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Estaba allí parada, observando la pared perdida en su propia realidad. Traía un pedazo de tela que identifiqué como mi campera enrollado entre sus brazos, esta vez estaba vestida un poco más acorde al clima, con un buzo extra-largo que le llegaba a la mitad de las piernas y unas botas altas que no pertenecían para nada a la arena. No parecía haber notado mi presencia aún, a pesar de lo ruidosos que eran los frenos de mi coche, y si lo había hecho no se molestó en disculparse por su aparición en el lugar o la manera en la que se había ido el día anterior.

Me aclaré la garganta y conseguí captar su atención.

—¿Acaso no entiendes español? —pregunté cruzándome de brazos—. Te dije que no quería verte por aquí.

Los rastros de maquillaje corrido en sus mejillas indicaban que había estado llorando hace poco, pero ahora más que nada se veía cansada. Suspirando para quitar el flequillo bicolor que le tapaba la mitad del rostro volteó la cabeza y sus ojos me devolvieron una mirada de fastidio, estos seguían sin querer darme información alguna. Dos veces nada, una persona que no valía la pena para mí. Dejé salir una oleada de aire por mi nariz, no estaba de humor para perder el tiempo ese día. Nunca lo estaba.

—¡Qué muchacho más encantador! —exclamó con sarcasmo, sus finos labios morados se curvaron en una sonrisa amarga—. ¿Eres así con todo el mundo?

—Solo con los que no parecen tener la inteligencia suficiente para seguir instrucciones básicas. —Rodé los ojos e hice un movimiento con las cejas. Dos podían jugar ese juego.

—¿Me estás llamando tonta?

—No te estoy diciendo lista, precisamente. Vete.

—Al menos yo puedo teñirme bien el pelo y no se necesita un doctorado para leer las imágenes en la parte trasera de la caja. —respondió haciendo referencia al obvio crecimiento de mis raíces color avellana que contrastaban con el tinte negro que cubría la parte posterior de mi cabeza. Resoplé fastidiado. No había tenido espacio en mi agenda para encargarme de ellas.

—Pero no recordar levantar las latas de ese refresco asqueroso que bebes cada vez que vienes aquí a llorar. —El leve tono rojizo que tomó su rostro me indicó que mis palabras habían dado justo en el clavo, incluso era posible que hubieran sido demasiado. Era lo mínimo que se merecía por intentar discutir conmigo, tenía suerte de que mi mente estuviera ocupada con problemas más importantes, por lo general era más hiriente. 

—¿Sabes qué? Tienes razón. —Se acercó a mí con pasos pesados y estampó la arrugada prenda de ropa en mi pecho con fuerza sin darme tiempo a reaccionar, por lo que tuve que atraparla del cuello antes de que cayera al suelo, moviéndome en el momento preciso para esquivar las puntas de su cabello que se ondearon como pequeños látigos demasiado cerca de mi rostro—.  Debería buscar un lugar para dormir antes de que caiga la noche, ya que tú y tu estúpida chaqueta consiguieron que mis padres no me quieran en la casa, no tengo ganas de escucharte renegar a tí también. 

Levanté los tres primeros dedos de mi mano izquierda para indicarle lo poco que me interesaba su historia y la observé con aburrimiento. Cualquiera hubiera dicho que era un ser sin corazón por mi forma de reaccionar, pero para nosotros las relaciones familiares de los mortales eran algo que carecían de sentido, muchas veces resultaban más dañinas que beneficiosas y tenían fecha de caducidad. Quizás la suya había llegado ya y eso la impulsaría a aclarar su camino. No podía preocuparme por ella, tampoco quería hacerlo.

—Lo que haya pasado es cosa tuya, yo ni siquiera te conozco, no me cargues con tus culpas que ya suficientes tengo. 

Soltó un gruñido de exasperación y se fue murmurando quién sabe qué cosas sobre lo inconsiderado que era, no sin antes regalarme un primer plano de su dedo medio cuya uña, negra y filosa, exhibía el diseño de una tela de araña. 

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora