Capítulo 40.

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[ENERO]

Alexander Hosk.

Anoche despedimos el año, anoche sentí que ella se despedía de mí como si ya tuviera en claro que su viaje es de ida sin regreso. Ya no sabía a un aquí estoy, alterando tus sentidos, siendo más fuerte que la nicotina. Lo de anoche me supo a una clase de despedida, a un adiós entre caricias.

Salimos de su casa y fuimos a la mía. Estaba triste y solo me decía que quería el año aun no acabase, no quería soltar diciembre. Le dije que estaba bien, que recordase lo de siempre, que solo es una corta despedida para que empiece algo mucho mejor. Me miró, me besó y me dijo que le gustaría llegar a un punto donde ya no haya más ciclos sin fin, quiere quedarse en una línea recta donde se sienta tan feliz con todo que no tenga la necesidad de anhelar dar un giro y empezar algo otra vez. Solo quiere avanzar, avanzar por siempre.

Haberme vuelto suyo y hacerla mía como para perderla la verdad que me tenía bastante abrumado anoche asiqué apenas cerré la puerta, mis labios ya estaban sobre los suyos, reclamándola.

Sus manos rápidamente se apoderaron de mi hebilla y tuve que calmarme para no empezar a gimotear solo por su tacto sobre mí. Sus piernas se enredaron en mi cadera cuando la alcé, esperaba llegar hasta el cuarto, pero no podía aguantar, no podía pensar con claridad, no podía resistir, no quería desperdiciar el tiempo. Solo nos tiré en la gran alfombra de la sala de estar, nos desnudamos e hicimos el amor.

Erin anoche no se contuvo ni un segundo, la escuche gritar, gemir, susurrar, llamarme y confesarse. Yo solo estaba con un loco jadeando incapaz de parar las embestidas yendo hondo y duro. Ella se aferraba con sus dedos a mis brazos cuando yo volvía a hundirme en ella, no podía hablar ni pensar, estaba follandola de forma casi desesperada, buscando que ella entendiese que nunca nadie más me tendrá tan enamorado, tan loco, tan adicto...

Quería rogarle que pensara en nosotros, en lo bien que nos hacemos, quería rogarle que se quedara, que me amara, quería decirle que la necesito y mucho, pero después entendí que hubiese sido demasiado egoísta. No podría decirle aquello, no podría pedirle que se quedara justo en el momento en que ella tiene más ganas de volar. Erin ya no siente la libertad por otros y ya no la busca. Ya la ha encontrado, ella se ha dado su propia libertad y yo no puedo retenerla, eso no sería justo.

La busqué con la mirada, no quería perder de vista sus ojos mientras yo empujaba contra ella. Es el cielo, ella es mi cielo, quiero verla por siempre, pero ahora tendrá que ser a la distancia. Tal cual océano y cielo.

Seguí hundiéndome en ella y la sentí, la sentí tanto... la sentí como nunca antes y yo me sentí fuera de la tierra mientras gemí, acabando sobre el látex.

Después de un rato seguimos tumbados en silencio. Erin me acariciaba la mejilla, ya sabía que lo estaba sintiendo como una despedida. Joder. Los dos estábamos demasiado tristes. Ella empezó a susurrarme un par de cosas, en algunas de ellas solo me agradecía por las veces que le sonreí y por los momentos en los que la dejé conocerme, conocer mi profundidad y no solo la superficie de lo que soy.

La miré por un momento. Me sentí como un tonto niño enamorado. Creo que siempre lo he sido, ese niño que se perdió en la mirada de la niña de ojos azules, esa que lo cuidó más que cualquier otra persona.

Ella me besó. Después nos besamos hasta volver a perder el control. Mientras otros celebraban la despedida del año y recibían al nuevo, nosotros estábamos haciendo el amor por segunda vez en la noche, porque era lo único que necesitábamos y queríamos en el momento.

Me aferré a sus caderas hasta el último momento incluso cuando me estremecí al escucharla susurrar que quería sentirme corriéndome dentro de ella y así lo hice, la llené tanto de mí casi como si deseara nunca necesitara de otras aguas, quería que siempre me recordara a mí, que no me olvidara, que le bastara solo conmigo.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora