Capítulo 20

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Avanzo con decisión hasta la puerta de su casa. Toco el timbre una vez, pasan segundos antes de que una señora como de unos cincuenta años con algunas canas notándose entre las hebras rubias, abra. Viste un pantalón negro de tela y un suéter polo magenta.

- Buenos días, de casualidad ¿está Will? - aprieto el sobre blanco entre los dedos, esperanzada.

<< Por favor, diga que sí, necesito encontrarlo, ya fui a su lugar de trabajo y no me quisieron dar razón de él >>.

- Lo siento, señora, no está -

- ¿No sabe dónde puede estar? Vengo del hospital y me notificaron que pidió una licencia por tiempo indefinido -

- No tengo idea, lo siento - se dispone a cerrar la puerta en mi rostro, pero cuelo un brazo antes de que la madera encaje en el marco.

- Se lo suplico, si sabe algo dígame. Soy Christine, su mejor amiga. Quiero... entregarle una tarjeta de invitación, me caso el mes próximo - deslizo el sobre para que tome mis palabras como verdaderas, surte efecto ya que vuelve a salir.

- Mire, Christine, yo solo estoy encargada de la casa, el señor me dejó muy claro que no le explicara a nadie su paradero -

- Por favor - junto las manos como si estuviera rezando.

- Al menos responda a la siguiente pregunta: ¿se fue a otra ciudad de Estados Unidos? - niega con la cabeza.

- ¿A otro país? - mi ánimo cae como una cucaracha mal herida; la señora cuyo nombre desconozco, suspira mirando al techo.

- Haré una excepción con usted por que se ve contrariada. El señor William salió fuera del país, no sé a dónde ni por cuánto. Es la información que poseo, si llegara a comunicarse con él, por favor no le diga que hablamos o podría perder mi empleo -

- No se preocupe, ni siquiera sé si logre contactarlo. Hace mucho que no contesta mis mensajes ni llamadas - la última frase la digo para mí.

Emito una despedida corta entre agradecimientos hacia la empleada, doy media vuelta, desapareciendo por dónde vine.

La brisa sopla, despeinándome; meto la invitación en la cartera, pensando en si algún día mi amigo será capaz de dirigirme la palabra otra vez.

Abro los ojos con las ganas de seguir durmiendo aun presente en el cuerpo, después de la escala y cambio de avión en Panamá, cerré los ojos y me perdí.

El estómago me ruje con insistencia, no he comido nada. Los últimos rayos del sol se cuelan a través de las ventanas, es un espectáculo sin igual.

Pego la cabeza a la pared unos instantes, sin quitarle ojo las nubes y el cielo naranja.

- Al fin despiertas. Ya me estabas preocupando - giro la cabeza con lentitud hacia la voz que se proyecta a un costado.

- Hola, ¿cuántas horas dormí? - tengo la boca seca. Muevo la lengua para humedecer, pasándola por los labios al final.

- Dos horas. ¿Quieres comer? Te guardé el plato -

- ¡¿Tanto?! Joder, sí que tenía cansancio - me reacomodo en el asiento, las piernas duelen por falta de movimiento. Tendré que caminar apenas termine de cenar.

- Es pasta con pollo y salsa roja - me extiende la bandeja que reposaba en su mesita.

- Gracias - abro el recipiente, tomo los cubiertos y doy un bocado gigante.

- Ya está fría y no pueden recalentarla -

- No importa, está delicioso -

- Sí que tienes hambre - asiento con la boca llena.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora