Capítulo Cinco:

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Capítulo Cinco:

A la mañana siguiente me desperté gracias a los rayos de sol que se colaban a través de las ventanillas del auto, entonces, aún con ganas de seguir durmiendo, me desperté dispuesta a ir a desayunar a algún sitio, no sin antes cambiarme en los asientos de atrás y cepillarme los dientes en mi “patio” enjuagándome con una botella de agua mineral que encontré del largo viaje, me sentía una hippie.

Una vez lista tomé mi mochila con un abrigo, un libro, las llaves y algo de dinero y salí dispuesta a ir a desayunar al mismo lugar de ayer y después encontrar algún empleo, espero que no sea complicado conseguir uno.

Al llegar al lugar, la misma señora de ayer me atendió con una sonrisa, a lo que yo, le correspondí sonriéndole de lado, más que una “sonrisa ladeada” fue una mueca, no tenía ánimos para sonreír aún.

Pedí un café, con eso me bastaba, no me gustaba desayunar demasiado.

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Al salir, me encaminé hacia el centro de la ciudad, niños correteaban por los parques.

En una esquina una gran librería me llamó la atención, su estructura antigua me encantó y no dudé ni dos segundos en entrar a esta. Estanterías repletas de libros me rodeaban, libros de cocina, de política, de deportes, absolutamente de lo que buscaras, junto a una escalera que descendía al piso que supongo que se encontraba abajo, me anunciaba que en la planta baja se encontraban las obras juveniles, no dudé ni dos segundos en bajar.

Miraba los libros ordenados por autor buscando uno que me guste, uno que me atraiga, pero eso no sucedió, lo que me resultó raro, ya que amaba leer, y más en estos tiempos de soledad.

Salí de la tienda algo frustrada, pero recordé que en el auto, tenía toda la colección que mi abuela me había obsequiado, pero era estresante ya que no recordaba el nombre.

Seguí caminando por las calles de Oklahoma, en busca de algún cartel que dijera “Se necesita empleado”, pero nada.

Un niño pasaba vendiendo periódicos y la lamparita de mi cerebro se encendió, podía buscar algún anuncio y luego preguntar. Sin dudarlo me encaminé al pequeño, saqué dinero de mi bolsillo trasero y se lo entregué, el pequeño me agradeció una vez que me entregó el pedazo de papel y se marchó caminando por la acera ofreciéndole diarios a las personas que pasaban por esta.

Me senté en un banquito y abrí el montón de papeles para buscar la parte de anuncios laborales. Sonreí al encontrarlo y me puse a leer. Niñera, Secretaria en un consultorio Odontológico, Farmacéutica con experiencia, Mesera, más Niñeras, Niñera ¿de perros?, Cajera en un supermercado, y muchísimos trabajos que ni siquiera sabía que existían.

Lo más normal para una chica de dieciocho años supuse que era el trabajo como niñera, había varios, no perdía nada con preguntar.

Tomé algunas monedas de mi mochila y me dirigí a un teléfono público en una esquina, me adentré en la pequeña cabina vidriada, introduje los centavos y marqué el primer número que aparecía. Después de los tres tonos la voz de una mujer se escuchó a través de la bocina del aparato.

-¿Hola?- habló la mujer
-Buenos Días, llamaba por el trabajo de niñera, vi su anuncio en el periódico-
-Oh, sí, ya eres la quinta persona que me ha llamado hoy, pero el trabajo no está disponible ya, lo siento mucho- dijo la señora
-Oh, no se haga problema, muchas gracias de igual manera- dije con cortesía y corté el teléfono.

No importaba, tenía más posibilidades aún. Fue así que introduje otras monedas e intenté con los otros cuatro números más que me quedaban, y para agregar, fracasé de la mejor manera posible, “Por qué diablos dejan los anuncios si ya han conseguido empleados”, pensé, qué suerte la mía, la vida realmente me ama.

Salí de la cabinilla y guardé el periódico en la mochila, no tenía a dónde ir, ni tampoco tenía nada para hacer, la plaza ya la había conocido, y el centro de la ciudad igual.

Caminé, por horas y horas sin rumbo alguno, a eso del mediodía compré un sándwich ya que mi estómago parecía un león enjaulado.

No sabía a dónde me dirigía, no sabía con qué me encontraría, ni tampoco me importaba, no me importaba perderme, no me importaba estar destruida, sin mi familia, la antigua Dina no aparecería.

La situación horripilante que viví, me enseño a que desear algo es completamente inútil, deseé, con todas mis fuerzas, que ellos se quedaran conmigo, pero ni mi estúpido trasero escuchó mis súplicas.

Me avergüenza pensar lo ilusa que fui, haber tenido las esperanzas de que mis padres o mi hermana mejoraran. Solía estar llena de sueños, metas, sonrisas, pensaba que en que si en serio deseabas algo, eso sucedía, pero este hecho llegó para hacerme bajar a la realidad, de una manera no tan bonita, y creo que a todos les llegará el momento de darse cuenta, tal vez a algunos antes, a otros después, a algunos peor y a otros en situaciones un poco mejores.

En cuanto dejé de pensar me di cuenta que me encontraba en un callejón, un callejón gris, sucio, obscuro y sin salida, “Como tu vida” me atacó mi conciencia, y lo peor de todo, es que esta vez, mi voz interior tenía razón.

Seguí caminando y manchas extrañas aparecían por las paredes, pedazos de ropas se podían observar desde donde estaba, unos gritos se escuchaban a lo lejos, no sé como hice para llegar aquí, una parte de mi quería irse corriendo a su antigua casa, contarles todo a sus padres y esperar a que ellos me dieran una charla sobre los lugares en los que no puedo estar, pero otra parte de mi quería ir, quería saber por qué se escuchaban esos gritos desgarradores.

A medida que me acercaba se escuchaban más fuertes aquellos alaridos, el callejón era bastante extenso y un olor a humedad y moho llenaba mis fosas nasales, aún no entiendo cómo llegué aquí, pero seguí caminando, ya estaba atardeciendo, y a lo lejos podía ver una especie de luz cálida, dos siluetas se hicieron presentes en mi campo de visión, me escondí detrás de un contenedor de basura una vez que estuve cerca.

Un muchacho un tanto musculoso golpeaba a otro sin piedad alguna, quería hacer algo pero no me atrevía. De un momento a otro la pelea dio un giro y el morocho que tenía su cara hecha papilla golpeaba al rubio que apostaría lo que tengo a que de algún lugar lo conozco.

Los dos jóvenes empezaron a revolcarse por el asqueroso suelo lleno de porquerías, de a poco fueron acercándose hasta donde me encontraba y mi corazón comenzó a palpitar muy rápido, si me veían estaba frita, y no tenía forma de salir. El rubio logró colocarse sobre el morocho asiático, (bueno, no sé si era asiático en serio o los golpes le habían encogido los ojos, de igual forma supondremos que es asiático), y tuve una vista más clara de su rostro. Mi cuerpo se paralizó al instante, quería llorar, gritar y sacarme mi adorado cabello de a mechones, empecé a retroceder lentamente, quería salir de aquí ya mismo, pero no vi el cesto de basura detrás de mí y este calló provocando un estruendoso ruido. Cerré mis ojos con fuerza, escuché murmurar a uno de los dos tipos, solo rogaba que no sea el fornido chico de ojos grises.

Pero la vida me odia, literalmente, y el que se asomó a ver qué había sucedido, fue él, y sí, claro que me vio. Sin pensarlo dos veces salí corriendo a todo lo que mis piernas daban, sentía los latidos de mi corazón en mi boca, tenía miedo, muchísimo. –Ven aquí pequeña perra metiche- gritó, pero no me giré, seguí corriendo, pero una vez más, tenía un claro ejemplo de por qué tener esperanzas era completamente estúpido, así es, el rubio de mis pesadillas me había atrapado.

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