Mis ojos se quedaron analizando esa flor, como si me hubiese hipnotizado. La tenía tan cerca, pero tan lejos a al mismo tiempo. Sentía la mirada de Tristan en mi, como me penetraba con ella y estaba atento a cada movimiento que hacía.
—El primer rey de los Azreal y de todo este castillo la creó para su prometida. Creando así una tradición entre sus hijos y futuros reyes. Esa tradición se mantiene hasta ahora. Supongo que viniste por que la quieres para cumplir algún objetivo. Pero como he dicho, es un regalo que solo se da a las prometidas, para demostrarles lealtad y fidelidad. Aparte, de que esta flor es hermosa ahora, pero en realidad es mortal. Concede deseos, eso si, pero quien pida el primer deseo decide abrirle los brazos a la muerte.— se paró para coger aire y de reojo comprobar si entendía sus palabras.
—¿Abrirle... Los brazos a la muerte?— levanté una de mis cejas con incomprensión.
—Sí, la Rosa es capaz de cumplir cualquier deseo que pidas... Pero si eres tu la primera persona en pedir ese deseo, da igual quien sea la última. Al caer el último pétalo de ella, muere quien deseo como primero.— explicó intentando ser lo más claro posible.
—Pues... Si la cuidais bien, no tienen por qué caerle pétalos.— murmuré queriendo pasar uno de mis dedos por sus pétalos negros, pero nada más ver Tristan mi intención, me cogió de la muñeca.
—Le cae un pétalo, cada vez que pides un deseo. Este se cristaliza y se rompe en pedazos.— suspiró con paciencia, soltando mi muñeca.
—¿Viniste aquí para llevártela?— preguntó después de unos segundos de silencio. Le miré a los ojos y asentí con la cabeza. ¿Para que mentirle? Sí es algo que sospechaba desde el principio.
—No permitiré que me la robes. Así que, si eso era lo único por lo que has venido puedes coger a esos dos idiotas que vinieron contigo e irte.— gruñó molesto, poniéndose delante de mi, y cortando así, el contacto visual que tenía con la Rosa.
—Perdí a personas... Amigos... Familia... Primero quise usar la Daga de las Almas. Luego por alguien que me traicionó, me enteré de que hay una Rosa que es otro de los Artilugios del Renacimiento y quise ir a buscarlo, para recuperar a las personas que había perdido y sanar así mi soledad.— no quise apartar la mirada de sus ojos, necesitaba que me creyese... Que sintiese pena, quería mantener en mi la esperanza de que me la diese sin más.
—Lo siento, se lo que se siente. Yo pasé por casi lo mismo, sólo que no fui tan atrevido como para ir a buscar los Artilugios. Simplemente acepté la cruel realidad.— apartó la mirada de mi, dedicándosela a las paredes de la habitación.
—¿Lo aceptaste? ¡Pudiendo hacer algo para cambiarlo! Yo no pienso seguir viviendo feliz, como si no pasase nunca nada, sabiendo que tengo en mis manos una opción de cambiarlo, para que sea todo igual o mejor que antes.— le di la espalda, sintiendo como la rabia se extiende por mi interior. Tenía ayuda, podía usar la Rosa y por la forma en que la había escondido, dudaba mucho de que alguien se la rebase. Más que aceptarlo, parecía que no quería hacerlo por miedo.
—Juliet, no voy a darte la Rosa sin más. Una maldición caería sobre el reino, según la leyenda. No pienso arriesgar eso, por una princesa vampira. Así que te aconsejo que asimiles la realidad, tal y como es.— me rodeó, para poder mirarme a la cara. En sus ojos podía ver la misma firmeza, que vi por primera vez, sabía que sería imposible hacer que cambie de opinión con ello... O quizás no, quizás había una forma de hacer que cambie de opinión. Para mi no había nada peor, pero si eso me daría la oportunidad de quedarme con la Rosa y salvar a los que ya perdí. Me arriesgaría... Aunque sintiese cierto asco, al tener que llegar a esos extremos. Necesitaba hablarlo todo con Scott y con Max, ellos sabrían aconsejarme y apoyarme en el pequeño plan que empezó a desarrollar mi mente. Ahora, de momento, debía hacerme la dolida y triste.
—Quiero volver a mi habitación.— susurré, levantando la mirada hacia él, con pequeños rastros de lágrimas falsas. El asintió con la cabeza y con un gesto me indicó que fuese yo primero.
****
—¿Descubriste algo?— oí la voz de Scott, nada más cerrar la habitación. Tardé en reaccionar, ya que no los esperaba en ella. Me di la vuelta, y vi como en la cama estaban sentados él y Max. Sonreí y me acerqué también a la cama.
—Muchas cosas... Pero lo que más claro me quedó, es que Tristan es un cabron.— gruñí con rabia al recordar que me había chantajeado, para que le diese un beso.
—¿Algo que no sabemos?— me provocó Max con la pregunta.
—Me mostró la Rosa, aunque para que pudiese llegar a ella tuve que besarle.— empecé a contar, mientras vi la cara de asco que habían puesto ambos.
—Le besaste?— preguntó con curiosidad Scott.
—Necesitaba asegurarme de que tiene la Rosa. Y lo conseguí, pero hay unos cuantos problemas.— suspiré y me pusé a jugar con mi pelo.
—Cómo cuales?— quiso saber Max.
—Es un regalo de bodas. Sólo se lo dará a su prometida... Y más que un Artilugio del Renacimiento, es algo mortal.— expliqué, intentando usar las misma palabras que usó Tristan.
—Mortal? Tanto como la daga?— se levantó bruscamente Scott de la cama.
—Puede que menos, puedes pedir un deseo por pétalo. Pero si eres el primero en pedirlo, cuando tu o alguien pida el último, muere quien pidió el primero.— seguí con mi explicación, liándome yo misma con ella.
—Mmm... Un deseo por pétalo? Y cuando se acaben, muerte segura a quien empezó con los deseos. Este Artilugio es algo tentador.— dió su opinión Max.
—Bueno, supongo que después de que te dijese que solo será un regalo para su prometida... Habrás intentando convencerle o algo?— quiso saber Scott.
—No exactamente, le conté la verdad. Que habiamos venido a por la Rosa y demás.— respondí como si no fuese nada importante. Ambos se quedaron observándome como si hubiese hecho una locura, pero no dijeron nada. —Por mucho que intentase convencerle, no lo lograría, ya que piensa que si me la da sin más, una maldición caerá sobre el reino. Así que... Quizás debería fingir algo de amor por él, para que llegase a quererme y entráramos ambos en un compromiso, en el que me entregase la Rosa. Así creo que no habría ningún problema. Quería hacerlo desde que me lo dijo, pero necesitba consultarlo con alguien.— clavé mi mirada en ellos.
—Empiezas a ser muy buena manipuladora. Nunca pensé que acabarías haciendo algo así por Alex y por Dante.— comentó Max, sacándome la lengua.
—Ahora que lo dices... Recuerdo cuando Dante te llamaba cada dos segundos espía y como Alex siempre intentaba estar lejos y cerca de ti al mismo tiempo.— se perdió en sus recuerdos Scott. Sonreí al pensar en los mismos. Había pasado tanto tiempo, recordaba a la perfección el concierto que me cambió la vida.
—Pongamonos manos a la obra, entonces.— sonreí al recibir el apoyo de ambos.
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Just My Destiny (Libro 3)
VampireLas últimas esperanzas que tenía de volver a la vida normal han desaparecido. Ahora que he vuelto de la Nada, tengo que aprender a gobernar un reino... El reino de la Oscuridad. ¿De verdad es este mi único destino? ¿La única opción que me queda? M...