61 Ansias de Poder

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Jacob peinó la línea rival con la vista y no tuvo dificultad alguna en localizar la posición de dos pequeñas figuras envueltas en capas grises, no muy lejos de donde se cocían las decisiones. Alec y Jane, los miembros más menudos de la guardia, permanecían junto a Marco, flanqueados al otro lado por Demetri. Sus adorables rostros no delataban emoción alguna. Lucían las capas más oscuras, en sintonía con el negro puro de las de los antiguos. Los gemelos brujos, como los llamaba Vladimir, eran la piedra angular de la ofensiva de los Vulturis. Las piezas selectas de la colección de Aro.

Edward flexionó los músculos mientras la boca se me llenaba de veneno.

Cayo y Aro recorrían la fila contraria con esos ojos como brasas ensombrecidas por las capas. Se veía escrito el desencanto en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Frunció los labios con disgusto.

En ese instante, Edward se sintió más que agradecido por la deserción de Alice, a pesar que aumentó de cadencia conforme la pausa se prolongaba.

- ¿Qué opinas, Edward? — inquirió Carlisle con un hilo de voz. Estaba ansioso.

- No están muy seguros de cómo proceder. Sopesan las opciones y eligen los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú, por descontado, y yo mismo. Marco está valorando la fuerza de nuestras ataduras. Les preocupan sobremanera los rostros que no identifican, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, eso por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que les detiene.

- ¿Sobrepasados...? — cuchicheó Tanya con incredulidad.

- No cuentan con la participación de los espectadores — contestó Edward —. Son un cero a la izquierda en un combate. Están ahí porque Aro gusta de tener público.

- ¿Debería hablarles? — preguntó Carlisle y Edward vaciló durante unos segundos, pero luego asintió.

- No vas a tener otra ocasión.

Carlisle cuadró los hombros y se alejó varios pasos de la línea defensiva. Qué poca gracia le hacía a todos verlo ahí solo y desprotegido. Extendió los brazos y puso las palmas hacia arriba a modo de bienvenida.

- Aro, mi viejo amigo, han pasado siglos...

Durante un buen rato, reinó un silencio sepulcral en el claro nevado. Se podía percibir cómo iba creciendo la tensión en Edward cuando Aro evaluó las palabras de Carlisle. La tirantez iba a más conforme transcurrían los segundos.

Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. El escudo del cabecilla, Renata, le acompañó como si las yemas de sus dedos estuvieran pegadas a la túnica de su amo. Las líneas Vulturis reaccionaron por vez primera. Un gruñido apagado cruzó sus filas, pusieron rostro de combate y crisparon los labios para exhibir los colmillos. Unos pocos guardias se acuclillaron, prestos para correr.

Aro alzó una mano a fin de contenerlos.

- Paz — dijo y anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad centelleó en sus ojos blanquecinos — Hermosas palabras, Carlisle — resopló con esa vocecilla suya tan etérea —. Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y mis allegados.

Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.

- Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención.

- ¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuanto has hecho? — dijo Aro entornando sus ojos legañosos.

A continuación, torció el gesto y una sombra de tristeza le nubló el semblante. No se podía dilucidar si Aro fingía o no.

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