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—Buenos días, dormilón. —El olor de la masa de panqueques recién hechos me llevó a la cocina por las razones equivocadas. No me había parado a pensar en que mi hermano era un pájaro madrugador antes de invitar a una mortal a pasar la noche—. Yumiko me estaba contando cómo hiciste que sus padres se enojaran con ella, incluso a la distancia aún mantienes el toque.

La muchacha estaba demasiado concentrada en lograr que su torre decorada con frutos rojos se viera bien en una foto como para sentirse aludida. A propósito, decidí ubicarme en el asiento que estaba a su lado, cerca de la pared y golpeé la mesa con las rodillas. Las miradas que me dedicó por arruinar sus tomas me recordaron al actuar de las gorgonas, pero al menos me confirmaron que Eros seguía sin haberla alcanzado. Sin embargo no podía bajar la guardia, parecía que ya llevaban rato conversando y esa era su forma de captar nuevos proyectos.

—¿Aún sigues con eso? —Me estiré sobre su plato para alcanzar el cartón de leche, ganándome un piquete de su tenedor en el hombro—. ¡Au! ¡Usa tus palabras!

—Es difícil pensar en otra cosa cuando mis padres no dejan de llamar. —Con la boca llena señaló un repasador que escondía la brillante pantalla de su celular—. Ya puedo imaginarlos: “Te fuiste con ese occidental, ¿verdad? Eres una cualquiera, seguro ya te dejó embarazada, no piensas en tu apellido, blah blah blah” —Cambió de idioma y puso una voz nasal, creyendo que ninguno de nosotros podría entenderla.

—Entonces simplemente diles que ya no te jodan, si no te quieren con ellos, entonces solo estorban. —Me encogí de hombros mientras volcaba el cereal en el tazón, haciendo que algunas bolitas se escaparan y cayeran al piso—. Aunque no me extraña que ellos tampoco sepan respetar los límites, después de todo la manzana nunca cae lejos del árbol.

Puso los ojos en blanco. Eros se sentó frente a nosotros con su plato en perfecta armonía, un vaso de yogurt de frutilla y, sin dejar de exhibir su expresión de calma, me propinó un golpe en el brazo que era lo suficientemente fuerte como para matar un mosquito o avivar mis inagotables ganas de lustrar los azulejos con su rostro. Pero no podía hacerlo con visitas en la casa, así que me remití a apretar los dientes y voltear hacia el otro lado.

—La clave de todas las relaciones está en la comunicación —dijo utilizando el tono que ponen los instructores de yoga cuando quieren hacer creer a los idiotas de sus alumnos que lo que están haciendo es profesar una verdad absoluta que solo ellos conocen—. No te apures, cuando estés lista ábreles tu corazón y deja que ellos hagan lo mismo, seguro hay mucho que aprender de esta experiencia.

—Ese es el problema, ellos no escuchan, sienten que siempre tienen la razón solo por ser mis padres. —Dejó de comer, a pesar de que aún quedaba bastante en su plato—. Debe ser lindo tener la libertad de tomar tus propias decisiones, ¿no?

Seguramente así era, pero los dioses menores no sabíamos de eso. A pesar de nuestro aparente libre albedrío en cada encarnación, el Olimpo nos encargaba una tarea que sería crucial para alterar el futuro del mundo, y debíamos orientar cada una de nuestras acciones a cumplir con ese objetivo. Yo aborrecía los números y las fórmulas, no había evento más aburrido que una junta de economistas o gente más detestable que aquellos que se creían parte del 1% cuando no tenían más que ideas absurdas para productos innecesarios que lo único que hacían era alimentar el sedentarismo de la sociedad. Sin embargo, no tenía forma de escapar de ellos.

Más de una vez deseé en secreto poder dedicarme abiertamente al arte, una vida llena de colores, manchas y lienzos en blanco, alimentada por las sonrisas del público no me parecía mucho pedir. Tendría miles de otras oportunidades para guiar a los “nuevos líderes del mañana”, fundar compañías que me vería obligado a admirar prosperar desde la lejanía o perecer en las manos equivocadas sin poder hacer nada al respecto, e invertir enormes sumas de dinero en los sueños de otros. Pero sabía que el Comité Superior ni siquiera consideraría esta propuesta, o peor aún, se la ofrecerían a Eros porque sus poderes podrían ser mejor aprovechados que los míos en esa área.

Anticupido [ANTI 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora