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CAPÍTULO SESENTA
LOS MEJORES AMIGOS
LOS DÍAS PASARON CON PRISA, de pronto, faltaban menos de dos días para que la Navidad llegará a la Madriguera de los Weasley, por lo que toda la familia estaba más que reunida, desde Bill hasta Ginny estaban reunidos en la expandida sala en la que habían crecido, ¡Hasta Charlie estaba presente! Este había llegado la noche anterior, poniéndose al corriente con sus familiares en los últimos meses en los que se había ausentado gracias a su trabajo y que, cuándo se entero que tendrían invitados aquel año, jamás creyó que conocería al príncipe Ares en persona. Lo que más fascinó al apuesto Charlie no fue el título ni la sangre que este poseía, sino, porque era dueño de los dos dragones más fascinantes que alguna vez pudo haber visto: Los dragones Blair.
Charlie Weasley recuerda la primera vez que vio a aquellos dragones en la Batalla de Hogwarts hace tantos años, decidido a dejar de luchar contra algunos magos para así ir a luchar contra otros para que dejarán de lastimar a los dragones pero estos, cómo las bestias que son, se cuidaron solos. Él pelirrojo había conocido dragones que escupían fuego en grandes cantidades pero, ¿Qué escupieran otro tipo de poder? ¡Merlín! Charlie se iba a morir de la emoción aquel día.
Es por eso que, de los cuatro amigos que su sobrino trajo a casa, él chico Riddle fue su favorito. Habían pasado casi cinco horas hablando de lo increíbles que eran los dragones, dónde Ares le contaba algunas de las historias que su bisabuelo Timotheé le contaba cuándo era muy pequeño, al igual de las veces en las que podía montarlos o también de cuando aprendió a hacerlo. Charlie estaba más que fascinado, él solo había montado a un dragón una vez... y eso que pagó caro por ello.
Aún con todas las historias de dragones que él príncipe del mundo mágico le había contado, aquello no era lo que más le sorprendía, sino, la actitud de su sobrino Albus. La familia Potter, junto a los demás Weasley, se preguntaban: ¿Cuántas veces habían visto sonreír a Albus? Estos no recordaban con exactitud la última vez que lo vieron sonreír con honestidad pero, ahora, era cómo si fuera algo que hiciera todos los días por gusto, cómo si quisiera demostrarles a todos aquella bella sonrisa que había ocultado por años.
Albus Potter era notablemente alejado a su familia, este no solía quedarse con ellos por mucho tiempo, aunque a veces era obligado a tener que hacerlo, porque parecía que él pequeño Potter no encajaba para nada con ellos pero, ¿Con sus amigos? Claro que lo hacía. Parecía cómo si Albus hubiera nacido para estar con ellos, para ser uno más en la pandilla de plata.
Estos se encontraban bajando las escaleras mientras que reían entre ellos por alguna cosa que habían estado comentando, sin prestar mucha atención a sus pasos. Entonces, cuándo la pandilla de plata llegó al último escalón, él chico Montague se tropezó con alguna madera salida que poseía la escalera, provocando que toda la pandilla de plata cayera al suelo con brusquedad, llamando la atención de los familiares del chico Potter que se encontraban cerca de ellos.
