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Mientras que de Eros existen millones de mitos, de mi historia solo existe un libro, alabado por la literatura internacional pero que no fallaba en hacerme quedar como un irresponsable enamorado. Me habían degradado a la categoría de semidiós y, como siempre, era mi hermano el que llegaba a hacerme entrar en razón, llevándose todas las flores de los lectores con solo un par de páginas a su nombre. Si tan solo Virgilio se hubiera encontrado en mi camino y no en el suyo, quizás hubiera algo rescatable entre todas esas líneas que los profesores resaltan casi con seguridad histórica en sus clases todos los años.

Lo que había visto en los ojos de Dido no era amor, sino potencial. Sabía muy bien que su reino no estaba preparado para prosperar luego de su caída, que el caos se desataría en las calles junto a su último aliento, pero me creí con el poder suficiente de desafiar al destino escrito por el Olimpo. Ciego a las emociones y con la mente fija en la meta, no fui capaz de notar como ella cedía cada vez más su ambicioso futuro por uno simple a mi lado. No podía soportar haber sido la causa de tremenda injusticia y me marché para obedecer los deseos de aquellos que jamás me habían favorecido, como un tonto, pensando que en algún momento, si conseguía realizar la misión que me habían encargado con más éxito del esperado, se me reconocería tanto como a mi hermano, que lo único que hacía era ir de aquí para allá tonteando con los habitantes del viejo mundo.

—Para la próxima semana quiero que escriban una entrada de diario con lo que creen que Eneas sintió al enterarse de la muerte de su amada. —La profesora de lengua, una mujer escuálida y rubia que ya en sus cuarentas tenía arrugas como para que le hagan un descuento en el supermercado, se acomodó los lentes que se habían resbalado hasta la punta de su nariz y chasqueó la lengua apoyando las manos en mi escritorio—. Espero un trabajo excelente de su parte, señor Forelsket, ya que piensa que mi clase es la hora de la siesta. —Frunció los labios—. Tuve la dicha de darle lección a su hermano el año pasado, ¿sabe?

—¿Ah, si? —murmuré jugueteando con mi septum. Habiéndola oído hablar maravillas de Zachary un millón de veces desde que había entrado a su salón en septiembre, ya podía adivinar lo que iba a decirme. 

—Un muchachito excelente, muy aplicado, con un talento natural para la poesía y las baladas románticas. No le vendría mal solicitar que lo ayude con esta tarea, sus últimas entregas han sido, como mínimo, deprimentes.

—No veo qué relación posible podría tener el romanticismo con la muerte, especialmente un suicidio, es una situación muy trágica que no debería tomarse a la ligera. Eneas perdió a una mujer, Cartago a una reina. —Crucé los brazos sobre mi pecho y me recliné hacia atrás en la silla, observándola con ojos caídos. Con la repetición de esta asignatura a través del tiempo, ya me había acostumbrado a hablar de mí mismo en tercera persona y de forma impersonal, como un personaje ficticio que es la sombra de un pasado lejano—. Además, usted siempre dice que lo que importa es entregar algo fiel a la consigna, nunca habló de las emociones que debería transmitirle nuestra prosa, ese es su problema.

—¿Me está usted faltando el respeto, señor Forelsket? —cuestionó—. Su lengua inquieta le costará tres amonestaciones, deme su boletín.

Suspiré y me tomé todo el tiempo del mundo para abrir mi mochila y sacar de ella la arrugada cartulina azul, con el único objetivo de hacerla rabiar aún más. No era de esas personas que se dicen pacientes, lo que hacía más entretenido para mí ver su expresión mientras estaba parada en el medio del salón con la mano extendida como una estatua. Arrugó la nariz observando que casi no tenía ya lugar donde escribir en la planilla que estaba preparada simplemente para unas veinte anotaciones. Con estas yo ya cumplía las diecinueve, casi un cartón lleno. La mujer terminó de firmar y me alcanzó su lapicera para que yo hiciera lo mismo.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora