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—¿Vamos a hablar de por qué tu sudadera está llena de sangre o…? —preguntó Yumiko después de veinte minutos en la carretera, había visto anuncios sobre una nueva chocolatería que había abierto en el pueblo de al lado e insistió en que fuéramos a conocerla. 

—Me caí. —Troné mi cuello, delante nuestro solo había campo y cielo nublado. Podía llover.

—¿Y tu hermano también? —Bajó el teléfono que tenía con el GPS hasta sus rodillas y se inclinó hacia adelante—. También tienes sangre en la cara y la nariz hinchada. —Quiso limpiarme la mancha con los dedos, pero me eché hacia atrás llevándome un rasguño de sus uñas.

—A menos que sea para ofrecerme un oral no me toques mientras estoy conduciendo. —No quería que notara los brillos dorados—. Mejor fíjate si tengo que tomar la próxima salida o si es la entrada de algún rancho. —Le indiqué, esperando a que desviara su atención para limpiarme.

—Bestia —gruñó por lo bajo observando el camino por la ventanilla— Sí, es aquí, lo dice el cartel que acabamos de pasar. —Señaló golpeando el cristal dos veces—. No parece un lugar muy… Turístico. —Arrugó la nariz.

Y no lo era.

En un principio, luego de la entrada rodeada de árboles secos y pelados por el invierno, parecía que el pueblo había sido construido por personas que simplemente habían decidido que ya no querían vivir en otro lado y dictaminaron que ese punto en medio de la absoluta nada era un buen lugar para empezar de cero. Los edificios municipales estaban hechos con chapas y madera, la gente vivía en tráilers y colgaba su ropa sucia en plena calle. Perdí la cuenta de cuántos se acercaron a pedirnos dinero con historias exageradamente tristes o a ofrecernos una limpieza del parabrisas con agua que seguro no renovaban desde hace meses. Ninguno de ellos parecía muy contento de que estuviéramos allí.

Trabé las puertas del auto y subí las ventanillas luego de hacer un giro por la plaza central, sin embargo unas pocas cuadras más adelante todo apuntaba a que mi decisión había sido muy abrupta.

Casas con enormes patios, hechas de piedra pulida y madera barnizada, carteles pintados a mano y estaciones de servicio con carteles de neón. Incluso las plantas estaban más vivas allí, o eran de plástico. Si alguien nos detenía era para intentar vendernos algo o sugerirnos un lugar que visitar, alrededor de cinco personas trataron de animarnos a pasar la noche en uno de los “hoteles del amor” que habían abierto el mes pasado por San Valentín.

Era como entrar a una realidad distinta, daba escalofríos ver la línea divisoria entre la extrema pobreza y lo asquerosamente ricos que eran los habitantes de esa zona.

En los dieciocho años que llevaba viviendo en Filux nunca había visto una representación tan obvia de que allí la vida se compraba, era la moneda de los gobernantes. La misión que me había asignado el Comité cobraba relevancia en momentos como ese. Destruir la corrupción, encontrar el equilibrio. 

A pesar de eso, no podía evitar reconocer que quién fuera el dueño de esas tierras había aprendido muy bien el juego del capitalismo.

Lovolate by Hannigan Corp. 
“You eat it because we made it.”

Rezaba el arco de entrada a la chocolatería de en sueño que funcionaba dentro de una vieja iglesia de porte gótico.

Giré la cabeza para ver a Yumiko que era incapaz de ocultar su emoción, tenía la boca abierta y sus ojos iban de un lado al otro. Tamborileó con sus uñas acrílicas sobre la guantera con impaciencia.

—¡Buenas tardes chicos! ¿Vienen por el recorrido especial? —Saludó efusivamente una empleada con su uniforme rojo y rosa, acercándose a mi lado con una sonrisa muy amplia. Por la forma en la que llegó corriendo, les pagaban a comisión.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora