63 Ira Desatada

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Cayo chasqueó los dedos. La vampira avanzó con paso vacilante desde el límite de la formación Vulturis para presentarse de nuevo ante el anciano caudillo.

- Has cometido un grave error en tus acusaciones, o eso parece — comenzó Cayo. Tanya y Kate se adelantaron, presas de la ansiedad.

- Lo siento — respondió la interpelada en voz baja —. Quizá debería haberme asegurado de lo que vi, pero no tenía ni idea... — hizo un gesto de indefensión hacia su familia.

- Mi querido Cayo — terció Aro —, ¿cómo puedes esperar que ella adivinara en un instante algo tan extraño e improbable? Cualquiera de nosotros habría supuesto lo mismo

Cayo removió los dedos para silenciar a su homólogo.

- Todos estamos al tanto de tu error — continuó con brusquedad —. Yo me refiero a tus motivos.

Irina estaba hecha un manojo de nervios; esperó a que continuara, pero al final repitió:

- ¿Mis motivos?

- Sí, para empezar, ¿por qué viniste a espiarlos?

La vampira respingó al oír el verbo «espiar».

- Estabas molesta con los Cullen. ¿Me equivoco?

- No, estaba enojada — admitió la vampira.

- ¿Y por qué...? — la urgió Cayo.

- Porque los licántropos mataron a mi amigo y los Cullen no se hicieron a un lado y no me dejaron vengarle.

- Licántropos, no, metamorfos — le corrigió Aro.

- Así pues, los Cullen se pusieron de parte de los metamorfos en contra de nuestra propia especie, incluso cuando se trataba del amigo de un amigo — resumió Cayo.

Edward profirió por lo bajo un gruñido de disgusto mientras el Vulturis iba repasando una por una las entradas de su lista en busca de una acusación que encajara.

- Yo lo veo así — replicó Irina, muy envarada.

Cayo se tomó su tiempo.

- Si deseas formular alguna queja contra los metamorfos y los Cullen por apoyar ese comportamiento, ahora es el momento.

El anciano esbozó una sonrisa apenas perceptible llena de crueldad, a la espera de que Irina le facilitara la siguiente excusa. Con ello demostraba que no entendía a las familias de verdad, cuyas relaciones se basaban en el amor y no en el amor al poder. Tal vez había sobreestimado la fuerza de la venganza.

Irina apretó los dientes, alzó el mentón y cuadró los hombros.

- No deseo formular queja alguna contra los lobos ni los Cullen. Ustedes han venido aquí para destruir al niño inmortal y no existe ninguno. Mío es el error y asumo por completo la responsabilidad. Los Cullen son inocentes y ustedes no tienen motivo alguno para permanecer aquí. Lo lamento mucho — dijo, volviéndose hacia los Cullen, y luego se encaró con los testigos Vulturis —. No se ha cometido ningún delito, ya no hay razón válida para que continúen aquí.

Aún no había terminado de hablar la vampira y Cayo ya había alzado una mano, sostenía en ella un extraño objeto metálico tallado y ornamentado. Se trataba de una señal, y la reacción llegó tan deprisa que todos se quedaron atónitos y sin dar crédito a sus ojos mientras sucedía. Todo terminó antes de que alguien tuviera tiempo para reaccionar.

Tres soldados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta por las capas grises. En ese mismo instante, un horrísono chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Cayo serpenteó sobre la nieve hasta llegar al centro de la melé grisácea. El estridente sonido se convirtió en un geiser de centellas y lenguas de fuego. Los soldados se apartaron de aquel repentino infierno de llamaradas y regresaron a sus posiciones en la línea perfectamente formada.

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