Pasar una semana encerrado con mi hermano no era exactamente mi idea de diversión. No teníamos prohibido salir, nadie vendría a decirnos qué hacer de todas formas, pero con Parker cada vez más encerrado en su miseria, Yumiko pasando las tardes que no estaba en casa con Cassandra haciendo quién sabe qué y la entrada al hospital aún bastante restringida, no había mucho que pudiera hacer. Solo pintar.
Y para eso debía esperar a que cayera la noche.
—¿Qué estás haciendo? —Eros se volteó en la cama medio dormido hecho una oruga entre las sábanas.
—Ir por un vaso de agua. —Tenía las manos aferradas a la parte inferior de la ventana para sostenerla abierta, una enorme bolsa de tela sobre mi colchón, la manga de una campera entre los dientes y las alas extendidas. Era obvio que la excusa no iba a colar.
Sacó una mano para prender la luz del velador de la mesa de noche que compartíamos. Ambos cerramos los ojos ante el estallido luminoso.
—Me gustaría creer que piensas irte a vivir a las montañas para escapar de todo, pero no tengo tanta suerte.
—No es de tu incumbencia. —Lo corté ajustando los brazos de la campera como si fueran un cinturón, no habría aguantado morderla todo el viaje.
—Entonces, al mismo lugar de siempre, ¿no?
Gruñí, odiaba que pudiera aparecerse en mi espacio en cualquier momento.
—No. Esta vez no iré a la playa. —Tampoco sé a dónde iré, gracias—. No me esperes despierto —dije pasando un pie hacia el exterior, hacía más frío de lo que esperaba.
Lo escuché reír antes de que el viento se apoderara de mis oídos.
Tenía que evitar las zonas ajetreadas, menos miradas, menos policías, más libertad. Hacía tiempo que no salía a volar solo porque sí.
Las calles desde el cielo se veían como un extraño laberinto que no tenía ni pies ni cabeza, mientras más lejos del centro, más se notaba el poco cuidado que la municipalidad les daba. El asfalto daba lugar a los adoquines y ellos se lo cederían a la tierra en los barrios más bajos donde los focos titilaban rogando que alguien los cambiara.
Enfoqué la vista en las estrellas, desde el Olimpo las constelaciones parecían diferentes.
Pero yo quería olvidarme de eso un rato, creer durante unas horas que realmente era Phoenix Forelsket, un adolescente incomprendido y algo rebelde cuya mayor preocupación era encontrar una propiedad abandonada que pudiera badalizar a su gusto. Alguien que no tenía que cumplir enormes expectativas, solo terminar la secundaría y no hacer ninguna estupidez que lo lleve a prisión. Una persona que no acababa de descubrir una mentira milenaria ni tenía el peso del universo en su espalda.
La vibración de mi teléfono en el bolsillo del pantalón puso fin a mis cavilaciones. Traté de contestar y sentí que la bolsa con las pinturas se me resbalaba, afiancé mi agarre perdiendo un poco el equilibrio por el esfuerzo. Debía verme como una polilla gigante y moribunda.
Debería haber tomado prestada la bandolera de Eros.
El nombre de mi mejor amigo brillaba en la pantalla. Rechacé la llamada y comencé a escribirle un mensaje, pero volvió a interrumpirme.
Ahora, no sé si has intentado mandar un texto con la mano izquierda mientras a tu celular se le congela la pantalla, evitas atravesar el living de una casa de familia y sostienes al menos cinco kilos de gases volátiles con una sábana, pero no te lo recomiendo.
Apreté el aparato como si así pudiera hacer que me obedeciera. A veces era difícil recordar que no podía simplemente partirlo en dos cuando me ponía nervioso. Subí un poco más, enojado.
ESTÁS LEYENDO
Anticupido [ANTI 1]
Teen Fiction¿Quién diría que el hermano de Eros sería capaz de odiar el amor? ▪︎▪︎▪︎ Eros y Eneas están destinados a reencarnar durante toda la eternidad para mantener un balance en las emociones de los mortales, y vivir a la sombra del dios del amor no es nada...