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En el piso inferior alguien estaba viendo un partido de béisbol. Los Marineros ganaban por dos carreras.

- Es mi turno — le dijo Rosalie con voz brusca a alguien y recibió un bajo gruñido en respuesta.

- Oye, tú — advirtió Emmett.

Alguien siseó. Escuchó a ver si podía distinguir algo más, pero no se percibía nada más que el partido. El béisbol no era lo suficientemente interesante para distraerlo del dolor, así que volvió a quedarse pendiente de las respiraciones de Jacob, contando los segundos.

El dolor cambió veintiún mil novecientos diecisiete segundos y medio más tarde. Mirando el lado bueno de las cosas, pareció disminuir en las puntas de los dedos de los pies y de las manos. Lentamente, pero al menos suponía una novedad. Sabía que no era nada bueno que el dolor estuviera ya desvaneciéndose...

Efectivamente, en ese momento llegaron las malas noticias. El fuego de su garganta tampoco era igual que antes, porque ahora también le hacía estar muerto de sed y seco como un hueso. Tan sediento... Ardiendo por culpa del fuego y también ahora por la sed...

Y otra mala noticia: el fuego ardió con más virulencia en el lugar donde debería estar su corazón. Pero ¿cómo era eso posible?

- Carlisle — llamó Jacob. Su voz sonaba baja, pero muy clara. Supo que este podría oírlo y que estaría en la casa o en sus inmediaciones.

El fuego se retiró de las palmas de sus manos, dejándolas dichosamente libres de dolor y frescas. Carlisle entró en la habitación con Alice a su lado. Sus pasos sonaban tan distintos, que incluso podía decir que el que iba a la derecha era Carlisle, y un paso por delante de Alice.

- Algo pasa — les indicó Jacob.

- Ah — dijo Carlisle —, ya casi ha terminado.

Edward sintió alivio ante sus palabras fue superado por el dolor insoportable en todo el cuerpo. Tenía las muñecas libres, y también los tobillos. El fuego se había extinguido allí por completo.

- Muy pronto — convino Alice con impaciencia —. Traeré a los otros. ¿Debo hacer que Rosalie...?

- Sí... Es preferible que los mantenga alejados.

¿Alejados? ¿A quiénes? No. ¡No! ¿Qué querían decir con eso? ¿Qué estaba pasando? ¿Jacob y su bebe se irían?

Se le retorcieron los dedos, porque la irritación irrumpió a través de su fachada perfecta. La habitación quedó en completo silencio mientras todos dejaban de respirar un segundo en respuesta.

Una mano apretó sus dedos díscolos.

- ¿Edward? ¿Edward, amor?

¿Podría contestarle sin gritar? Lo consideró durante un momento y entonces el fuego rasgó su pecho inundándolo de más calor, extrayéndolo de sus codos y sus rodillas. Mejor no intentarlo siquiera.

- Haré que suban ya — dijo Alice, con un punto de urgencia en su tono y escuchó el siseo del aire cuando se precipitó afuera.

Y entonces..., ¡oh!

El incendio llameó en el centro de su pecho, absorbiendo los restos de llamas del resto de su cuerpo para alimentar el más abrasador de los rescoldos. El suplicio fue lo bastante intenso como para aturdirlo y romper el fuerte asidero de la estaca. La espalda se le arqueó, doblándolo como si el fuego lo estuviera alzando desde el corazón.

No dejo que ninguna otra parte de su cuerpo rompiera filas hasta que su torso se derrumbó contra la mesa. Se inició una batalla en su interior: el fuego lo atacaba todo sin compasión. El fuego fue domado, habiendo consumido ya todo lo que era combustible y se encogió, concentrándose en una llamarada que sonó como a hueco.

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