II

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DOS

Llevo en Londres 1 semana. Nos hemos estado quedando en casa del abuelo un par de días. Hacía bastante tiempo que no veía al abuelo. No solemos venir mucho a Londres. A mamá no le gusta demasiado así que cuando papá tiene que venir por trabajo, lo hace él solo. Aún así ha estado bien pasar unos días aquí, fuimos a comer al restaurante favorito de mi abuelo y visitamos la ciudad en la que nació Eric.

Papá se va mañana, después de llevarme al internado. Así es, primer día de nuevo, y como siempre ya voy tarde, no me ha sonado el despertador y no creo que me dé tiempo a desayunar.

- ¡Aster! - gritó mi padre impacientemente.

- ¡Ya voy, no te estreses! - reí. Mi padre en realidad no lucía nervioso, nunca lo ha hecho, siempre tiene todo bajo control. Pero puede que estuviera empezando a estar en sus límites. Llegabamos 10 minutos tarde, el instituto no está lejos de la casa del abuelo pero aún así hay un corto camino en coche, y nos estaba esperando abajo el coche que nos has estado llevando estos días.

- ¡Adiós abuelo, un gusto verte, hasta las vacaciones! - me despedí del abuelo y salí corriendo escaleras abajo. Llegué al coche, me metí en el asiento del copiloto y en menos de 15 min ya habíamos llegado al internado.

Era un edificio gigante, bastante antiguo. La entrada era un portón enorme acompañado de unas escaleras. Confirmé que todo aquí sería grande al ver el recibidor, repleto de accesos a mil pasillos, todos iguales. Según entramos una chica nos guió al despacho del director.

El director Hokin era un señor de mediana edad, serio, aburrido y con aires de superioridad, eso se entendía solo con verlo, era del tipo de personas que caen muy rápidamente al pozo de las bromas de los alumnos, no me cabe ninguna duda.

Al salir de allí, choque en la puerta con un chico bastante más alto que yo, no le vi la cara ya que entró enseguida al despacho, detrás de él pasó una señora la cual no parecía muy contenta, no sabía quienes eran así que no le di importancia alguna y seguí andando hacia el recibidor. La misma chica de antes nos informó de que ya tenía asignada una habitación, así que me despedí de mi padre, recogí mis cosas y la seguí por un pasillo. Este sitio era enorme y con lo mal que llevo yo la orientación no apostaría nada a que me voy a perder.

Llegamos a la habitación. Había dos camas, una en cada pared, la habitación era bastante amplia, como todo en el internado, una de las paredes estaba repleta de posters de coches. Y tumbado en una de las camas se encontraba otro chico al que no podía ver la cara ya que estaba boca abajo. Parecía que estaba muerto, no se le veía respirar, pero supuse que solo dormía. Le di las gracias a la chica que me había guiado y ayudado con el resto de cosas que traía y me adentré en lo que a partir de ahora sería mi cuarto. Intente no hacer mucho ruido para no despertar al chico muerto.  Pero me fue misión imposible. Cuando estaba a punto de terminar de colocar la ropa en el armario, me tropecé con la mochila y me caí al suelo, yo, las camisetas que iba a guardar y un bote de canicas de una estantería. Las canicas empezaron a rodar por el suelo haciendo bastante ruido al caer y despertando al chico.

- ¡Qué coño te pasa! - dijo el chico muerto levantándose de la cama con una expresión de pocos amigos fijada en el rostro.

- Perdón, no quería despertarte - le dije desde el suelo.

- Pues lo has hecho. - se quejó de nuevo desperezándose.

- Ya lo veo, no soy ciega -susurre inconscientemente. A veces pienso que me debería meter un tapón en la boca.

Piensas bien. Lo estas haciendo genial, llevas aquí una hora escasa y ya estás haciendo amigos.

- Eres la nueva, ¿no? - preguntó el chico ignorando mi comentario.

Entre golpes y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora