XXXVII

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TREINTA Y SIETE

Eric Diosado

- Y cúrate las manos que dan grima - dije haciendo una mueca de asco al ver las manos ensangrentadas de mi hermano - yo me encargo del resto. - murmuré girando en dirección a Tiago.

No me producía ningún sentimiento verle ahí tirado. Por su culpa mi hermana tuvo que irse a estudiar lejos de casa, ahora estaba en el hospital sin despertar y según lo que había podido escuchar esta noche, mi hermano y él tampoco acabaron demasiado bien.

Ahora el problema ya no era Tiago y su bocaza, ahora teníamos uno mucho peor: Papá.

Hacía un rato que me llamó mamá muy muy preocupada por la condición de Aster, por más veces que le repetí que ella iba a estar bien no se calmó y acabó diciendo que vendrían mañana, es decir, mañana tendríamos que enfrentar el cabreo de mi padre por ocultar el estado de Aster, explicarle que está así por culpa de la explosión de la que me habló Axel e intentar que no se diera cuenta de que Axel seguía metido en sus rollos poco legales. Aparte, rezar para que no se enterara de cómo ha acabado Tiago.

Las probabilidades de que todo saliera bien eran nulas.

Después de estar esta noche sin dormir, después de toda la tensión de los últimos días, que vinieran nuestros padres era lo peor que nos podía pasar. Pero al parecer la suerte nunca nos tuvo favoritismo.

Axel llegó con el coche sacándome de mis pensamientos. Sacó lo que le había pedido del maletero y sin intercambiar palabra se volvió a alejar.

Coloqué el plástico hasta quedar cerca de Tiago. Lo extendí en el suelo y arrastré como pude el cuerpo del chico encima.

Pesaba más de lo que aparentaba por lo que me costó bastante moverle, pero me las apañe bien, envolví el cuerpo con el plástico hasta que quedó como los rollitos que nos preparaba mamá para cenar cuando éramos pequeños y sonreí.

Sin duda alguna somos un gran equipo, miré orgulloso a mi hermano que se curaba los nudillos en el coche, él no me vió pero aun así le sonreí sabiendo que sin él probablemente no hubiera sido capaz de todo. Jamás lo admitiría en alto pero los años que estuve sin Axel me hicieron echarle mucho de menos.

Sacudí la cabeza despejándome de los pensamientos sentimentales que amenazaban con llegar.

Recogí una mochila que había dejado en el suelo antes de que todo esto empezará y me la colgué al hombro. Hice rodar a Tiago envuelto un par de metros hasta llegar a una zona libre de árboles con un hoyo cavado a medida.

Sí, a medida. Mientras Aster se divertía con las explosiones poniendo en riesgo su vida. Axel y yo nos dedicamos a cavar un agujero de medidas exactas durante toda la tarde.

Empujé el cuerpo dentro del hoyo y saqué una botella rellena de gasolina que había podido coger del almacén antes de venir. Empapé el rollo en el que Tiago se encontraba y encendí un pequeño mechero que me regaló el abuelo cuando cumplí 5 años. No lo había usado nunca así que esta sería la primera y única vez. Le daría un buen uso, agradecí mentalmente al abuelo por hacernos regalos tan descabellados a tan corta edad, le eche una última mirada a Tiago.

Nada. Seguía sin sentir nada. Siempre he odiado ayudar en la empresa de papá justo por eso. Nunca sentía nada. Tiré el mechero prendido dentro del hoyo restándole importancia a mis pensamientos y en un abrir y cerrar de ojos todo estaba en llamas. Me alejé un poco ya que el calor que desprendía el fuego comenzaba a molestarme y me apoyé en el tronco del árbol más cercano a esperar hasta que las llamas se apagaran. Era envolvente verlas bailar, movidas por el viento, pensar que algo tan bonito era capaz de destrozarlo todo en segundos, me resultaba deslumbrante.

Entre golpes y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora