Capítulo 16

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Nunca esperas una noticia así, es en lo último que piensas...es más, ni siquiera se te pasa eso por la mente, hasta que la realidad te golpea en el estómago como un balón de fútbol proyectado por la patada de un jugador con experiencia.

El frío inhumano recorre centímetro a centímetro la piel, de abajo hacia arriba, acompañado de ligeros estremecimientos.

Pensamientos desesperanzadores persiguen tu atención, pinchando como agujas hasta que no soportes el dolor y sucumbas a sus caprichos.

El corazón intenta aferrarse a la esperanza, soñador como es por naturaleza, quiere creer a ciegas que es un problema menor, no obstante, el miedo le susurra que no es así, algo terrible está por suceder.

Atravieso los pasillos del hospital en dirección a la habitación trescientos siete, siento que no avanzo nada, hay tantos recovecos por los que girar, pasar entre las personas que van y vienen, los camilleros que se meten en el camino sin querer, es una odisea.

Parece una jugarreta del cerebro, como si me hiciera ver que he recorrido un gran trecho cuando en realidad no me he movido del punto de partida.

Consigo llegar hasta él, antes de entrar miro por la ventana y el órgano responsable de bombear sangre aletea con irregularidad provocándome un mareo.

Me recuesto de la pared para no caer, respiro unas cuantas veces antes de regresar la mirada al espacio aséptico donde reposa el hombre que cambió mi vida.

Miro a ambos lados del pasillo tras recuperarme, no quiero que nadie me vea haciendo una escena; me armo de valor y entro.

Cierro la puerta detrás de mí con sumo cuidado, sé que no puede escuchar, pero no estamos solos, es un lugar donde hay otros enfermos y merecen respeto. Con pasos lentos me aproximo a su cama, está dormido, no tiene ningún rasguño ni golpe en el rostro.

Una lágrima solitaria escapa de la prisión que era mi ojo izquierdo, parece mentira que haya acabado aquí, con agujas perforando su piel, cables adheridos al pecho para controlar sus latidos y la canúla que transporta oxígeno a sus pulmones.

Paseo las puntas de mis dedos por la mano que no tiene la intravenosa, no me atrevo a abrazarlo ni a acariciarlo más fuerte; en situaciones como estas es cuando nos damos cuenta de la verdadera fragilidad del ser humano.

Sus párpados tiemblan un par de veces hasta abrirse, mueve la cabeza en mi dirección, me ofrece una sonrisa débil, aprieta mis dedos, siento la gelidez de su extremidad atravesarme. Nos quedamos así un buen rato hasta que decide romper el silencio.

- Es maravilloso despertar y que la persona que esté conmigo seas tú -

- ¿Recuerdas algo? ¿Sabes qué te pasó? -

- Sí, fue una cagada grande -

- No te preocupes, cuando salgamos de aquí podrás pensar en eso todo lo que quieras. Mientras tanto, recupérate sin objeciones - lo apunto con el índice.

- No me siento nada bien - empieza a toser, su respiración se vuelve trabajosa.

- Shh...no hables, voy a buscar al doctor o alguna enfermera -

- No, quédate conmigo - su pecho sube y baja cada vez más rápido después de cada ronda de tos.

- Bastian, tengo que buscarte ayuda - trato de zafarme, pero me tiene agarrada con fuerza. Trato de soltar sus dedos con la otra mano, pero es imposible. Llevo mi mirada al monitor que pita con insistencia.

- No me queda mucho tiempo... - no termina la frase por culpa de sus pulmones.

- Deja de decir estupideces, ¡suéltame! - quiero patear, pero eso sería el inicio de un escándalo. Su frecuencia cardíaca continúa subiendo.

Amor en las AlturasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora