37 No Puede Ser

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Cuando Seth quiso mirar, ya era demasiado tarde. Jacob había tomado a la cosa caliente y ensangrentada de los débiles brazos de Edward. El chico recorrió con la mirada la piel de su amigo, bañado en sangre: la de su propio vómito, la de la criatura, que había salido embadurnada, y la procedente de dos puntitos situados encima del pecho derecho; parecían mordiscos con forma de medialuna.

- No, Elijah —murmuró Jacob con un tono de voz que sonaba como si estuviera enseñando modales al monstruito.

No malgastó ni una mirada en ninguno de los dos. Sólo observaba a su amigo, su compañero de lucha cuando se le quedó la mirada extraviada y el corazón, tras una última contracción sin apenas fuerza, falló y se sumió en el silencio.

Era una estupidez, lo sabía, pero se puso a hacerle un masaje cardiaco. Fue llevando la cuenta de cabeza, intentando mantener constante el ritmo de compresión y relajación.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Lo dejó durante un segundo y le practicó otra insuflación boca a boca. Fue incapaz de ver nada más, pues tenía la mirada borrosa por culpa de las lágrimas, pero estaba pendiente de los sonidos de la habitación: el latido de Jack, el latido de su propio corazón y otro más, vibrante, ligero, rápido, que fue incapaz de situar.

Se obligó a introducir más aire en la garganta de Edward.

- ¿Qué estás esperando? — gritó mientras, ya sin aliento, reanudaba el masaje cardiaco.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

- Vigila al niño — escucho decir a Jacob con tono apremiante.

"Tíralo por la ventana" pensó Seth "Uno. Dos. Tres. Cuatro."

Alguien se unió a la conversación y dijo con boca pequeña:

- Dámelo a mí.

Ambos morenos le gruñeron al mismo tiempo.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

- Estoy bien —prometió Rosalie—. Dame al niño, Jack. Me encargaré de él hasta que Edward...

Seth le hizo respiración boca a boca al vampiro mientras Jacob le pasaba a su hijo. El aleteo del corazón se fue apagando: tump, tump, tump.en ese momento alguien más entro a la habitación

- ¡Carlisle, ayúdame! - grito Jacob desesperado - ¡por piedad ayúdame!

- Dame campo, Seth - ordeno el galeno

El chico levantó la vista de los ojos en blanco de Edward sin dejar de masajear su corazón y se encontró al recién llegado sosteniendo una jeringuilla enorme, toda de plata, como si estuviera hecha de metal.

- ¿Qué es eso?

La mano de hierro del médico apartó las del moreno. Se produjo un ligero chasquido cuando el manotazo le partió el meñique. Acto seguido, hundió la aguja en el corazón.

- Mi ponzoña —respondió mientras impulsaba hacia abajo el émbolo de la jeringa—Sigue con el masaje —ordenó con voz helada y huera. Hablaba con fiereza y de forma impersonal, como si fuera una máquina.

Jacob obedeció sin pestañear. Carlisle mientras tanto parecía estar besándolo. Le rozó con los labios la garganta, las muñecas y el pliegue interior del codo.

Escuchó una y otra vez las obscenas perforaciones de los colmillos en la piel de Edward. El medico estaba inoculándole veneno en el cuerpo por el mayor número posible de puntos. Vio cómo le lamía los cortes sangrantes. Antes de que le dieran arcadas o enfureciera, Seth comprendió su propósito: sellar las heridas con saliva a fin de impedir la salida de la ponzoña.

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