50 Deserción

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El rostro de piel traslúcida de Aro llenó la mente de Edward mientras hablaba. Aro había recorrido todos los recovecos de la mente de Alice y estaba al tanto de todo de lo que ella era capaz...

Emmett comenzó a despotricar en voz tan alta que Seth se puso en pie con un rugido. En el patio, su bramido tuvo el eco de Leah. Los Cullen se habían convertido ya en un borrón en movimiento.

- ¡Quédate con los gemelos! — le grito Edward a Seth conforme salía disparado hacia la puerta.

Edward todavía era más rápido que el resto, y uso esa fuerza para impulsarme hacia delante. Sobrepasó a Esme en unos cuantos saltos y a Rosalie en unas cuantas zancadas más. Acelero a través de lo más espeso del bosque hasta que se situó justo delante de Jacob y Carlisle.

- ¿Habrán sido capaces de sorprenderla? — inquirió Carlisle, su voz tan monótona como si siguiera inmóvil más que corriendo a toda velocidad.

- No veo cómo — respondió Edward —, aunque Aro la conoce mejor que nadie. Desde luego mejor que yo.

- ¿Es una trampa? — gritó Emmett detrás del grupo.

- Tal vez — replicó Edward —, pero por aquí no hay otro olor que el de Alice y Jasper. ¿Adónde habrán ido?

El rastro de Alice y Jasper se curvaba en un amplio arco; se extendía primero al este de la casa, pero luego se dirigía hacia el norte al otro lado del río, y después de nuevo hacia el oeste durante unos cuantos kilómetros. Volvieron a cruzar el río, saltando los seis que iban a un segundo unos de otros. Edward corría el primero, totalmente concentrado.

- ¿Has captado ese efluvio? — gritó Esme hacia delante, unos cuantos momentos después de que saltaran el río por segunda vez. Era la que iba más lejos, en el extremo izquierdo de su partida de caza. Hizo unos gestos señalando hacia el sudeste.

- Sigan el rastro principal... Estamos ya cerca de la frontera con los quileute — dijo Jacob

- Manténganse juntos — ordenó Edward de modo conciso —. Miren si han girado al norte o al sur.

Percibieron el ligero olor a lobo en la brisa que soplaba desde el este. Edward y Carlisle disminuyeron el ritmo y pudieron ver cómo movían sus cabezas de lado a lado, esperando que el rastro volviera a aparecer. Entonces el olor a lobo se hizo de pronto más fuerte, y Edward alzó la cabeza bruscamente. Se detuvo de forma repentina y los demás también se quedaron inmóviles.

- ¿Sam? — preguntó Edward en voz monótona —. ¿Qué pasa aquí?

El líder de la otra manada apareció entre los árboles a unos cientos de metros, caminando con celeridad hacia el grupo en forma humana, flanqueado por dos grandes lobos, Paul y Jared. Sam tardó un poco en llegar hasta aquelarre. El rostro de Edward se ponía blanco cuando leyó lo que Sam estaba pensando. Él lo ignoró, mirando directamente a Carlisle cuando se detuvo y comenzó a hablar.

- Justo después de medianoche, Alice y Jasper vinieron hasta este lugar y pidieron permiso para cruzar nuestras tierras hasta el océano. Les concedí el permiso y los escolté hasta la costa yo mismo. Entonces se metieron en el agua y no han regresado. Mientras viajábamos, Alice me dijo que era de la mayor importancia que no le contara nada a Jacob de que les había visto hasta que hablara contigo. Yo debía esperar aquí a que vinieras a buscarla y entonces tenía que darte esta nota. Me dijo que la obedeciera como si todas nuestras vidas dependieran de ello.

El rostro de Sam mostraba una expresión sombría cuando le tendió un papel doblado e impreso entero con un pequeño texto en negro. Era una página arrancada de un libro y la vista aguda de Jacob leyó las palabras cuando Carlisle lo desdobló para leer el otro lado. La página que daba hacia él era una copia de El Mundo en Moto; de ella se desprendió algo de su propio olor cuando Carlisle estiró el papel. Jacob se dio cuenta de que era una página arrancada de uno de los libros de su esposo. Alice le había llevado unas cuantas cosas desde la casa grande a la cabaña: conjuntos de ropa normal; partituras, y sus libros favoritos, que hasta hacia unas horas había estado en la estantería de la pequeña sala de estar de la casita...

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