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Cuando Hoseok regresó, traía consigo las prendas y un par de botas cargo.

Fueron a la casa de Tae, este llevó al conejo hasta su habitación y Hoseok dejó la ropa a su lado, luego salió a calentar agua para preparar infusión.

Justo cuando Tae estaba por salir, escuchó una voz dulce desde su cama — E-espera...

Cuando Tae giró se encontró con un adolescente, cubierto apenas con las frazadas, unos ojos grandes, cabello oscuro alborotado y una sonrisa preciosa donde se asomaban sus dientes frontales ligeramente de mayor tamaño que el resto de su dentadura, totalmente adorable.

— G-gracias por ayudarme, ese gran danés me correteo por varias cuadras, y cuando entré al parque tuve mucho miedo al notar que era día de depredadores.

Jugaba con sus dedos y un sonrojo cubría su rostro, Tae sonrió — Tranquilo, aquí estarás seguro, iré a prepararte un té.

— ¿P-podrías quedarte un poco más? — la voz del adolescente salió apenas audible.

Tae regresó hasta la cama, acarició un mechón de su cabello entre sus dedos y asintió, se sentó en la orilla de la cama a su lado — ¿Estas bien?  ¿Quieres que llámemos a tus padres? — preguntó el joven con su voz aterciopelada.

El menor sintió que podría admirar a ese hombre por el resto de sus días, su voz le hacía sentir tan en paz, su sonrisa le hacía sentir cálido el pecho y sus caricias le hacían estremecer.

Estaba por contestar cuando una voz rompió el momento
— ¿Jungkook?

El adolescente y el joven espiritista voltearon al marco de la puerta, Hoseok estaba ahí, de pie sorprendido.

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