Capítulo 50

43 2 0
                                    

Estoy feliz, hay espacio en el horizonte para los dos. Si abrió el compás para que fuera a recogerlo del trabajo, es porque definitivamente cambió algo en él.

No puedo borrar la sonrisa de mi rostro, me muerdo el labio inferior, un poco nerviosa, para qué negarlo.

Es mi primera vez en un noviazgo, no quiero cagarla a la primera de cambio, ni que piense que soy una loca obsesiva.

Quiero que ambos tengamos nuestro espacio. Que ninguno se siente atosigado por la presencia del otro, que sepamos sobrellevarnos de la mejor manera y establecer comunicación siempre.

Con lo último, me refiero a que si hay algo con lo que nos sintamos incómodos o alguna situación que no nos esté gustando, lo hablemos como los adultos civilizados que somos.

No quiero decir que me he arreglado especialmente para la ocasión. Sin embargo, escogí un vestido que tenía en el clóset, sin estrenar.

Es a la rodilla, manga corta, rosado y con el cuello de encaje blanco. Amplio, lo que da libertad de movimiento; llevo zapatillas blancas y una cartera pequeña del mismo color, cruzada sobre el pecho.

El cabello lo recogí en una cola de caballo alta y me coloqué unos aretes de ositos blancos.

No son necesarios los collares ya que es suficiente con el cuello de encaje blanco que simula los delicados trajes infantiles.

Phillipe avanza por la carretera a velocidad moderada. Estamos cerca del aeropuerto La Guardia.

Bastian dijo que al llegar, el apuesto chofer me daría las indicaciones para encontrarlo.

Enredo los dedos entre mi cuerpo y el cinturón de seguridad, la ansiedad aumentando por momentos.

No sé por qué rayos me siento así, no es como que estoy yendo al encuentro de un soldado que acaba de regresar de la guerra.

Acabamos de vernos ayer.

Suspiro.

Hoy es un día precioso, despejado. Relamo mis labios, es una costumbre horrible y la causa de que se me resequen continuamente, pero no puedo evitarlo, es casi un acto reflejo en mí.

Siempre digo que tengo que dejarlo y cuando me quiero dar cuenta, lo he vuelto a hacer.

En el radio suena una melodía clásica de piano, relajante, etérea. No sé quien la compuso.

No obstante, no me impide apreciar su belleza y demás cualidades, a pesar del estado de agitación en el que se encuentra mi mente.

Phillipe la mantiene a un volumen bajo, quedando de fondo para mis pensamientos.

Momentos después, el carro se detiene en la salida del recinto.

- Puede bajar, señorita. Hemos llegado – me mira a través del retrovisor, asiento.

Me libero del cinturón de seguridad, bajo, observando a las personas que salen con sus equipajes. Quedo abstraída por unos momentos ante la escena.

- El señor está esperándola en los asientos que están cerca de la puerta, nada más entrar lo verá – volteo lentamente hacia él.

- Gracias, Phillipe – sonrío.

Me pongo en marcha, aproximándome a paso normal a las puertas. Antes de poder ingresar, me hago a un lado, permitiendo que un grupo de personas pase.

Me cuelo antes que se cierren en mi nariz.

Una vez dentro, paseo la mirada por el lugar. Hay poca gente esperando aquí, sigo andando, mirando todo a mi alrededor, adoro los aeropuertos.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora