Capítulo 28.

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Me tiro de espaldas contra el sofá y dejo el control de la consola a un lado. No entiendo cómo terminé tan enviciada a los juegos y es que pasé toda la tarde jugando mientras Alexander hacia aseo o simplemente dormía. Ahora creo que está en la cocina.

Me encamino hasta allí porque ya no quiero jugar, pero no quiero quedarme aburrida y tampoco quiero ir a casa. Lo veo mirando los alimentos que hay dentro de la nevera.

—Cerebro, ¿qué vamos a hacer esta noche?

Él se gira para verme— Lo mismo que hacemos todas las noches Pinky.

Me rio y después le sonrió casi que como agradecimiento por seguirme el juego.

—Creo que podría hacer estos muslos de pollo. —saca una bandeja con varios muslos— Están pequeños, podría hacer varios y bañarlos en una buena salsa.

No estoy muy convencida, es solo que no tengo mucha hambre. No estoy tratando de tener un vientre plano y vacío otra vez, es solo que desde el almuerzo me he sentido como con indigestión o con unos leves dolores, no quiero arriesgarme a más tarde quedar demasiado llena y terminar buscando soluciones para aliviarme. No importa cuánto me esfuerce o cuánto lo piense, el vómito siempre me resulta la manera más fácil y rápida de volver a sentirme bien, realmente no quiero volver a llegar a ese punto.

—¿Qué dices? ¿Hago los muslos o prefieres otra cosa?

—Si quieres hacerlos está bien. Yo después iré a casa y cenaré allá, le pediré a Yaya que me haga algo ligero.

Él pone la bandeja sobre el mesón y se cruza de hombros, parece molesto— ¿Vamos a volver a lo mismo otra vez?

—Estoy comiendo bien, Alexander.

—Son las nueve de la noche, Erin. Si no comes aquí nadie me asegura que llegues a comer a casa.

—Pues yo te lo aseguro.

Él suspira— No tengo alientos para debatir sobre eso. Decide qué quieres comer y después avísame —dice, saliendo de la cocina.

—¿A dónde vas?

—Saldré cinco minutos como mucho mientras decides qué es eso "ligero" que quieres.

—¿Vas a prepararme lo que sea?

—Sí, lo que sea. —se revisa los bolsillos y después va hasta su habitación. Cuando regresa lo veo con una cajetilla de cigarrillos— No voy a tardar. —me hace saber, pero yo me adelanto a cruzar la puerta— Joder, Erin. —refunfuña— Ya te dije que no te vas hasta comer. ¿Qué dirán tus padres al ver que pasas todo el día aquí y no te alimento? —se ríe, pero yo ya me siento molesta.

¿No podía terminar el día sin fumarse un maldito cigarrillo?

Sé que Viviane le dijo hace unos minutos que no vendría esta noche a casa, apuesto a que va a aprovechar la noche para fumar todo lo que quiera.

No es mi problema, es su vicio, pero, ¿no sé da cuenta el daño que eso le hace?

—No me apetece quedarme a cenar con alguien que va a apestar a tabaco.

—Nunca apesto a tabaco. —gruñe— Y ya entra a la casa.

—No quiero —no puedo irme a la mía porque él no abre el portón.

—Nunca hemos tenido problemas con que yo fume. ¿Qué pasa ahora?

—No te estoy peleando por eso todos los días, pero sabes muy bien que me desagrada.

—Sí, lo sé. —dice, guardando la cajetilla en el bolsillo de su pantalón— Entra y cena conmigo que no voy a estar apestando a tabaco.

Pero aún tiene la cajetilla, puede fumárselos en cuanto me vaya.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora