Las noticias de muerte viajan rápido, en especial aquellas que implican suicidios. Los humanos encuentran un placer particular en el morbo generado por los terribles desenlaces de aquellos a los que conocen. Buscan saber detalles, razones, métodos y motivos, pero al no poder encontrarlos, mejor deciden ser ellos quienes los inventen. Diseñan a su gusto y conveniencia las historias de quienes ya no están para poder borrarlos cómodamente de sus memorias.
El sábado nadie se sorprendió de que Jasper hubiera tomado aquella decisión, después de todo, encajaba perfectamente en el estereotipo que los medios quieren vender de los suicidas: aspecto desalineado, autodestructivo y con una vida familiar de mierda. A nadie le importaba realmente. Los adolescentes eran tan falsos como transparentes, querían atención, que alguien llorara por ellos. Las redes sociales se llenaron de posteos cursis, largos textos sin ningún punto en los que se predicaba valorar a los amigos y fotos viejas en las que el chico salía como uno más del montón en medio de su clase.
Mi único motivo para revisarlas había sido asegurarme de que ni mi nombre ni el de mi hermano se vieran involucrados en el asunto, no me había despegado del celular en casi todo el día, sosteniéndolo con los músculos tensos, esperando que alguien sospechara de la verdad.
¿Qué loco va a pensar en la magia?
Estaba demasiado acostumbrado a que me inculparan.
Se me desenfocó la mirada, mi pulgar seguía deslizándose por la pantalla robóticamente. Las letras se habían fundido en gruesos renglones negros de bordes desibujados y las imágenes convetido en manchones de color parecidos a los que pintaba para probar los aerosoles nuevos. No podía parar, no ahora.
—Tienes que comer algo, tomar agua aunque sea. —La voz de Yumiko me devolvió a la habitación.
En algún momento de la mañana se había dado una ducha, se había arreglado el pelo y cambiado de pijama por una de mis sudaderas que le llegaba pasando las rodillas, era negra con una calavera en el centro y algunas inscripciones ilegibles en los brazos que se estaban rompiendo. Sostenía una banana con pintitas marrones, una taza de viaje llena de algún té que Eros guardaba en su parte de la alacena para lidiar con sus resacas, una bolsa de papitas y de alguna forma también su celular. Al ver que no respondía, rodó los ojos e hizo un gesto con la cabeza para que la dejara pasar.
Bajé los pies de la mesa y los huesos de mis omóplatos crujieron por la nueva postura.
¿Se verá tan bien entre mis sábanas como con mi ropa? Fue el único pensamiento coherente que pude retener antes de cambiar de Twitter a Instagram.
Sentía los labios secos, la boca pastosa con un sabor horroroso. Chasqueé la lengua y luego lamí los alrededores de mi boca. Era incómodo sentir la piel mojada, quería limpiarme, pero no podía hacerlo. Cuando Eros terminara de lavar la ropa sería su turno y yo podría tomarme un descanso.
Hasta hace un segundo no tenía sed. Mierda.
“La dejas meterse en tu cabeza.
Los dejas a todos.
Por eso fallas. Te desconcentras fácil.”
Ares me hablaba en mis recuerdos. Me sacudí la débil imagen de la arena de entrenamiento en la que había pasado gran parte de mis tardes en el Olimpo cuando era niño. La sensación de la punta de la lanza de mi padre en la garganta que se confundía con el roce del collar que había decido ponerme ese día. Yumiko adjudicó mi incomodidad a que ella había apoyado sus pies sobre mi regazo y los quitó, retrayéndolos hacia sí, sus medias simulaban las patas de un gato. Dejó la banana a medio comer sobre unos libros que había en la mesa.
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Anticupido [ANTI 1]
Teen Fiction¿Quién diría que el hermano de Eros sería capaz de odiar el amor? ▪︎▪︎▪︎ Eros y Eneas están destinados a reencarnar durante toda la eternidad para mantener un balance en las emociones de los mortales, y vivir a la sombra del dios del amor no es nada...