35 Entregándolo Todo

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Carlisle bajó la escalera con paso lento y la preocupación escrita en el rostro, hasta el punto de que, por una vez, aparentaba ser lo bastante entrado en años como para ser un médico.

- Hemos llegado casi hasta medio camino de Seattle sin hallar rastro alguno de la manada, Carlisle - dijo Jacob -. Tienen vía libre.

- Gracias, Jacob. La noticia llega en un buen momento - dirigió una mirada a la copa que su hijo aferraba con todas sus fuerzas junto a su plato de comida y agregó - : Nuestra necesidad es grande.

- Creo que pueden ir en grupos de más de tres, de verdad. Estoy convencido de que Sam permanece acuartelado en La Push - Carlisle cabeceó en señal de asentimiento.

- Si lo crees así, Alice, Esme, Jasper y yo iremos primero. Luego, Alice puede llevarse a Emmett y Rosal...

- Ni en broma - bufó Rosalie -. Emmett puede acompañarte ahora.

- Tú también deberías ir de caza - repuso Carlisle con voz amable - el ademán conciliador del doctor no suavizó el discurso de Rosalie.

- No dejare a Edward solo con él - refunfuñó mientras señalaba a Jacob con un movimiento brusco de la cabeza; luego, se echó hacia atrás los cabellos.

Carlisle suspiró. Jasper y Emmett bajaron los escalones en un abrir y cerrar de ojos y Alice se unió a ellos cerca de la puerta trasera abierta en la pared de cristal. Esme se dirigió enseguida hacia Alice.

El médico le puso una mano en el brazo a su yerno. El toque helado de su palma no le hizo gracia alguna al lobo, pero aun así no se apartó. Siguió ahí, helado, quieto, en parte de puro asombro, y en parte porque no deseaba herir sus sentimientos.

- Gracias - repitió su suegro.

Luego, salió disparado por la puerta en compañía de los otros cuatro vampiros. Jacob siguió con la vista mientras atravesaban el prado a toda prisa. Desaparecieron antes de darle ocasión de inspirar otra vez al lobo. Su necesidad debía de ser más urgente de lo que había imaginado.

No hubo sonido alguno durante cerca de un minuto. Jacob noto que alguien lo taladraba con la mirada y adivino quién debía de ser. Tenía pensado dormir un rato, pero la posibilidad de aguarle la mañana a Rosalie parecía demasiado buena como para dejarla pasar. Por eso, deambulo cerca del brazo del sofá en donde se había sentado Rosalie y al tomar asiento, se estiro de tal modo que su cabeza meció hacia Edward y el pie izquierdo acabó delante del rostro de Rosalie.

- Puaj, que alguien saque al perro - murmuró al tiempo que arrugaba la nariz.

- A ver si te sabes este chiste, psicópata. ¿Cómo muere la célula del cerebro de una rubia? - pero ella no respondió - ¿Y bien? - inquirió -. ¿Te sabes el final del chiste o no? - La Barbie no apartó la mirada de la pantalla y lo ignoró con toda premeditación - La célula cerebral de una rubia muere... en soledad - Rosalie siguió sin dirigirle una sola mirada.

- He matado cientos de veces más que tú, chucho sarnoso. No lo olvides - siseo Rosalie

- Algún día vas a cansarte de amenazas, oh, reina de la belleza. Te prometo que me muero de ganas de que eso ocurra.

- Ya deja de pelear, Jacob - terció Edward - ¿no prefieres darme un beso?

El lobo no necesito que se lo dijeran dos veces y olvido cualquier pelea infantil. A Edward se le escapó un suspiro al finalizar el beso.

- Te ves cansado - comentó el vampiro.

- Lo estoy - admitió su marido

- Ya me gustaría a mí reventarte a palos, ya me gustaría... - murmuró la Barbie, demasiado bajo para que su protegido la oyera.

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