Capítulo 1

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Abro los ojos con un pestañeo al que le siguen varios más para enfocar la vista.

Una vez logro eso coloco las manos en el mullido colchón sobre el que me encuentro; me incorporo lentamente ya que tengo un dolor algo punzante en la cabeza.

Miro alrededor, es una habitación espaciosa, decorada elegante y sofisticadamente.

No hay mucho mobiliario, aparte de la cama con dosel color ambar sobre la que estoy, el armario, el escritorio y un par de mesitas de noche.

Por la disposición de todo pareciera que me encuentro en una habitación de hotel; con dificultad me levanto.

No sé quien me trajo aquí ni quien me salvó, porque sí, en mi mente aparece el momento en que caí y semi desmayada me metieron en un auto después del episodio infame.

Vuelvo a sentarme al sobrevenirme otro mareo, me tomo un par de minutos para recuperarme y así poder irme. Al menos aun conservo mi ropa puesta, excepto los zapatos.

Lo intento de nuevo, esta vez sí puedo caminar sin que el mundo de vueltas. Inspecciono el lugar buscando mi calzado, sin embargo, no hay nada.

No importa, saldré descalza si es necesario, solo quiero llegar a casa. La puerta de la habitación se abre, doy la vuelta para ver quién es.

Mi alma se cae al piso, mi corazón da un brinco y mis pies quieren salir corriendo. Por favor, que esto sea una pesadilla, quiero despertarme.

- ¿Tú fuiste el que me salvó? - inquiero con el corazón en la cuerda floja, tambaleando, listo para precipitarse al vacío.

- Así es, pero tranquila. Un doctor vino a verte y estás bien, solo fue estrés; traía esta bandeja para que comas algo - comenta calmadamente, como si le estuviera hablando a alguien desequilibrado mentalmente y temiera que se hiciera daño.

Lo observo colocar la bandeja sobre el escritorio y acercarse lentamente hasta donde estoy. Mis ojos van de la mesa a él y viceversa, varias veces.

Lo agarro desprevenido, corro, tratando de pasar por su lado para llegar a la puerta, pero no soy lo suficientemente rápida.

Me toma de la cintura, lo araño, pero no puedo hacerle daño a través de la ropa.

Intenta meterme en el baño. Lucho con todas mis fuerzas, me estiro para cojer un objeto que se ve pesado, justo al lado de donde dejó la comida.

Logro cogerlo en el último minuto, lo aferro bien entre mis dedos para que no se caiga.

Permito que me traslade en vilo hasta la puerta. Cuando se separa un poco me muevo rauda, estrellando el adorno sobre su cabeza con toda la fuerza que tengo.

Me suelta, cayendo al suelo al instante. No es mi caso, solo me tambaleo, pero logro recobrar el equilibrio. Aprovecho y salgo corriendo.

Llego a la sala, miro frenéticamente a todas partes para encontrar mi bolso hasta que lo hallo en un lado del sofá de dos asientos.

Voy hasta él, lo tomo, no pienso dejarle mis documentos. Sigo corriendo hacia la salida, antes de abrir la puerta me tomo unos segundos para calmar la respiración.

No quiero sospechas y que después me vayan a meter en un lío. Por ahora me tranquiliza que el señor Tremblay se está echando una buena siestecita.

Con manos temblorosas abro la puerta, salgo, comportándome lo más normal posible.

Cierro detrás de mí, empiezo a caminar por el largo e iluminado pasillo, la alfombra es una caricia y calienta mis fríos pies.

Llego a la línea de ascensores, se abre el de la derecha, subo junto a una pareja. Pulso el botó de la planta baja, las puertas se cierran frente a nosotros e iniciamos el descenso.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora