Capítulo 27

71 1 0
                                    

Despierto con la boca seca, la sed me está destrozando la garganta. Froto mis ojos y al apartar la sábana veo un pantalón ancho de chándal cubriéndome las piernas, paso la mano por el torso, cubierto por un suéter de manga corta gigante. Vienen a mi mente el acuerdo con Bastian, mi aceptación y por último los momentos desenfrenados que tuvimos sobre el piano y la pared.

Al mismo tiempo un malestar sordo se hace presente en todo mi cuerpo, especialmente en mi entrepierna. Llevo una mano a mis lagrimales, cierro los ojos sin poder eludir el mal humor que me embarga; el muy maldito me dejó sin nada, con todas las ganas, joder.

Me deslizo fuera de la cama, topándose mis pies con el suelo frío, está todo a oscuras y no veo donde pueden estar aunque sean unas chanclas. Camino tanteando alrededor, necesito un vaso de agua bien fría ahora mismo. Abro con cuidado, oteando el pasillo iluminado; estoy en la última habitación, salgo, cerrando la puerta.

Cuando estoy llegando al final, veo que la primera puerta a la derecha está entornada. La luz blanquecina se refleja hasta afuera ligeramente; sin querer escucho a Bastian hablar acaloradamente con alguien. Dios, espero no tenga compañía y me vea aquí, lo mejor será que corra a por lo que iba. Estoy a punto de dar el paso que me aleje de aquí, pero la curiosidad me arrastra y acerco el oído por la abertura.

No escucho que nadie responda a sus palabras, seguro está hablando por teléfono. Guarda silencio por un momento, añade algunos monosílabos y parece que del otro lado no tienen muy buenas noticias porque a voz en grito responde:


- ¡NO ME INTERESA LO QUE TENGAS QUE HACER! NO PIENSO TOMAR ESE LUGAR Y LO SABES MUY BIEN PORQUE ME HE CANSADO DE REPETÍRTELO LAS POCAS VECES QUE DECIDÍ RESPONDER A TUS LLAMADAS. POR ALGO TE IGNORABA ¿NO CREES? – suelta un grito-gruñido contenido y no se oye nada más, debe haber colgado.


Maldición, ha sido una advertencia con todas las de la ley, unas pocas oraciones, pero el que lo tuviera enfrente de seguro no dudaría en obedecer rápido y al pie de la letra sus órdenes; no soy yo y he quedado de piedra. Cuelo la cabeza por la abertura, observo el piso con detenimiento para ver si mi sombra no se marca en esta posición.

Al ver que no, subo la mirada y lo atisbo de espaldas: tiene el pantalón blanco ajustado a las caderas, el torso desnudo, los omóplatos tensos, en guardia...King Kong a punto de reclamar su trono. Acerca a su boca un vaso de agua, da varios tragos y después del último hace ademán de darse la vuelta hacia mi dirección, lentamente, como si supiera que lo están viendo.

Corro de puntitas lo más rápido que puedo hasta las escaleras, me detengo en los primeros escalones, con la espalda en el barandal. Aquí no puede verme, tengo el corazón a mil, ¿qué tal si me hubiera descubierto espiando sus conversaciones telefónicas? Eso me resta puntos en confianza, además a nadie le gusta la invasión de privacidad...sin embargo, quisiera saber con quién hablaba de esa manera.

Era patente su ofuscación, malestar, incluso algo de impotencia, como si fuera inminente tener que hacer algo que no quiere. Bufff...supongo que la vida de los ricos no es tan fácil como uno piensa; que estén llenos de dinero y cosas materiales no los deja exentos a los problemas cotidianos.

No se escuchan pasos, haré como si nada. Sigo hasta la cocina como si hubiera acabado de despertar, arrastrando los pies y muy por seguro, despeinada; entro en esta oda a la mejor cocina americana e internacional, muy apropiada para un chef personal. Todas las luces están apagadas, pero el reflejo de la luna atravesando las ventanas, suple esa falta. La despensa y los demás muebles, hasta la estufa eléctrica y el extractor son de acero inoxidable, brillante, con un suave olor a desengrasante de limón.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora