Capítulo 10

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- Que te vaya muy bien, gracias por todo los recorridos, este último almuerzo y tu compañía en estos cortos días – nos abrazamos y dejo un beso rápido en su mejilla. Termina el abrazo y juguetea con un mechón de mi cabello, que reposa sobre mis hombros.

- No fue nada, lo sabes. Te llamaré cuando esté en Nueva York – sonríe enseñando sus dientes y escrutando mis ojos.

- Eso espero, tenemos pendientes más clases; no pararé hasta que seas casi tan bueno como yo – alzo mi barbilla en señal de orgullo.

- Cuidado, el alumno puede superar al maestro... - me dedica una mirada petulante que no puede sostener más de dos minutos. Arrancamos a reír, eso no me afecta en lo más mínimo...yo encantada de que aprenda y saque a relucir sus dotes, es un diamante en bruto que pienso pulir.

- También recuerda lo que te ofrecí respecto a tu prima – se torna serio abruptamente y cambia el peso de un pie a otro.

- Lo sé, hablaré con ella. Suerte en tu trabajo y salva muchas vidas, eh –

- Gracias, Chris...fue lindo conocerte, en cuanto a las vidas...pues hago lo que está en mis manos – deposita un suave beso en mi mano derecha con galantería y me abraza fuerte otra vez; le devuelvo el gesto.

- Buen viaje, cuídate mucho –



Toma su maleta y se aleja hacia la salida, cuando está en la puerta me voltea a ver mientras yo agito mi mano en señal de despedida con una sonrisa; se queda escrutándome más tiempo del necesario, me sonrojo y doy media vuelta para regresar a la habitación...a lo lejos escucho el rugido del auto al alejarse. Ya en mi habitación veo la hora y el celular marca las 3:00, voy al baño y cuando salgo me miro en el espejo. Estoy vestida con un pantalón vaquero en blanco, aprovechando que mi período llega la próxima semana, una blusa verde de manga corta y capas en la parte de abajo, es de seda por lo tanto me acompañaré de mi hoodie gris; en los pies llevo mis cómodas Converse...no tengo de otra, las zapatillas y mis sandalias de tirantes fueron los únicos zapatos que traje.

Compruebo mi mochila y después de soltar mi melena para que vaya al viento, salgo de las cuatro paredes que me albergan durante la noche y parte del día. En la planta baja del hotel hay personas sentadas en los sofás con laptops sobre sus piernas y pinta de ejecutivos; en la recepción hay una fila de aproximadamente diez personas que al parecer han venido en grupo a vacacionar. Paso de largo y otra vez me recibe el calorcito de ayer, me anudo el abrigo en la cadera para llevar los brazos libres y ahora sí no hago uso de la cámara; ya tengo suficientes de este lado.

Me paro en un cruce y saco el mapa, según dice hay una parada de autobús para el jardín Ngatea cuatro calles más arriba, sigo caminando hasta llegar, compro el boleto y espero junto a otras personas a que llegue el transporte; de acuerdo a lo que leí en internet me espera un buen trecho por recorrer ya que está a una hora de aquí.


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Pago la entrada y quedo maravillada, veo un estanque rodeado de árboles y caminos empedrados, como especie de un parque. El agua es cristalina y en ciertas partes está cubierta de nenúfares que reposan tranquilos y apiñados sobre la superficie; hay hasta patos y pescados que podemos alimentar. Me acerco con cuidado al borde e introduzco los dedos en el agua helada, tengo mucho cuidado ya que no quiero tropezar y caer, no sé nadar y dudo que alguien me pueda socorrer a tiempo si eso pasa, se ve que está hondo desde mi posición.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora