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Seth bajó a la playa dando un paseo con las manos hundidas en los bolsillos. Nadie se molestó en dedicarle una segunda mirada cuando cruzo el sucio garaje de First Beach. Eso era una de las cosas más increíbles del verano: a nadie le importaba si sólo vestías unos pantalones cortos.

Siguió el sonido de la voz conocida y no tardó en toparse con Quill. Se hallaba en el extremo sur de la medialuna de la playa a fin de evitar lo más grueso del mogollón de turistas. Ahí estaba, borbotando un torrente de advertencias:

- Fuera del agua, Claire. Vamos, no, no. Eh. Muy bonito, señorita. ¿De veras quieres oír cómo me grita Emily? No voy a traerte a la playa nunca más si no... ¿Ah, sí? No... Uf. Esto te parece divertido, ¿a que sí? ¡Ja, ja! ¿Y quién se ríe ahora? ¿Eh, eh?

Cuando llegó hasta él, Quill aferraba por el tobillo a la niña de la risa tonta. La pequeña sostenía un cubo en una mano; tenía los pantalones hechos una sopa y una colosal mojadura en el frontal de la camiseta.

- Cinco dólares a favor de la chica — dijo Seth

- Hola, Seth. — Claire pegó un alarido y arrojó el cubo a los pies de Quill — Abajo, abajo — Él la depositó con sumo cuidado en la arena. La pequeña gateo hasta él y se aferró a su pierna.

- Tito She.

- ¿Cómo te lo estás pasando, Claire?

- Quill está mojado.

- Ya lo veo. ¿Dónde está tu mamá?

- Ido, ido, sa ido — canturreó Claire —. Claire con Quill tooodo el día. No quiero volver a casa nunca.

Dijo la pequeña y se marchó corriendo hacia Quill. Este la alzó en vilo y se la puso sobre los hombros.

- Tiene toda la pinta de que alguien acaba de cumplir la temible cifra de los dos años... — dijo Seth

- Tres — lo corrigió Quill —. Te perdiste la fiesta temática. Tocó de princesas. La chiquilla me hizo llevar una corona y Emily tuvo la ocurrencia de que podían probar su nueva caja de maquillaje conmigo.

- Vaya, de veras lamento no haber estado para verlo.

- No te preocupes. Emily ha hecho fotos. De hecho, he salido de lo más favorecido.

- Fanfarrón — dijo Seth

- Claire se lo ha pasado en grande — repuso él con un encogimiento de hombros —, y de eso se trataba.

Seth puso los ojos en blanco. Resulta duro estar cerca de gente con la imprimación, con independencia del estado de la relación, ya estuviera a punto de culminar el enlace, como Sam, o ya fuera una niñera vejada como Quill. Irradiaban una paz y una serenidad que daban verdadera ganas de vomitar.

Claire chilló sobre los hombros de Quill y señaló al suelo.

- Quiero una piedra bonita, piedra bonita, para mí, para mí — grito la pequeña

- ¿Cuál, pequeña? ¿La roja?

- No, roja no.

Quill se dejó caer de rodillas. La niña pegó un chillido y le tiró de los cabellos como si fueran las riendas de los caballos.

- ¿La azul?

- No, no, no — cantó la niña, encantada con el nuevo juego.

Lo más raro de todo es que Quill se lo estaba pasando increíble, tanto o mejor que ella. Él no tenía esa cara de tantos padres turistas que llevan escrito en el rostro la pregunta: « ¿cuándo es la hora de siesta?». En la vida, Seth había estado delante de un padre de verdad tan encantado de jugar a cualquier tontería. Había visto a Quill jugar al cucú durante una hora entera sin aburrirse.

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