Capítulo 47

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Salgo del ascensor, recorro la breve distancia hasta el recibidor. El ambiente se siente diferente esta vez, está cargado de una tensión extraña; recorro con la mirada la estancia, todo sigue igual.

No hay ningún cambio visible, deben ser solo ideas mías. Deambulo sin rumbo fijo, como la primera vez que vine; tengo que aprovechar las últimas oportunidades que se me presentan.

La pinturas, los ventanales inmensos...aquí cada espacio es un recuerdo para mí, las paredes llevan escritas cada uno de esos momentos, aunque nadie más pueda ver esas palabras, yo sí lo hago.

Si tuvieran voz no sé si pudieran resistirse a explicar todo lo que han presenciado.

Cierro los ojos, quiero recordar para siempre, no olvidar ni un detalle, ni siquiera el más ínfimo.

Si disfrutara escribir, sin duda tendría un diario, así cuando ya no estuviera, otras personas podrían leerlo y aprender de mis acciones...o burlarse, quién sabe.

Me acerco a apreciar la cuidad desde aquí, si es bonita de día, de noche lo es el triple. Siempre terminaré volviendo aquí, a mi ciudad querida.

¿Qué me pasa? ¿Acaso me estoy poniendo melancólica?

Joder, qué pensamientos tan inoportunos.

Regreso sobre mis pasos a la sala; últimamente paso mucho tiempo divagando.

Ocupo el asiento donde dejé la cartera, esperaré aquí, intentando no irme en ningún viaje astral, por más atrayente que resulte.

Alzo la mirada al percibir su presencia y su olor acercarse. Sonrío cuando se detiene frente a mí, la intención es ponerme de pie, sin embargo, me detengo al ver que se inclina, atacando mis labios en el mismo movimiento.

No hay palabras de bienvenida, ni una frase que pueda dar pie a una conversación, simplemente acciones llevadas a cabo por pura voluntad.

Pasa su manos por mi espalda, caemos sobre el sofá sin detener nuestro beso.

Lo tomo del cuello, me encanta el tacto suavecito de su piel; esta parte es perfecta para repartir besitos.

Toma mis muñecas, sosteniéndolas por encima de mi cabeza. Baja por mi cuello, mordiscos, lametones; desliza los tirantes del vestido con los dientes, lentamente.

Sus dedos se ocupan luego la cremallera, en tres segundos me despoja de lo que llevaba puesto.

Recorre la piel del abdomen con su nariz, delicadas caricias que erizan mi piel, despertando mi cuerpo. Me remuevo sutilmente ante su sensual toque, se escapan suspiros a través de mis labios entreabiertos.

Presiona sus labios en la carne sensible de mi vientre, mordiendo, chupando. Me suelta, mis manos bajan aferrándose a la parte de sofá que queda al alcance, desliza la braguita blanca de encaje hacia abajo, no para hasta que la aparta del camino.

Escucho el sonido del envoltorio del preservativo al ser abierto.

La primera embestida provoca que abra los ojos del ímpetu, joder; no obstante, los movimientos siguientes no son ni de lejos parecidos al inicio.

No es ni brusco, ni duro, ni intenso. No me malentiendan, no por eso es menos placentero.

Desearía que fuera más rápido, más fuerte, pero no voy a negarme este momento.

Esto es lo más cercano al amor que habrá entre los dos, por más deprimente que eso sea.

Sus acometidas son pausadas, al mismo tiempo fluidas, pulsando los filamentos correctos para hacerme despegar y volar al infinito.

Gemidos, jadeos, llenan la estancia, nos estimulan, nos empujan a continuar, a saciarnos.

Volvemos a besarnos, a derretirnos en la boca del otro, en mi caso, derramo todo lo que siento en ese gesto.

Como puedo, enredo mis piernas en su cintura, haciendo que entre más profundamente. Arqueo la espalda, echando la cabeza hacia atrás; percibo otras muestras de afecto en mis hombros, las clavículas, mi rostro, por todo mi cuerpo.

Sus dedos se enredan entre las hebras de mi cabello, tirando del mismo, lo cual eleva a otro escalón mi libido. Sale de mí, deteniéndose unos segundos, abro los ojos, observando en los suyos con impaciencia.

Sonríe, sabiendo su juego y estrategia. Vuelve a entrar, regalándome mayor placer, felicidad momentánea, otorgándome valentía, la que necesito para reconocer ciertas cosas conmigo misma, no puedo seguirme mintiendo.

No más.

Se adentra otras veces en mí, concediéndome la absoluta redención.

Viene detrás con un grito enardecido, cayendo sobre mí, abatido; llevo las manos a su cabello, sonriente.

Acunándolo como a un niño mientras nos recuperamos.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora