16 Luz De Luna

3.3K 267 20
                                    

Nuevamente un relámpago de fuego cruzó su piel. Y le temblaban las manos a pesar del efecto calmante de la ducha. Comenzó a sentirse algo mareado a punto de sufrir un ataque de nervios en toda regla. ¿Los vampiros sufren eso? Se sentó en el frío suelo de baldosas envuelto en la gran toalla y puso la cabeza entre las rodillas. Rezo para que a Jacob no se le ocurriera ir a buscarlo antes de que recuperara su autocontrol. Se imaginaba lo que pensaría si lo viera caerse a pedazos de ese modo. No le resultaría nada difícil convencerse de que estaba arrepentido de todo.

Y no es que se fuera así, o que pensara de repente que estaban equivocándose. Para nada. El problema estaba en que no sabía cómo hacerlo siendo él un hombre, y además vampiro, y tenía miedo de salir de aquella habitación y encararse a lo desconocido. Especialmente vestido con lencería femenina francesa. Para eso seguro que no estaba preparado todavía. Y tal vez nunca lo estaría

Se sentía como si tuviera que caminar por el escenario de un teatro lleno de miles de personas sin tener ni idea de su texto.

¿Cómo podía la gente hacer eso, tragarse todos sus miedos y confiar en otra persona sin reservas, con todas sus imperfecciones y sus miedos, con menos que el compromiso total que Jacob le había ofrecido? Si no fuese él quien estuviera ahí fuera, si no fuese consciente hasta la última célula congelada de su cuerpo de que lo amaba tanto como él lo hacía, de forma incondicional e irrevocable, e incluso de modo irracional, no sería capaz de levantarse del suelo.

Pero era Jacob quien estaba allí fuera, así que susurro las palabras «no seas cobarde» entre dientes y se arrastró hasta ponerse en pie. Se apretó la toalla con fuerza bajo a la cadera y se dirigía lleno de decisión hacia el baño. Paso al lado de la maleta repleta de encaje y de la enorme cama sin echarles ni una ojeada siquiera y salía por la puerta de cristales abierta hacia la arena fina como el polvo.

Todo estaba bañado en negro y blanco, desprovisto de color por la luz de la luna pero aun así veía claramente. Edward camino lentamente por la cálida arena, haciendo una pausa al lado del árbol torcido donde él había dejado sus ropas. Apoyó la mano contra la rugosa corteza.

Exploro las bajas ondas de la arena, negras en la oscuridad, buscándole.

No fue difícil de encontrar. Estaba de pie, dándole la espalda, sumergido hasta la cintura en el agua del color de la medianoche, con la mirada clavada en la luna de forma oval. La luz pálida del satélite confería a su piel un brillo perfecto, como la de la misma luna, haciendo que su cabello mojado tomara un tono más oscuro.

Estaba inmóvil, con las palmas de las manos descansando boca abajo sobre el agua. Las débiles olitas rompían contra su cuerpo como si fuera de piedra. Edward Black, antes Cullen, se quedó mirando las suaves líneas de su espalda, sus hombros, sus brazos, su cuello, su forma intachable...

El fuego dejó de ser un rayo que le cruzaba la piel para convertirse en algo sordo y profundo, consumiendo en su ardor toda su cobardía y su tímida inseguridad. Se quitó la toalla sin dudar, dejándola en el árbol con su ropa y caminó hacia la luz blanca, que también se transformó en algo pálido como la misma arena.

No pudo oír el sonido de sus pasos mientras caminaba hacia la orilla del agua, pero sabía que Jacob sabía que se acercaba, aunque no se volvió. Edward dejo que las suaves olitas rompieran contra los dedos de sus pies y encontró que tenía razón respecto a la temperatura del agua, que era cálida, como la del baño. Dio varios pasos, avanzando con cautela por el suelo invisible del océano, aunque su precaución era innecesaria, porque la arena seguía siendo igual de suave, descendiendo levemente en dirección a Jacob. Cruzo por la corriente ingrávida hasta que llego al lado de su esposo, y coloco su mano con ligereza sobre la mano febril que yacía sobre el agua.

JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora