Capítulo 33.

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El club al que la mayoría de los del Royal asiste es el club más prestigioso de la ciudad el cual está en uno de los condominios más exclusivos, un conglomerado campestre de más de 500 hectáreas. ¿Leyeron bien? 500 hectáreas y yo estoy en el cubículo de un baño, prefiero estar aquí que el pasearme por alguno de los terrenos del lugar y encontrarme con alguien que no me agrade.

Sebastián está participando en un torneo de golf, es bastante bueno en eso sí les soy sincera. Estuve aburrida mientras él jugaba, siento que nadie aquí en el club me agrada, todos las mujeres chismosas y delicadas y los amigos de Sebastián son algo idiotas, en especial Manolo, además, ninguno ha dejado de coquetear conmigo. Después de abrumadores y aburridos minutos Sebastián tuvo algo de tiempo libre y terminamos aquí, en el baño que está al lado de los vistieres.

Sebastián toma mi cara, buscando profundizar más el beso. Yo continúo besándole, esforzándome en mantener el entusiasmo. Muerdo su labio inferior y él sonríe al mismo tiempo en el que me empuja más contra la puerta. Sebastián se siente demasiado desesperado, caliente, excitado. Sus labios son dulces y cálidos, pero siento que esos labios no han sido para mí, los disfruto, pero no como he disfrutado otros. Con otros me refiero a solo una persona en concreto.

Apoderándome de su labio inferior con lentitud empiezo a bajar el ritmo para que ninguno de los dos se pase de posesivo. Me aparto un poco para mirarlo, sus pupilas están ligeramente dilatas y el aura alrededor de sus ojos es lujuriosa. Antes de volver a besarnos, sonreímos de una forma tan ridícula que casi siento que esto es real.

Sebastián me agarra un muslo y se empieza a frontal contra mí al mismo tiempo en el que abandona mis labios para dejar su huella en mi cuello, besando y lamiendo.

—Erin. —es un llamado seco— Nos vamos, me enviaron a recogerte. —reconozco que es Tiago a quien le pertenece esa voz— Te espero afuera —dice y escucho sus pasos alejarse.

—Ya debo irme —le digo a Sebastián, apartándome.

—No, Erin... —lo de Sebastián es casi un ruego mientras entierra sus dedos en mis caderas y me pega más a él.

Me rio y lo beso— Nos veremos luego. Yo tengo que ir a casa y tú aún tienes un torneo pendiente.

—Está bien. —se rinde— Entonces será luego.

Me despido de Sebastián y salgo del club, Tiago está esperando por mí. Me subo y lo saludo.

—¿Cómo me encontraste? —decido preguntar.

—Manolo dijo que ustedes estaban en los vistieres, al no verte allí me acerqué al baño y da la casualidad de que una pareja estaba haciendo unos extraños ruidos.

—Solo nos besábamos.

—Yo no pregunté.

—Solo lo aclaraba

Me acomodo en el asiento y bajo la ventana, sintiendo más el fresco aire.

—¿Cómo has estado estos días? —Tiago pregunta— ¿Cómo siguen los dolores de cabeza?

—Van y vienen. El fencafen a veces ayuda, otras no tanto. Hoy iré nuevamente con la doctora.

—¿Quién te va a llevar?

—Papá. —Tiago me mira de reojo como si buscase saber que lo que he dicho es real— Sí, papá. —le reitero— A sacado algo de tiempo, después del almuerzo me llevará.

—¿Ya están mejor?

—Sigue enojado, pero ya no como el primer día.

—¿Y cómo va todo con Sebastián?

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora