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La tomé de las mejillas y estampé mis labios con los suyos una vez más, sin darle tiempo a salir del shock y pensar con claridad. Fue un beso corto, seco y brusco, un manotazo de ahogado en un tsunami. Odiaba no quedarme con la última palabra, aunque eso implicara correr un riesgo innecesario.

Sentía que todo el mundo estaba mirándome, que me juzgaban en silencio mientras corría hacia las puertas que daban a la calle por dejarla ahí sola después de semejante actuación, aunque lo más probable era que a nadie le importara lo que hacía o dejaba de hacer con mi vida.

Me metí en el callejón donde solían deshacerse de la basura del bar, el cual daba a la escalera de incendios de un edificio residencial, en busca de un lugar oscuro donde poder liberar mis alas que estaban ansiosas por salir. Suspiré sabiendo que no sería una experiencia placentera, la piel de mi espalda no estaba preparada para ellas, hacerse pasar por humanos requería sacrificar varias comodidades. No pude contener un grito cuando atravesaron la carne y desgarraron mi ropa, a duras penas logré mantenerme de pie mientras sucedía, solo esperaba que la música lo hubiera ahogado lo suficiente para no atraer a los curiosos.

Seguramente terminaría como un objeto de investigación científica si alguien me veía. 

Las estiré para acostumbrarme un poco a su peso, espantando a un gato que creyó haber encontrado el premio gordo y estaba dispuesto a lanzarse encima mío como si fuera una paloma gigante. Podría serlo, había conocido a muchas personas que me consideraban una plaga asquerosa. Pero por desgracia mi existencia era mucho más compleja que la de un pájaro con cerebro de alpiste.

Tenía que alejarme del centro, de las luces y de la gente. Levanté vuelo hasta camuflarme con la negrura del cielo y acabé en la playa, frente al mural que hacía casi un mes no tenía tiempo de visitar. Allí podría quedarme hasta que mi cuerpo decidiera volver a hacerme caso. Aún no podía asemejar lo que había sucedido, era demasiado para procesar y mi cerebro no estaba al cien por ciento de sus capacidades.

No quería ni imaginar lo que el Comité, que ya de por sí no era mi mayor fan, me haría si era yo quien le revelaba a la humanidad que los dioses eran reales. Posiblemente mi cabeza terminaría encima del escritorio donde papá planificaba sus estrategias, con Fobos y Deimos escribiéndole obscenidades cada vez que estuvieran aburridos en alguna de sus reuniones. Seguro que Eros encontraría la forma de caer bien parado en todo el asunto y terminarían premiándolo por algo absurdo como por sonreír ante las adversidades o algo del estilo.

—¿Sabes? Disfrutarías mucho más de la vida si te la tomaras con calma.

Hasta parecía poder escuchar su voz, como si en realidad nada de eso fuera importante

—No fue muy amable de tu parte marcharte sin despedirte. 

No. Definitivamente la estaba escuchando. Su olor ya había alcanzado mis fosas nasales.

Alcé la cabeza de entre mis brazos y observé como mi hermano se hacía un montículo de arena idéntico al que estaba usando yo para descansar. Antes cuando lo había encontrado en The Splat no me había fijado en cómo iba vestido, traía un amplio mono blanco que no alcanzaba sus rodillas y lo llevaba abierto hasta el cuarto botón en la parte de la camiseta, sus ojos también parecían haberse transformado en algún punto de la noche, aunque ya casi habían vuelto a la normalidad, solo mantenían rastros de su brillo inhumano. Tal vez había sido culpa de la magia, tal vez una conexión entre los dos o quizás solo era la fecha.

Sacó de su bolsillo uno de esos cigarrillos electrónicos que se habían puesto de moda unos años atrás y que él adoraba llenar con esencias exóticas, le dio una calada y me ofreció hacer lo mismo. Acepté solamente porque la necesidad de saciar el vicio me lo había pedido, por poco me ahogo con el sabor artificial a frambuesa, no entendía cómo hacía para fumar eso.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora