Capítulo Ochenta y Dos.

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Lucius Malfoy gruñó cuando su túnica se enredó en otro arbusto. Ya deberían haber estado en el castillo, pero el bosque parecía estar luchando contra ellos a cada paso. Mirando hacia el camino despejado ante él, Lucius se adelantó. Podía ver al último de los niños corriendo hacia el castillo; si se apresuraba podría atrapar alguno. Su pie se enganchó en la raíz de un árbol y cayó, aterrizando sólidamente en el suelo ahora rocoso. Mientras esperaba que le volviera el aliento, Lucius escuchó una suave risa en los árboles. Los gemidos de dolor de los otros Mortífagos fueron lo único que lo animó. Afortunadamente, su Señor no estaba con ellos, llegaría en Traslador cuando Lucius le avisara que era seguro llegar. Lucius se levantó, caminó con cuidado hacia adelante, furioso al ver que los niños habían desaparecido en el castillo.

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Le ardían los pulmones mientras corría por el castillo. Tenía que llegar al laboratorio de pociones.

Deslizándose hasta detenerse, su hombro conectó dolorosamente con la pesada puerta de madera. Susurrando la contraseña, Draco irrumpió en la habitación y cerró la puerta detrás de él. Mirando el reloj, gimió: 9:55. Mirando su ropa, Draco corrió a su habitación para cambiarse.

A las 10 de la noche, Draco regresó corriendo al laboratorio, con su túnica de batalla gris oscuro girando a su alrededor. ¡La poción no había cambiado de color! Los colores del arco iris todavía se arremolinaban a través del espeso líquido. Había fallado, ¡oh Merlín! El cuerpo de Draco comenzó a temblar de miedo. El reloj comenzó a dar la hora. Draco se congeló, sus ojos fijos en la poción; no respiraba, no parpadeaba, nada se movía mientras esperaba, toda su esperanza y fe en el remolino líquido. Cuando sonó la novena campanilla, la poción se oscureció y luego se volvió azul medianoche con manchas blancas iridiscentes.

—¡Sí!— gritó Draco. Agarrando la poción del estante, Draco corrió.

—¡Draco!— Blaise y Pansy gritaron cuando lo vieron—. ¿A dónde vas?

El rubio no respondió. No tenía tiempo; tenía que llegar donde Gabriel. Corriendo hacia afuera, ya podía ver a los Mortífagos emergiendo del bosque. Había un resplandor azul alrededor de Hogwarts, y varios estudiantes fueron transportados al césped. Cuando vio que Gabriel y su padre hablaban, Draco pensó que su corazón se detendría. No había vuelta atrás ahora.

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—¡Quiero quedarme!— Tatiana exigió mientras pisoteaba con su pie.

—Necesitamos que estés a salvo— Vincent insistió mientras la abrazaba despidiéndose.

—Podemos ayudar— Aubrey parpadeó con sus grandes ojos lavanda suplicando.

—Y lo harás— dijo Mudiwa mientras besaba su mejilla—. Donde Oma, tú y los demás se sentarán y concentrarán todo su amor en el cristal y le enviaremos esa energía a Gabriel— Aubrey asintió, obviamente no contento, pero sabiendo que nada iba a cambiar.

—Vamos— dijo Ria, sosteniendo a Talha en un brazo y extendiendo el otro hacia los demás.

—Tenemos que ir para que podamos reunir a todos lo más rápido posible— Elena besó a Soto—. Te veré pronto.

—Sí, tan pronto como sea posible.

Con lágrimas en los ojos, el traslador se activó.

—Ahora que las mujeres y los niños ya no están, ¿qué debemos hacer primero?— Adonis preguntó.

Vincent parpadeó. —No me di cuenta de que habíamos enviado a todas las mujeres, no lo pensé así. De todos modos, tenemos que sentarme en un círculo conmigo en el medio; seré la conexión entre los otros grupos y Gabriel.

Caravana Gitana [Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora