Capítulo Trece:

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Capítulo Trece:

Desperté algo mareada, me sentía vacía. Y no estaba en la habitación de huéspedes de la casa de Kendall, estaba en casa de Dylan.

La ventana estaba entreabierta. El viento entraba por esta y chocaba contra mi rostro dándome un aire de tranquilidad, me encontraba en la habitación del rubio, lo supuse por las paredes azuladas. Di una mirada general y me encontré a Kendall recostada en la cama del chico envuelta en las sábanas blancas, se la notaba nerviosa y miraba al techo. No se había percatado de mi presencia aún. Me levanté del suelo, no entendía cómo había llegado a este lugar, ni por qué seguía con mi pijama. –Kendall- la llamé, pero la castaña seguía mirando al techo mientras mordía su labio inferior y jugaba con sus dedos, -Kendall- le dije más fuerte, pero ella seguía en su mundo.

Un sonido proveniente del baño hizo que mi mirada se dirigiera hacia la puerta de este, del cual salía mi pesadilla más grande con todo el cabello desordenado. Al observar a Kendall supuse que me había visto, ya que me encontraba al lado de la muchacha, pero también me ignoró, no sabía por qué estaban haciéndome esto. Mi lado infantil pensó que ambos estaban enfadados conmigo y que estaban practicando la ley del hielo, pero intenté alejar esos pensamientos estúpidos apenas se cruzaron por mi cabeza.

-¿Qué sucede?- le preguntó Dylan a la chica de ojos verdes que se encontraba en su cama, -Tengo que decirte algo, pero no te enojes- le dijo ella cerrando sus ojos con fuerza, -Lárgalo- le dijo él sonriéndole. La chica respiró hondo un par de veces y abrió los ojos, para clavar su mirada en la del matón, -Estoy embarazada- dijo al fin, y en ese momento mis ojos se abrieron como platos y mi mandíbula cayó al piso, -¿QUÉ TU QUÉ?- dije a gritos, pero ninguno se inmutó ante mis palabras, esto estaba desesperándome, ninguno me respondía, no me sentía bien, no sabía cómo había llegado aquí, y tenía algo de miedo.

Dylan no expresaba absolutamente nada, solo miraba al suelo mientras procesaba las palabras de Kendall, -Estás bromeando- le dijo asustado, -No- dijo ella negando. El rubio se levantó de donde estaba sentado, -No lo tendrás, no puedes tenerlo- le dijo desesperado, -Dylan, no pienso abortar, es nuestro hijo- dijo ella dolida, se notaba en su rostro que las palabras del chico la lastimaban, -No puede ser mío, no, no lo es-, -¿Estás insinuando lo que creo que estás insinuando?- habló la castaña al borde de las lágrimas, el maldito idiota no tenía tacto para decir las cosas, tenía ganas de golpearle la cara hasta desfigurarlo. -¿ERES TONTA O TE HACES?, ESE BEBÉ NO PUEDE SER MÍO, Y SI LO ES, NO PERMITIRÉ QUE LO TENGAS- le gritó con todas sus fuerzas, Kendall se paró de la cama, -ES TÚ HIJO, Y QUIERAS O NO, VOY A TENERLO, ASESINO-, su voz ya sonaba entrecortada, y las lágrimas caían por sus mejillas. Dylan se acercó peligrosamente a ella y me interpuse en su camino, -Aléjate Dylan- le dije mirándolo mal, pero tampoco se percató de que estaba ahí, ninguno de los dos lo hizo. El brabucón lanzó un puñetazo directo a mi estómago, pero nunca lo sentí, más bien escuché el gemido de Kendall. Miré mi abdomen y estaba atravesado por el puño de Dylan, grité, lo más fuerte que pude, pero ninguno me escuchaba, ninguno se daba cuenta de que estaba ahí.

Varios golpes le proporcionó el muy caballeroso chico de tatuajes diabólicos a la castaña. Me sentía impotente, por más que permaneciera frente a Kendall, protegiéndola, los golpes los recibía igual.

De pronto todo comenzó a desvanecerse, los rostros de ambos fueron volviéndose borrosos y mi cuerpo comenzó a desprender una luz, caí al suelo, y todo se volvió negro una vez más.

Me desperté exaltada y pegué un salto de la cama, sentía el sudor frío bajando por mi frente y todo mi cuerpo temblaba. Intenté calmarme y comencé a respirar profundamente. Levantarme tan repentinamente me había mareado un poco.

Una vez que estuve más tranquila me fijé la hora, eran las once de la mañana, y Kendall no había llegado, me levanté y me vestí, hice mis necesidades de todos los días, y ordené todo tal cual estaba el día que llegué.

Bajé de a dos o tres cajas y las guardé en el auto, luego los bolsos. Volví a subir. Tenía hambre. Me dirigí a la alacena y saqué el pan, corté unas rodajas y las puse en la tostadora. Busqué un vaso, y el jugo de la heladera. Vertí el líquido naranja en este. Me senté en el desayunador de la cocina y le di un sorbo al rico jugo natural. No podía parar de mover mi pie, estaba nerviosa, el sueño de anoche me había dejado algo intranquila, temía a que Kendall no volviera, y si algo le pasaba, no me lo perdonaría. Las tostadas saltaron haciéndome sobresaltar, me llevé la mano al pecho y el corazón me latía rápido, respiré hondo y me reí, me levanté de la silla y puse ambas tostadas en un plato y volví a mi cómodo lugar.

Una vez que terminé el desayuno lavé todo, y guardé todo en su respectivo lugar, ya eran las doce del mediodía, y Kendall no llegaba aún.

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