Capítulo 11.

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Alexander no me obligó a responder y nos quedamos en silencio hasta que yo terminé de comer. Ahora vamos en un auto rumbo a casa, estamos a punto de llegar, él y yo aún no hemos cruzado palabras desde el centro comercial. Le ha dicho al conductor que nos deje en la calle estrecha y eso hace. Me apresuro a bajarme mientras Alexander paga por el recorrido.

—Erin, espera por favor. —después de que el auto se va, él corre hacia mí hasta quedar a mi lado— Para, en serio. —dice, tomándome del brazo— Estás enojada, no voy a dejarte ir así.

—Me comí todo lo que querías. Tú mencionabas el tema y yo comía, eso era lo único que importaba de esta salida, ¿no? Pues ya lo hemos hecho así que yo ya quiero irme.

—Erin...

—¡¿Qué?! —grito, soltándome de su agarre— ¿Por qué no te puedes tomar un momento para entender como me siento? Estoy triste, avergonzada y tan llena de cólera como no tienes idea. Tú no tenías que contarle a Nick lo de los chicos con los autos y él no debía contarte lo que... bueno... eso.

—Él se preocupa por ti.

—¡Estoy tratando de solucionar lo de las comidas! ¿Crees que lo hago por gusto? ¿Crees que me gusta esa llenura que me hace sentir ahogada? ¿Crees que me encanta sentir el ardor en mi garganta cada que mi cuerpo me obliga a vomitar? ¿Crees que me siento bien cuando me lleno de dolores desde el vientre bajo hasta mi pecho solo por haber comido? ¡¿Crees que me agrada que sepas esas cosas de mí?!

Alexander se queda desconcertado al tiempo que tantea mis palabras. Ninguno de los dos habla. No puedo moverme y solo tengo ganas de llorar porque me siento demasiado llena, pero no quiero correr a casa, esta noche y lo cierto es que ninguna de las otras veces lo quise hacer. Inclino mi cabeza y cubro mi rostro con mis manos.

—No es justo que sepas esas cosas de mí. Siempre he tenido miedo que alguien descubra lo patética que soy y ahora tú lo sabes.

Lo siguiente que siento son los brazos de Alexander rodeándome. Siempre huele demasiado bien. Aprieta el agarre y yo bajo mis manos para abrazarlo. Me siento muy endeble. Nunca me hubiese gustado confesar mi lado más débil o vergonzoso, digo, ¿a quién le gustaría algo así? Pero extrañamente me siento un poco aliviada de tener una persona con la cual no tengo que seguir fingiendo que me siento por menos del deficiente.

Alexander besa la parte superior de mi cabeza y acaricia mi cabello— Tienes razón, no es justo. Deberíamos nivelar la balanza, ¿no lo crees?

Alejo mi rostro de su pecho y lo miro— ¿Huh?

Él suspira— Sentemos —seguido de esto deja de abrazarme y empieza a caminar hacia la banca.

El farol del posta está parpadeando con debilidad. Esta calle estrecha y esa banca parecen haberse vuelto nuestro lugar. Me siento a su lado y aguardo en silencio a que él decida continuar.

—A mis quince años empecé a consumir drogas. No fue buscando un escape o algo parecido, solo fui un crio siguiendo la moda de probar algo diferente. A los dieciocho años ya no me servía tanto la marihuana, no me hacía nada, eran un básico chiste asique quise algo nuevo, algo más potente y entonces empecé con la cocaína, la oxicodona o algún barbitúrico, pero lo que me volvió un terrible adicto fue la heroína, estuve por varios meses enganchado a eso.

Alexander empieza a pasar sus manos sobre su pantalón. Intuyo la incomodidad que tiene. Le avergüenza hablar del problema que tuvo.

—Me salí de casa porque mamá ya no podía lidiar conmigo y lo cierto es que tampoco quería que viera la porquería en la que me había convertido. Yo era solo un saco de huesos deambulando mientras pensaba como iba a conseguir la droga del día. Estuve por semanas en las calles, metiéndome en problemas o haciendo idioteces por siquiera una sola dosis.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora