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DIEZ

Aster Diosado

No he vuelto a hablar con Zayd desde ayer, ni siquiera se a que hora me quede dormida y no lo escuche llegar. Realmente me siento mal, porque él no tiene culpa de nada y encima se preocupa. No debería pasar así de él, pero tampoco le voy ha decir que fui a ver a Mirk y menos que volví a pegar a Tiago. Necesito pensar una excusa creíble y rápida, no le puedo seguir ignorando de tal manera, no se lo merece.

En estos momentos es cuando me doy cuenta de lo mal que hice al no prestar atención a mi hermano, ahora él sabe sacarse historias creíbles de cualquier lado y yo me tengo que comer la cabeza pensando en una.

Cerré la puerta de la habitación de Cailín para volver a la mía. Habíamos estado hablando un buen rato sobre mi pequeño problema con el moreno, bueno, ella había estado hablando, yo me limité a asentir de acuerdo con sus palabras. Me desvié un poco, no quería llegar aún. Encontrarme con Zayd en la habitación sería incómodo, él se quedaría esperando por una explicación que yo no le daría.

Pase por la entrada del edificio, parándome cerca de la puerta, para mi suerte estaba entreabierta, así que salí a la entrada y me senté en las escaleras apoyando la cabeza en la en la pared de al lado. Cerré los ojos e intenté no pensar en nada, pero en cuanto conseguí deshacerme de cualquier pensamiento negativo y como cada vez que lo hacía desde hace ya algunos días, unos ojos azules como el hielo acompañados de una sonrisa estúpidamente perfecta se colaron en mi cabeza, no llegué a poder maldecir internamente por parecer imbécil sonriendo a la nada ya que poco después el sueño me venció volviendo a quedarme en el suelo dormida como la primera vez que estuve aquí.

- Aster, ¿qué coño haces aquí? - abrí poco a poco los ojos, todo estaba oscuro, las farolas de la calle estaban encendidas. Me pasé las manos por la cara en un intento de despertarme más rápido - ¡Eh! ¿acaso me estas escuchando? vamos reacciona.

- ¿William? - me froté los ojos abriéndolos un poco.

- Espabilate, vamos- me levanté del suelo con su ayuda aún con los ojos entrecerrados. Sus manos se posaron en mis caderas y me guiaron por los pasillos hasta llegar a la puerta de mi habitación - Dios estás temblando - dijo el castaño antes de abrir despacio la puerta, entramos sin hacer mucho ruido. Todo estaba oscuro pero se diferenciaba la figura de Zayd tumbado en la cama. Por suerte él tenía el sueño pesado y no se despertaba fácilmente.

Me quité los zapatos y me metí en la cama. William se sentó a mi lado, me pasó una de las mantas por encima.

- Gracias- le susurré, me acomodé dejando un hueco para que se sentara.

- Esta bien, no pasa nada - murmuró a la vez que metía un mechón suelto de mi coleta detrás de mi oreja - pero me debes una explicación de porque estabas afuera llorando -me susurró de vuelta, con una sonrisa en los labios, hice un ademán de contestar que estaba equivocado, pero él continuó hablando - ahora te viene mejor descansar, te buscaré mañana - dijo levantándose y sin dejarme responder salió de la habitación.

Giré mi vista hacia Zayd, me quedé mirándolo unos segundos, solo se distinguía su silueta tapada por las mantas. ¿llorando? ¿Cuando empecé a llorar? ni siquiera noté mis mejillas mojadas. Sacudí la cabeza no queriendo pensar más y solo cerré los ojos y me volví a dormir. Realmente estaba cansada.



Me levanté de la cama con dolor de cuello. Zayd ya no estaba, su cama estaba vacía, incluso tenía las sábanas estiradas. Me fijé en la pequeña tarjeta que estaba al final de la cama. Quise acercarme a cogerla para ver de qué se trataba, pero no lo hice, en su lugar admiré la pequeña flor naranja dibujada en la portada. No me fijé mucho en los detalles ya que me distrajo el barullo de fuera. Me cambié de ropa lo más deprisa que pude al darme cuenta de la hora y salí a desayunar.

Entre golpes y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora