Capítulo 34.

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Alexander Hosk.

Erin ha salido casi que corriendo cuando le he hecho las dos preguntas. Lo único que me dijo fue "la cita es lo que importa ahora" Ni siquiera me ha esperado, solo ha empezado a correr sin más. Es tontamente hermosa y lo es aún más si se pone nerviosa.

Espero él se esté fijando en lo valiosa que es Erin.

Por suerte sé el apellido de la doctora que atiende a Erin pues Mark me lo ha dicho. Después de preguntar por el consultorio camino y me siento frente a la puerta, esperando que Erin salga, creo que ya está en consulta pues no la veo por algún otro lado.

Pasan veinte o quizá más minutos en los que continúo con la espera. La puerta del consultorio se abre y veo a la doctora salir, ella me mira, mira al pasillo y vuelve a mirarme.

—¿Tiene consulta conmigo? —me pregunta.

Niego con un movimiento de cabeza— Espero a una paciente.

—¿A Erin?

—Sí señora.

—Qué bueno que ha venido acompañada.

Me pongo de pie— ¿Por qué? —pregunto algo preocupado.

—Siga, por favor —pide, haciéndose a un lado para que yo entre.

Enfoco mi vista en los dos asientos frente al escrito de la doctora, pero Erin no está ahí, está en el sofá, con las piernas doblas y ocultando su rostro. Solloza y se abraza a sí misma. El miedo me llena por un extraño motivo. ¿Por qué está así? ¿Qué ha pasado? ¿Qué le han dicho?

Después te digo si moriré pronto o no.

No...

A grandes zancadas me siento al lado de Erin. Le acarició el brazo buscando que ella sepa que estoy a su lado— Erin, —la llamo— ¿qué pasa, cariño? ¿Qué tienes? —intento que me mire, pero ella se niega, continúa con la cabeza inclinada hacia sus piernas— Cariño, —susurro, intuir que está mal me pone peor— ¿por qué lloras?

La doctora se para frente a nosotros— Puede que esté muy sensible, hay días en los que entramos en crisis casi que por tonterías.

—No es una tontería —escucho la voz de Erin quebrada.

—Se ha puesto así solo porque le he dado unas recomendaciones, de hecho, creo que dejó de escucharme hace rato.

—Cielo. —me inclino un poco— Vamos, Erin, mírame. —le pido. Esta vez trato de casi obligarla a qué me mire— Dime que tienes.

Ella mueve la cabeza hacia un lado y finalmente me deja ver su rostro. Me rompe el corazón verle los ojos rojos y llenos de lágrimas.

—¿Qué pasa? ¿Qué tienes? —le pregunto, acercándome más a ella y acariciándole la mejilla

—Me ha prohibido el chocolate.

—No te lo he prohibido. —dice la doctora— Solo te he hecho la recomendación de que ya no lo consumas.

—Dime qué es una broma.

Erin me mira mal— ¡Ya quisiera yo que fuera una broma!

—¡Me tenías con el corazón en la mano solo por esto! ¡Joder, Erin! ¡Vas a volverme loco!

—¡No lo entiendes! ¡Es difícil para mí!

—¿Realmente tenías que llorar por esto?

Erin y la doctora cruzan miradas. Algo me dice que no ha sido solo por la recomendación, pero de cierta manera eso le ánimo a llorar más. Erin es un caso completo. Ladeo la cabeza y me rio. Estoy enamorado de esta chiquilla que me saca de quicio, me encanta demasiado.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora