salte comidas, inventé falsos malestares solo para vomitar sin alarmar a otros y forcé a mi cuerpo día a día sin descanso hasta lograr ese abdomen plano que tanto envidio en otras.

No importa cuanto haya logrado bajar en medidas o que tanto daño le haya hecho a mi cuerpo por no estarme cuidando. Sigo obsesionada con las medidas en mi cintura, sigo enojándome cuando por razones normales mi vientre se hincha ya sea después de una comida o cuando tengo la menstruación, es completamente normal esa hinchazón y con las horas o los días pasará, pero yo seguiré enojándome y sintiendo que tengo un cuerpo horrible. Solo soy feliz en las mañas mirando lo plano que puede verse.

Tengo una cinta métrica de color rosa a la cual acudo cada mañana después de vestirme para medirme. Eso hago justo ahora, medirme a primera hora y sin haber comido es la mejor parte. Hoy he amanecido con un sesenta y tres. Eso es bueno, muy bueno, aún puedo bajar más esa medida. Creo que puedo saltarme el desayuno.

Me acomodo la camisa y salgo de la habitación con mis manos bajo la misma. El vientre de las mañanas siempre será el mejor. La sonrisa no abandona mi rostro mientras continúo pasando con cuidado mis manos sobre mi cintura y Nick nota eso.

—¿Qué pasa? —me echa un vistazo mientras empezamos a bajar las escaleras. Frunce el ceño al intuirlo— ¿Te has medido?

—No.

—Erin...

Sencillamente no puedo mentirle.

—Quizá... —respondo y me aproximo al comedor.

Él se sienta a mi lado— ¿Por qué sigues haciéndolo?

No puedo parar. Siento la necesidad de hacerlo todos los días.

—No lo sé, Nick. Parece que se volvió parte de mi rutina.

—Pues saca eso. Es estúpido. Así estás bien. Sabes que...

—Nick. —le paro cuando Yaya se acerca con los platos— Muchas gracias —agradezco y la veo alejarse.

Mi sonrisa desvanece al ver la cantidad de comida que me ha servido solo para el desayuno. Genial. Voy a quedar llena a más no poder.

—No vas a levantarte de ahí hasta que te comas todo. —Nick me advierte— Esas noches en las que te vi sufriendo por ser tan descuidada se acabaron. No voy a soportarlo más y si sigues en lo mismo voy a tener que contarlo, ¿entendido?

Asiento y empiezo con el desayuno mientras Nick me observa con cuidado como si necesitara cerciorarse de que en ningún momento esconderé la comida para botarla, eso sí que no.

Entiendo su pensamientos y actitud. Nick fue el único que tuvo que estar conmigo cuando mi cuerpo débil por falta de proteína y alimentación se desplomaba. Nick tuvo que verme noches enteras llorar por el dolor en mi abdomen, tuvo que soportar las noches en las que por obligación si tuve que vomitar pues mi estómago se había vuelto pequeño y ya no soportaba las cantidades que ingeridas. Hubo ciertas ocasiones en las que me llenaba de tantos gases que sentía ahogarme, pero no podía contarlo pues si lo hacía mamá y papá me castigarían. Tuve que aguantar esas noches en mi habitación mientras Nick conseguía medicamentos y preguntaba que podía hacer para ayudarme a mejorar. Aún no estoy del todo bien, aún me cuesta comer y que mi organismo reciba todo de forma correcta.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora