Capítulo Diecisiete:

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Capítulo Diecisiete:

Salí echa una furia, lo único que sentía era odio por esas personas en las que alguna vez confié incondicionalmente. Mi mano sangraba y las heridas ardían, algunos vidrios pequeños se habían incrustado en estas, y era más que obvio que necesitaba un médico.

Las lágrimas brotaban de mis ojos, no podía parar de llorar, me sentía traicionada. Me subí al auto y conduje hasta el hospital más cercano, al llegar una enfermera vio mi mano y directamente me envió a la sala del doctor. Estaba en problemas, esto era algo grave.

-Buenos Días, señorita ¿Geners?-, me saludó el viejo canoso que atendió a mis padres aquella horrorosa vez, -Doctor Michael- dije con la voz algo entrecortada, -Tanto tiempo, todos oímos lo de tu desaparición- dijo algo preocupado, -Ahora regresé- dije encogiéndome de hombros, -Pero me voy en la noche- agregué, -Oh, y ¿a dónde irás?- preguntó interesado, -Al mismo lugar en el que estaba, con todo respeto, voy a guardármelo para mí-, él asintió un poco avergonzado por la situación y prosiguió, -Cuéntame qué te ha sucedido en la mano- dijo inspeccionándola, -Le pegué a un vidrio- dije normal, -¿Por qué lo hiciste?- preguntó extrañado, -No lo sé- dije restándole importancia, -¿Dina usted está bien?- preguntó, -No- dije negando con la cabeza, -No lo tome a mal señorita, pero se nota que necesita ayuda, y hay psicólogos muy buenos en este lugar que podrían ayudarla mucho- me comentó, -Vine aquí por mi mano, no por mis problemas psicológicos, asique le agradecería demasiado que me saque estos malditos vidrios de entre los cortes y me de lo que me tenga que dar para yo poder volver a donde debo volver- le dije de una manera algo descortés, el doctor asintió y siguió con mis heridas.

Cada vez que apoyaba el algodón con alcohol el dolor se esparcía por todo mi cuerpo, seguramente mi labio estaba morado de tanto morderlo para intentar soportar el dolor. Luego de limpiar no sé qué hizo para sacar los trocitos de espejo ya que supongo que me desmayé del dolor o me anestesiaron. Cuando desperté tenía una venda en la mano y el doctor estaba mirándome, -¿Todo listo?- le pregunté, él asintió, -Genial, muchas gracias doctor, que tenga buen día- lo saludé y abrí la puerta del consultorio, -Igualmente Dina, y ya sabes, si quieres la ayuda, podemos brindártela- dijo el tipo sonriendo, -Lo dudo- le contesté, y salí de allí.

Caminé un poco por las calles del centro, observando cada detalle de la zona. Canton era una ciudad muy bonita, y cualquiera en mi lugar supongo yo, extrañaría vivir aquí, pero yo no lo hacía. Extrañaba los momentos vividos aquí, las personas con las que convivía todos los días, pero ahora, que sé que las cosas han cambiado y que no serán iguales jamás, no pretendo volver.

Iba tranquilamente andando por la acera hasta que escuché la voz de un hombre gritar "Es ella", me di la vuelta y pude divisar a Patrick junto a Daphne en un móvil policial, me di la vuelta y me sorprendí, dos hombres uniformados se bajaron del auto, miré a Daphne con decepción, la muy perra no paraba de llorar, comencé a correr calle abajo. Sabía que iban a agarrarme tarde o temprano, pero iba a resistirme, todo lo que pudiera.

Corrí y corrí con lágrimas en los ojos, no les bastaba con vender mi propiedad, mi antigua casa llena de recuerdos importantes para mí, para pagar su maldita boda, que ahora me denuncian con la policía, lo que estaban haciéndome no tenía nombre.

Sentí un peso sobre mí y caí al suelo, intenté amortiguar mi caída con mis manos pero por desgracia no lo logré y el golpe fue mayor en la zona de mi mejilla. Sentí que tomaban mis manos por detrás de mi espalda y grité cuando uno de los malditos tocó mi herida. –Tengan cuidado- habló Daphne, -Cállate traidora- le dije, -Dina esto es por tu bien- habló Patrick, -Cómo digas- le dije, y volví a gritar cuando los policías intentaron levantarme estando esposada. Me revolví en el piso como una babosa llena de sal, pero no fue suficiente, eran dos contra uno, y las esposas dolían como los mil demonios. Después que pudieron pararme me subieron al auto y los dos imbéciles se fueron en otra patrulla que no había visto. Daphne lloraba como si en serio le importaba, la odiaba por todo lo que estaba haciéndome, no podía creer que esa mujer había estado siempre conmigo, con mi madre, con Ashley, "ayudándonos", para luego hundirnos, porque esto no solo me lo estaba haciendo a mí, estaba traicionando a su hermana vendiendo su casa para satisfacer necesidades que ni siquiera eran importantes, ¡NI SIQUIERA ERAN NECESIDADES!

Al darme cuenta de que me llevaban a la comisaria para dejarme tras las rejas un buen tiempo, las lágrimas volvieron a aparecer, nublando mi vista, -Ahora no llore señorita- dijo uno de los policías, -Mejor cállese- le dije fría, -Uh, esa no es forma de tratar a la policía cariño- dijo el bigotudo, -Qué falta de empatía tiene- lo ataqué, -Para nosotros no eres más que una vándala alborotadora de hogares, tu historia no nos interesa, guárdatela para contársela al juez, si es que no te derivan a otro lugar-, rodé los ojos y me callé, no tenía ganas de nada ahora.

Una vez que llegamos a la comisaría comenzaron a hacerme preguntas y divisé a Daphne llenando formularios, -MÍRATE QUERIDA TÍA, LLENANDO PAPELES PARA VERME SUFRIR, MAMÁ TE LO AGRADECE DESDE EL CIELO- le grité, ella me miró dolida, -OH, NO VENGAS CON ESAS CARAS DE PERRO MOJADO, VETE AL CARAJO, MALDITA-. Después de decir eso me llevaron por los grandes pasillos de la prisión, a ambos lados de este se encontraban compartimientos enrejados con mujeres curiosas que se asomaban a ver quién se unía a su club, abrieron una celda y me arrojaron en ella, -Mañana veremos que haremos contigo, que duermas bien- sonrió el maldito Bigotes. El estruendoso ruido de la celda cerrarse hizo que me estremeciera. En este momento agradecía no ser claustrofóbica, porque el tamaño del lugar era bastante reducido, una cama junto a la pared, un retrete que se veía realmente asqueroso, un lavabo y un espejo añejo y roto sobre este era lo único que decoraba el espacio. Este sitio apestaba, lo único que quería era irme. Me arrojé al suelo y comencé a llorar, esto no podía estar sucediendo, ¿Qué había hecho yo para merecer tanta tortura?, -Hey chica- escuché que me llamaron de la celda vecina, levanté un poco la cabeza y miré a la mujer que me observaba, -¿Sí?- le pregunté con un hilo de voz, la mujer me daba miedo, parecía un hombre de lo musculosa que era y tenía todos los brazos con tatuajes algo intimidantes, -¿Qué has echo?- preguntó otra del otro lado, -Golpeé a mi tía y rompí su ventana- dije asustada, todas las personas allí comenzaron a reír fuertemente, -Me das ternura, odio lo tierno, pero me caes bien- dijo una mirándome con una sonrisa, -Niña no estarás aquí más de dos días, como una lección, no pueden encarcelarte por eso- dijo una mujer de enfrente en contra de los barrotes de su celda, -¿Lo dices en serio?- pregunté entusiasmada, me paré de golpe y me acerqué a las rejas y asomé mi cara entre los barrotes para verle la cara a la señora que me habló, -Sí, eso hacen con jóvenes vándalos como tú- rió otra mujer, -¿Por qué la golpeaste?- preguntó otra señora, -Larga historia- dije suspirando, -Tenemos años para escucharte- dijo mi "vecina", -Vendió mi casa para pagar su boda- dije agachando mi cabeza, -¿Y tus padres qué?- preguntó otra, -Murieron hace menos de un año, yo escapé de casa y su escusa fue que pensó que estaba muerta-, -Es una perra- habló otra de las chicas, asentí, -Lo es- admití.

Estuve bastante rato hablando con todas, llegó la hora de cenar y nos dieron a cada una un plato con algo espantoso dentro, no quería ni probarlo asique lo arrojé por el retrete y me senté en la que sería mi cama esta noche, y tal vez la próxima. ¿Esto de encarcelar "vándalos" para asustarlos era legal?, no lo sabía, pero quería que esto se acabara rápido.

La hora de dormir llegó y las luces del lugar se apagaron, dejándonos a oscuras, no podía ni ver mis manos, -Buenas noches- dijo una de las tantas mujeres del lugar, -Buenas noches- gritaron las otras, incluida yo, -Que duermas bien Dina, no quiero asustarte pero, cuidado con las ratas- dijo alguna prisionera, un escalofrío recorrió mi cuerpo y las mujeres rieron, -Es broma, no hay de qué preocuparse- dijo la musculosa señora, -Pues, que suerte entonces, que duerman bien todas muchachas- las saludé, y me tapé con las sábanas.

Siempre creí que las mujeres de las prisiones eran tenebrosas, y a las nuevas les hacían la vida imposible hasta conseguir la prueba de que eran valientes, pero nada era real, resultaron ser amables conmigo, y me ayudaron dándome consejos, que estaba segura no iba a usar para con mi tía. La odiaba, muchísimo, pero tampoco para escribir mi nombre en su espalda con un cutter, aunque a veces me daban ganas de darle con un bate de béisbol en el cráneo, pero solo para darle una lección.

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