Capítulo Tres:

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Capítulo Tres:

Conduje a casa lo más rápido que pude, ya era completamente de noche. Agradecí a Dios que el tránsito no era pesado, gracias a esto en unos veinticinco minutos ya estaba en la puerta de mi casa. Dejé el auto estacionado junto a la acera y corrí a la puerta para abrirla lo más rápido que pude, una vez dentro todas las luces de la casa estaban apagadas, seguramente Daphne se fue con su novio, eso me daba más oportunidades de irme más fácilmente. Miré el reloj de mi muñeca, marcaba las ocho menos cuarto, debía apresurarme, ocho y diez ella siempre estaba aquí preparándome la cena.

Saqué una gran valija del ropero y la arrojé a mi cama, abrí de un golpe las puertas del vestidor en el cual tenía la ropa y tomé toda de a pilas, guardándola en la maleta negra, no sabía por cuanto me iría ni tampoco sabía si volvería. Tomé una valija un poco más pequeña que la anterior solo para guardar recuerdos y otras cosas, como libros, CD ´s, cuadernos y algunas mantas, unos cuantos días dormiría en el auto, no podía pagar un hotel o una posada por el resto de mi vida, ya de por sí agradecía que tenía bastante dinero ahorrado desde hace unos tres años, lo conservaba ya que con mis amigas habíamos planeado un viaje al extranjero para cuando cumpliéramos veintidós, no teníamos destino aún pero sería bien lejos y los pasajes en avión no son baratos. Busqué el dinero ahorrado de mi cajita de madera debajo de mi cama y saqué todo lo que esta tenía dentro para guardarlo en un lugar seguro, entonces una vez que tenía todo guardado le eché un último vistazo a mi habitación, tal vez no la vería jamás, di un largo suspiro y un nudo se formó en mi garganta, inconscientemente las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos, corrí escaleras abajo, abrí la heladera y tomé los packs de Red Bull que tenía para tomar cuando no dormía ni un poquito y también tomé unas papas y galletitas de la alacena, introduje todo en una mochila y me dirigí al living, tomé un papel y una lapicera de la mesita del teléfono, y con letra clara escribí:

<<Tía Daphne:

      Lamento irme así pero no lo soporto más, no quiero seguir haciéndoles daño a ustedes porque no se lo merecen, me iré, no sé a dónde y no sé por cuanto, tampoco sé si regresaré, por favor avísale a la abuela de que no iré a Italia y pídele disculpas de mi parte, no puedo seguir así, tengo que escapar, tengo que encontrarme.

                                                                      Dina>>

Una lágrima calló en la hoja haciendo que la tinta se corriera un poco, no le di importancia y con un imán pegué la nota en la heladera, y me dirigí al auto a cargar las dos maletas y las tres mochilas llenas de mis pertenencias, saqué unos discos y cerré el baúl, miré la hora, en cualquier momento mi tía llegaría, caminé rápido hasta la puerta del piloto y me adentré en la camioneta de mi madre, no era una camioneta pero sí un auto grande, igual me gustaba llamarlo camioneta.

Tomé la ruta de salida de Canton, extrañaría un poco este lugar, estaba nerviosa, pero sabía que mi familia estaba acompañándome desde donde sea que estén.

De un momento a otro un estruendoso trueno me hizo sobresaltar y a los segundos una lluviecita empezó a caer, odiaba la lluvia pero ahora tenía que centrarme en otra situación, necesitaba un destino.

Los carteles a los costados de la ruta me brindaban información, Lancaster, Springfield, Mansfield eran destinos que quedaban algo cerca, necesitaba irme más lejos, pero un nombre llamó mi atención, la ciudad de Oklahoma, sonreí al notar que estaba a 1.041 millas, entonces doblé en la rotonda para dirigirme hasta allí, tomé uno de mis discos de Aerosmith y me relajé, me esperaban unas quince largas horas de viaje y quince minutos más para ser exactos.

Las gotas de lluvia que caían en el techo del auto provocando relajantes sonidos me tranquilizaban, la tormenta no era torrencial y los truenos eran escasos, Crazy sonaba en el ambiente y mi mente de a poco iba despejándose.

Oklahoma siempre había sido un estado que me llamaba la atención, sabía que era grande y había muchos habitantes, eso sería una gran ventaja, ya que aunque tenga mis ahorros, necesitaba dinero, y en ciudades como estas podría conseguir más fácilmente un trabajo para luego continuar con mi viaje hasta un poco más allá, solo con mudarme de estado no me sentía lo suficientemente alejada.

A las dos horas y media mi vejiga no daba más, necesitaba ir al baño y no sabía dónde quedaba una estación de servicio, entonces decidí seguir andando hasta encontrar alguna. Lo peor de todo es que la ruta estaba extremadamente vacía, ni un alma deambulaba por la carretera, temía que las típicas películas de terror en las que muertos aparecen en medio del camino sucedieran en este mismo instante, pero intenté calmarme comiendo unos caramelos masticables que tenía en la guantera del automóvil. Andando un poco más divisé unas tenues luces a mi derecha, sin dudarlo dos veces me adentré en el camino que me dirigía hasta el lugar, pequeñas casitas escondidas en la oscuridad de la noche se veían débilmente. Sonreí al ver una estación y acomodé la camioneta para que el tal “Frederick” cargara combustible en mi carro, -Lleno- le pedí y el muchacho de unos veintisiete años, asintió. Una vez que pagué estacioné el auto y me bajé lo más rápido que pude a hacer pis, el baño era realmente asqueroso, pero no podía aguantar ni dos segundos más.

Ya empezaba a amanecer y mis ojos comenzaban a querer cerrarse, ya habían pasado cinco horas y lo único que deseaba era una bebida energética. Estos últimos días en Canton no había podido pegar un ojo en las noches, y necesitaba por lo menos estar un poco al tanto de lo que pasaba en las clases o en la casa asique había comprado packs de Red Bull y los tenía en la heladera. Recordé que al salir puse dos en la mochila que se encontraba en el asiento del acompañante, y con mi mano libre abrí la cremallera de esta y saqué una latita, la ruta seguía vacía, solté el volante dos segundos y abrí la lata, para luego llevármela a la boca y dar un gran sorbo.

Las horas pasaban, la carretera iba llenándose, el cielo estaba cubierto de nubes negras, no quería que lloviera, la lluvia me hacía sentir más sola, me traía recuerdos y me deprimía al instante, pero lo peor de todo es que le temía, siempre le tuve miedo, de pequeña me atormentaban pesadillas en las que era perseguida por un maniático rubio de ojos grises, de unos diecinueve años, que decía de protegerme, su voz gruesa me provocaba escalofríos y siempre que se aparecía en mi mente, en mi sueño llovía, a cántaros, intentaba correr de él pero era mayor que yo, para ese entonces tenía nueve o diez años, y cuando estaba a punto de agarrarme me despertaba gritando y llorando, de un día para otro esa pesadilla despareció, pero el miedo a las tormentas quedó. Nunca supe el porqué de esos sueños raros, el muchacho nunca había dado a conocer su nombre o algún dato personal, me llevaron al psicólogo un tiempo, pero la señora regordeta les dijo a mis padres que era totalmente normal a mi edad, pues nunca le creí.

Se podría decir que fui una psicópata desde pequeña, pero por lo menos era feliz, el destino no me había arrancado nada, y aunque las noches lluviosas no podía dormir sola, vivía con una sonrisa, hasta que fui adolescente y las peleas con mis padres comenzaron, los caprichos aparecieron y las ganas de estar sola me inundaron, pero ahora entiendo que fui una completa estúpida por desperdiciar todo eso.

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