XXXVIII

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TREINTA Y OCHO

Aster Diosado

Me desperté con un dolor insoportable de cabeza, ¿cuánto había dormido?. Abrí despacio los ojos para no cegarme con la luz que inundaba la habitación. ¿estoy en un hospital?. Poco a poco los recuerdos de las explosiones aparecieron en mi cabeza haciendo que todo cobrara sentido. Mirk. ¿él estaba bien? Tenía que verle, necesitaba verle.

Estaba tumbada en una cama bastante incómoda. Intenté incorporarme pero me volví a dejar caer al notar una punzada de dolor en la pierna. Me destapé, bata de hospital tapando varios moratones ya poco notables en los brazos y tenía la pierna vendada o eso se veía desde la posición en la que estaba.

Me moví un poco para intentar incorporarme de otra forma y caí en la cuenta de que llevaba el pelo suelto.

Odio dormir con el pelo suelto, se enreda y es molesto.

¿Quién me ha dejado dormir así?

¿Es que nadie ha venido a verme y se ha dado cuenta de eso?. Gruñí y volví a intentar moverme.

La puerta se abrió dando paso a esa cabellera rubia que conocía tan bien.

Mirk se quedó parado en la puerta, mirando en mi dirección, llevaba un vaso en la mano y en la otra un libro, traía una chaqueta colgada al hombro y su expresión solo dejaba ver sorpresa por encima del cansancio.

- ¡Me has traído café! Gracias, gracias, gracias, no sabes el hambre que tengo - dije mirando hacia la entrada - ¿A qué esperas? Ven aquí y ayúdame a sentarme, que me duele la pierna como si me hubieran puesto un explosivo y lo hubieran detonado - me quejé haciendo que el reaccionara.

Dejó todo lo que traía apoyado en una de las pequeñas mesas al lado de la cama y me ayudó sin decir nada. Me ofreció la taza de café que bebí encantada y él se quedó de pie, mirando.

- Sé que no estoy en mi mejor momento pero ¿tan mal me veo para que no digas nada? - bromeé sonriendo.

- Estás despierta - susurró él sin moverse siquiera.

- Muy bien, que listo te has levantado hoy hielito - reí sin poder evitarlo, su expresión de sorpresa se negaba a abandonar su rostro.

- Es de verdad - dijo acercando su mano a mi mejilla. Sus ojos se llenaron de lágrimas de un momento a otro.

- Claro que es verdad, solo necesitaba una siesta, no pensarías que te ibas a librar de mí tan pronto ¿no? - él negó dedicándome una de sus sonrisas, una de verdad, llena de cariño y felicidad. Un par de lágrimas cayeron por sus mejillas, pero rápidamente las secó.

- No vuelvas a hacerme esto ¿me oyes? - dijo envolviéndome en sus brazos.

- Pensaba que me odiabas y que no te ibas a encargar de una mocosa como yo - dije citando las mismas palabras que me dijo él el día que nos conocimos. Ambos reímos y yo también le abracé

- Era un idiota que no pensaba con claridad durante esa época - respondió el sonriendo una vez nos separamos. Entrelazo nuestras manos y sonreí.

- ¿Cuánto tiempo llevo aquí? - pregunté lo que había estado rondando por mi cabeza desde que había despertado.

- Una semana desde que estás estable, un par de días más desde las explosiones - respondió con pesar. - Vinieron tus padres y tus hermanos - dijo cambiando de tema. - Ya saben que tienes al mejor novio de todo el planeta - añadió con una sonrisa de suficiencia plasmada en los labios

- ¿No se suponía que se lo tenía que contar yo? - pregunté riendo y negando la cabeza. - ¿Están aquí ahora? - Él asintió soltando mi mano para recoger su chaqueta y caminar a la puerta.

- Les aviso que estas despierta. - dijo dejando un beso en mi frente.

Pocos minutos después mis padres entraban en la habitación cogidos de la mano.

Les miré mostrando la mejor de mis sonrisas. Mamá llevaba un vestido rojo precioso y el pelo suelto, ella también sonreía en mi dirección. Por su parte papá venía con su característico traje negro y una corbata roja igual que el vestido de mamá, el no sonreía solo miraba todo muy atento.

- ¿Te encuentras bien? ¿No te duele nada? - preguntó mamá repasando mi cuerpo con la mirada antes de envolverme en un fuerte abrazo. - No tienes ni idea de lo asustada que estaba.

- Solo me duele un poco la pierna - contesté sin dejar de sonreír. Estuve un rato más hablando con mamá.

Ella me contó cómo se enteraron de que estaba en el hospital y tuvieron que volver de Alemania aquí. También dijo que estaban con Axel y que aunque aún no estaba decidido lo más probable es que no tuviera que volver a irse.

Saber eso me alegro mucho, pensé en que igual se podía quedar a estudiar en el internado el curso que viene, incluso Eric podría estudiar allí también.

Pasados un rato, una enfermera entró en la habitación para hablar con mis padres y conmigo sobre mi recuperación. Dijo que si todo iba bien, volvería a caminar ya que la herida no había llegado a dañar gravemente el hueso, simplemente me llevaría un tiempo y tendría que ir casi diariamente a rehabilitación.

Cuando la enfermera se marchó junto a mis padres para arreglar algunas cosas pendientes, entraron en la habitación mis hermanos. Eric traía una caja de magdalenas y Axel sujetaba algunos globos, ambos se acercaron a la cama sonriendo en mi dirección. Sin dudarlo les devolví la sonrisa feliz de que estuviéramos todos juntos de nuevo.

- Pensaba que te verías peor - me saludó Axel riendo. - Te imaginaba con la cara desfigurada y el cuerpo a cachos...

- Que asco Axel - se quejó Eric al escuchar los detalles que contaba el otro.

- Yo también me alegro de verte - le contesté a la par que él dejaba un beso en mi frente.

- La bella durmiente al fin despertó. Te tardaste bastante, tu príncipe azul se estaba empezando a desesperar al ver que sus besos de amor verdadero no funcionaban - dijo Eric en tono burlón mientras le abrazaba.

- No sé de qué príncipe hablas, yo solo he visto a un ricitos de oro llorando por los rincones - volvió a burlarse Axel siguiéndole el juego.

- No os burleis de mi novio, es solo un hielito sensible. Me hubiera gustado veros las caras a vosotros seguro tampoco estábais mucho mejor. - contesté riendo. - Lo sé, no hace falta que lo admitáis, se que soy lo más importante de vuestras míseras vidas - añadí sin poder aguantar la carcajada al ver sus caras.

- Por cierto, puedes estar tranquila - habló Axel después de unos segundos. - Aquí el renacuajo y yo resolvimos tu: alto, moreno e insoportable problemita con toda discreción. - dijo con orgullo. Eric por su parte asintió afirmando lo que Axel decía.

- Todo solucionado, ni una sola ceniza queda de ese estúpido bocazas - dijo el más pequeño sonriente.

De un momento a otro mis ojos se llenaron de lágrimas y sin darme cuenta las dejé caer, empapando mis mejillas.

- ¿Por qué lloras ahora? ¿no me digas que en el fondo le querías y ahora te sientes mal? - dijo Axel asustado. Yo negué con la cabeza abriendo los brazos para abrazarlos a ambos.

- Yo nunca he dicho esto - dije sorbiendo la nariz - pero sois los mejores.

Entre golpes y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora