Capítulo Cuatro:

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Capítulo Cuatro:

La verdad que me la estaba pasando bien aquí sola, faltaban dos horas para llegar y por suerte todo estaba saliendo bien.

Mi plan era simple, intentar conseguir trabajo, para así rentar un apartamento o alquilar una habitación en una posada, conseguir dinero, mientras tanto, vivir cerca de una estación de servicio así poder utilizar los baños, el requisito primordial era que los baños de esta estén sumamente limpios, y una vez que encuentre un gran lugar, perderme en los campos de donde sea.

“I Miss You” sonaba en la tranquilidad de mi automóvil, miraba concentrada la carretera que era golpeada por pequeñas gotas de lluvia que caían en esta desapareciendo, pero dejando su huella. Solo quería llegar y conocer la ciudad, a demás de que esperaba que mis planes pudieran llevarse a cabo al pie de la letra, si algo salía mal estaba cagada, debería volverme o morirme de hambre o quién sabe qué otra cosa me sucedería. Un cartel verde con letras blancas me anunció que faltaban diez minutos para llegar a destino, el CD de recopilados de rock que una vez Alice me había regalado reprodujo una hermosa canción, “Estranged”, se podría decir que a mis catorce años no podía parar de escucharla, estaba en mi etapa de loca fanática de la banda que interpretaba esa dichosa canción, así es “Guns and Roses”, sus letras me inspiraban continuamente, o me hacían reír. Jamás olvidaré aquella noche de Abril en la que presencié uno de sus conciertos, saltaba y cantaba como cualquier niña viendo a Justin Bieber, o a One Direction, mis padres no habían querido llevarme, ya que a mamá, esa música la alteraba demasiado, decía que le ponía los pelos de punta y papá odiaba el Rock, entonces mi tío Jackson me llevó, que después de cumplir los dieciséis jamás volví a verlo, mi abuela me había contado que se había escapado con otra mujer dejando sola a mi tía y a sus dos niñas pequeñas, un idiota.

Sonreí al pensar en las incontables veces que me habían regañado por escuchar canciones súper fuerte, pero así disfrutaba yo de la música, era mi manera de tranquilizarme, siempre fue una muy buena terapia para mí.

Un gran cartel citaba las palabras “Bienvenidos a la Ciudad de Oklahoma”, sonreí y me adentré al lugar. Unas cuantas casas a los lados de la carretera se podían apreciar, pero al seguir adentrándome a la ciudad, casas más grandes iban apareciendo, entre ellas algunos parques, o negocios de ropa, zapaterías, supermercados, incluso logré divisar una veterinaria y un centro comercial más al centro de la ciudad, la gente caminaba por las veredas, algunas personas iban tomadas de las manos viendo las vidrieras de los grandes negocios, otros simplemente corrían para alcanzar el autobús, algunas ancianas junto a sus esposos se encontraban alimentando a las palomas con migajas de pan sentados en las bancas de los parques y las plazas, era una gran ciudad, pero sabía que si me alejaba lograría encontrar bellos paisajes llenos de verde, de naturaleza, quería escapar, quería encontrarme, debía hacerlo en un lugar tranquilo, estaba aquí por el trabajo, y por el dinero.

No tenía idea de la hora con exactitud, pero si mis cálculos no fallaban, eran las once a.m, mi estómago rugía y necesitaba comer algo y mis ojos visualizaron una especie de cafetería o bar en una esquina y estacioné el auto en un lugar especial para aparcar, trabé la camioneta y me adentré al café-bar, el olor a frituras mezclado junto con el adorable olor a granos de café me provocó unas inmensas ganas de vomitar, pero las ganas de comer dejaron de lado ese malestar haciendo que los rugidos de mi estómago me hicieran olvidar del asqueroso olor.

Me senté en una de los asientos a un lado de la ventana, podía admirar una bella fuente de un mapache en la plazoleta del frente, así es, un mapache. El tapizado de los asientos era de un rojo sangre, y las mesas completamente blancas, la decoración era algo… Vintage, letreros de luces en las paredes, una gran barra con sillas altas también tapizadas con cuero rojo, unas puertas al estilo cowboy que por lo que pude observar, te dirigían a la cocina.

Una mujer de unos sesenta y cuatro años se acercó a mí, -Buenos tardes- dijo amablemente con una gran sonrisa en sus ojos, -Buenas tardes- respondí algo intimidada con su mirada, -¿Señorita podría tomar su pedido?- me preguntó, -Oh sí, claro, pediré unos huevos revueltos y un jugo de naranja, con unas tostadas- intenté sonreírle, -En seguida se lo traemos- volvió a enseñarme su amplia sonrisa de dientes postizos y algo amarillentos y se alejó alegre, vestía una pollera acampanada blanca, con un pequeño cinturón rojo a la cintura, y una camisa del mismo color con detalles blancos, a la izquierda de su pecho, llevaba el logo del café-bar, “El café de Bob”, en letras blancas y con un dibujo de un señor regordete sonriendo a un costado de la inscripción, y no podían faltar las balerinas rojas haciendo juego, era un lindo uniforme a decir verdad, y este lugar me resultaba acogedor, estaba repleto de ancianos, y algún que otro adulto superando los cuarenta que venían aquí en su descanso de las oficinas, voy a suponer. Todos se saludaban y se reían alegremente de lo que sucedía, pero yo, estaba perdida viendo la estatua del mapache, no entendía por qué estaba allí, ni por qué era un mapache pero me ocasionaba ganas de reír.

Mi ánimo había cambiado bastante, cuando estaba sola, había vuelto a sonreír o a disfrutar de los momentos, pero solo cuando estaba sola, no merecía estar acompañada si mi familia no estaba conmigo, y tal vez tampoco merecía esos momentos de felicidad que estaba teniendo.

A los minutos la misma señora, que olvidé mencionar que del lado derecho de su camisa, tenía un pequeño pin con el nombre de “Sussan”, me trajo mi comida y se marchó no sin antes regalarme una bella sonrisa que me fue imposible devolver.

Cada bocado me hacía sentir en la gloria, después de tanto tiempo volvía a disfrutar de la comida, pero todo tiene su fin, y llegó la hora de marcharme, le pedí a la rubia que me había atendido la cuenta y me la trajo enseguida, le pagué los quince dólares que todo me salió y me marché, sin despedirme ni agradecer.

Buscando y buscando, conseguí un lugar algo desolado en donde poder estacionar mi auto provisoriamente y para mi suerte una estación de servicio justo enfrente, y para varear ¡Con baños limpios!, y tenían duchas, no podía estar más feliz, el destino estaba comportándose bien conmigo, y esto podría ser una trampa, debía andar con cuidado.

Salí a caminar por las calles de Oklahoma, el centro de la ciudad estaba algo alejado de mi nuevo territorio, por así decirlo, pero la cafetería a la cual había visitado hoy, no lo estaba, y si caminaba un poco, tenía un sembradío de vaya a saber qué cosa en frente, era perfecto, pero suponía que de noche, algo oscuro. Aproveché para cenar durante mi recorrido, ya que había estado bastante tiempo viendo vidrieras y olvidándome de todo por un largo rato.

Al regresar de mi pequeño paseo, que cabe destacar que no sé cómo logré regresar siendo tan despistada a veces, me puse a acondicionar mi auto para poder dormir, mi plan era, usar el baúl como ropero, entonces ordené toda mi ropa allí, y vacié la mochila de chucherías para acomodarlas allí también, más al fondo acomodé toda la comida y la maleta la llevé a los asientos de atrás, usé el asiento del copiloto como cama, ya que lo recliné y la verdad, estaba cómodo, la gran ventanilla del frente la cubrí, por dentro, con una sábana oscura, solo para tener algo de privacidad, enganchándola con ligas a los costados y en las agarraderas que tienen la mayoría de los autos sobre las ventanillas, saqué de mi maletero el shampoo, la crema de enjuague, el jabón, una toalla, ropa interior y un pijama largo, lo metí todo en la mochila, que ahora se encontraba vacía y crucé la calle que me separaba de la estación de servicio que me brindaría los baños.

Me relajé unos pocos segundos bajo la ducha, y una vez que terminé de “renovarme”, me vestí, y salí corriendo a mi nuevo hogar. Abrí un poco la ventanita en el techo, para no quedarme asfixiada en la noche y una vez que estuve acostada me tapé hasta el cuello con las tres mantas que tenía, en Octubre el invierno no era tan cruel, pero así mismo, me consideraba una persona friolenta.  

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